Evangelio 2025

Domingos del Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Espiritualidad digital

El que se nos viene encima

Desde que se apartó de Dios, Occidente tiene miedo. El siglo comenzó con la caída de las Torres Gemelas y, desde entonces, no hemos dejado de temblar. Miedo a la guerra, a la muerte, al desastre económico, al terrorismo, al cambio climático… por no hablar del que pasamos durante la pandemia de 2020. Miedo, en general, a «la que se nos viene encima». No recuerdo, desde comienzos de siglo, un solo año sin ninguna amenaza.

El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán… cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta.

Un cristiano debería vivir el hoy y no temblar ante el mañana. No sabemos si habrá mañana. Por eso nos asimos fuertemente a lo eterno, al Señor, su Amor y su Cruz. Sabemos que Cristo es ahora, hoy y siempre; suyo es el tiempo y la eternidad. Él es el Rey de la Historia.

Lo que realmente importa no es «la que se nos viene encima», sino «el que se nos viene encima», Cristo, quien vendrá sobre las nubes, quien nos recuerda que no debemos poner nuestra esperanza más que en Él.

(TOB33)

¡Hagan juego!

«Mire, padre, yo mucha fe no tengo. Pero vengo a Misa todos los domingos porque, al fin y al cabo, son cuarenta y cinco minutos. Y confieso por Pascua porque tampoco me cuesta mucho hacerlo. Si todo esto del cristianismo es verdad, el cielo me sale barato. Y, si es mentira, tampoco he perdido tanto»… Me quedé de una pieza.

Pensé en una religiosa de clausura. Si todo esto es verdad, ha gozado del cielo en la tierra y consumará su gozo en la eternidad. Pero, si esto es mentira, lo ha perdido todo. Y lo mismo puedo decir de unos padres de familia numerosa que por Dios se han abierto a la vida… ¡O de mí! Si todo esto es mentira, mi vida es mentira.

Los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Realmente, ni la Iglesia es un casino, ni esto es un juego. Aunque sólo cuando entregas todo te das cuenta de que «todo esto» es la Verdad que sostiene y llena de Amor y gozo tu vida.

Pero si has decidido no apostar más que cuarenta y cinco minutos… Ojalá tengas suerte.

(TOB32)

Por este orden

Muchos que se proclