La Resurrección del Señor

agosto 2023 – Espiritualidad digital

El pecado de Aarón

Subió Moisés al monte y allí, en la cima del Sinaí, entró en el tiempo de Dios. Si se abstuvo de comer y beber durante cuarenta días, fue porque, para él, no fueron más de cuarenta segundos. Entretanto, abajo, Aarón y los hebreos, que seguían contando las lunas, se impacientaban. Moisés tarda en volver. Haznos un dios, un becerro, alguien que ocupe el trono. El trono no estaba vacío, estaba en lo alto del monte. Pero los israelitas sentaron en él a un becerro y apostataron.

Si dijere aquel mal siervo para sus adentros: «Mi señor tarda en llegar», y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará.

Nos parece que la muerte está lejos y nos instalamos aquí, como dueños de una finca que mañana será engullida. Creemos vacío el trono de Dios y nos sentamos en él. Nuestra vida es nuestra, pensamos… Ay de nosotros.

Aunque sólo veas tinieblas, no dejes de mirar a lo alto del Monte. El trono está ocupado. Quizá, antes de sentirte Dios, deberías subir allí. ¿Por qué no rezas más?

(TOI21J)

El mayordomo de los muertos

Lo peor de la hipocresía es que es un pecado mayordomo de otros pecados: los viste, los perfuma y los adereza para que puedan entrar de tapadillo en el banquete de las virtudes.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos.

Pecados, por desgracia, tenemos todos. Pero mientras los veamos como enemigos, luchemos contra ellos y los odiemos más que a la misma muerte, nos salvaremos, a pesar de nuestras caídas. El problema viene cuando pactamos y decidimos convivir con ellos. Ya no nos preocupa caer, lo único que nos preocupa es que se note. Entonces contratamos al mayordomo, a la hipocresía, y ella viste nuestra vida con apariencia de virtud.

De la virtud, el hipócrita sólo quiere eso, la apariencia, mientras que del pecado quiere la paga. Por eso está podrido por dentro, por eso no podrá ver a Dios, por eso tomará como enemigos a los profetas que le levanten el faldón y le muestren su podredumbre.

Cuidaos mucho de pactar con el pecado. Mientras luchéis, aunque caigáis, vuestro corazón estará limpio. Pero si pactáis… ¡Ay de vosotros!

(TOI21X)

El mundo al revés

Como tantas veces sucede en la vida espiritual, la historia de la prisión y muerte del Bautista es la historia del mundo al revés. No es que nada sea lo que parece, es que todo es lo contrario de lo que parece.

Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. Para los hombres, el Bautista ha perdido su libertad, ha sido encadenado y encarcelado. Mientras tanto, Herodes es el rey, el hombre libre que hace lo que le viene en gana y tiene poder y dinero para vivir a su antojo. Unas rejas separan ambos mundos.

Pero, como digo, nada es lo que parece. Las rejas están ahí, no se mueven. Lo interesante es saber de qué lado de la reja está la prisión. Porque el verdaderamente libre es Juan, quien sólo depende de Dios y sólo a Dios quiere agradar. Podría haber eludido la prisión callando, pero libremente quiso hablar y padecer. Herodes, sin embargo, es esclavo de la lujuria, del alcohol, de su prestigio y de su propio poder.

No os dejéis engañar. No es libre quien tiene mucho. Es libre quien es dueño de su vida y la entrega por amor.

(2908)

No podemos fallarles

Las palabras del evangelio me hacen temblar. Sé que no me salvaré ni me condenaré solo. Llevo almas atadas a mi destino.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la «gehena» el doble que vosotros!

Te voy a copiar, con permiso del autor, las palabras que un hermano sacerdote me enviaba a través del correo electrónico. Sirven para él, para mí, para ti, y para cualquier educador, padre, catequista o cristiano que tenga amigos a quienes desee conducir hacia Dios.

«Ha habido épocas en mi vida –y, seguramente, volverá a haberlas– en que me costaba levantarme de la cama. Y no por el sueño, sino porque me costaba afrontar la vida; porque sabía que, nada más poner pie en tierra, tendría que ascender una pendiente. Y, en esos momentos, te confieso que el pensamiento de Dios no me ayudaba a incorporarme. Era un pensamiento demasiado elevado para quien está postrado en tierra. Entonces repasaba la lista de personas a quienes iba a recibir ese día, y saltaba de la cama. ¡No puedo fallarles!»

Pensadlo bien: no podéis, no podemos fallarles. Seamos fieles.

(TOI21L)

La soledad de un hombre llamado Jesús

El evangelio de hoy no nos mostrará todos sus secretos a menos que tengamos en cuenta la soledad del hombre llamado Jesús.

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?… Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No lo leas como si fuera una pregunta de Catecismo. No lo es. Piensa en la necesidad que tiene todo hombre de ser conocido y comprendido, en lo solo que se puede llegar a sentir quien no puede compartir su intimidad con nadie. ¿No has pensado nunca en esa soledad humana de Cristo? Desde que abandonó la casa de su madre, nadie, ni de lejos, pudo comprender esa intimidad del Unigénito de Dios. La satisfacción que experimenta un hombre al sentirse mirado, comprendido y conocido por un ser amado le fue denegada durante su vida pública… hasta este momento.

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús vio, en estas palabras, un regalo de su Padre, quien iluminó con el Espíritu el corazón de Pedro para que fuese su «tú», su Esposa, su Iglesia, la Roca en que apoyarse.

No tienes la menor idea de la satisfacción que procuras al Señor cuando miras al sagrario con fe y amor.

(TOA21)

¿Cómo andas de cristianismo?

¿Cómo se mide el cristianismo? ¿Se puede ser «más» o «menos» cristiano? Está claro que sí. Si «cristiano» es quien pertenece a Cristo, uno puede pertenecer más o menos al Señor; haberle entregado todo, haberle entregado casi todo, haberle entregado algo o no haberle entregado nada. Pero ¿cómo se mide? ¿Existe un termómetro que me diga a cuántos grados de cristianismo está mi alma? Bueno, un termómetro no; yo cogería, más bien, una cinta métrica.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto… Estas actitudes son lo más opuesto al cristianismo, porque se encuentran a muchos kilómetros de la Cruz, donde Cristo fue despreciado de los hombres, desnudado y humillado ante las gentes.

Si quieres saber cómo andas de cristianismo, mide la distancia que hay entre tu vida y la Cruz. Pero mide bien. Esa distancia no se mide por el sufrimiento; si así fuera, tomar unas gambas a la plancha con una cerveza fría supondría apostatar. La distancia se mide por la obediencia: Mientras tomo un aperitivo, o mientras sufro una enfermedad, ¿estoy realmente unido a Cristo y entregado al Padre? ¿O estoy haciendo mi «santa» voluntad?

(TOI20S)

Bendita obligación

Me dice una persona: «Padre, yo no amo a Dios. Vengo a misa “obligado”, porque sé que debo venir, pero nunca me apetece, vengo a rastras». Y yo le respondo que bendita obligación, que a mí eso me parece amor, porque está uniendo, a la oración, el sacrificio. Me asustan, sin embargo, quienes confunden el amor con los efluvios sentimentales y las cataratas de lágrimas en la oración. En ocasiones, veo cierta sensualidad en esa piedad.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esos mandamientos no se cumplen por el mero hecho de decir «te amo», aunque se diga con lágrimas y levitando diez centímetros sobre el suelo. Amar es entregar la vida. Cuando se ama de verdad, uno siente que no se pertenece a sí mismo, que ha sido «expropiado» y ha perdido el control sobre sus horas. Quien se me quejaba de venir a misa «obligado» se estaba entregando realmente.

Ese amor es incluso mensurable: ¿Cuánto tiempo del día dedico a hacer la voluntad de Dios? Hasta que pueda responder: «todo», me seguiré obligando a esa entrega. Repito: bendita obligación.

(TOI30V)

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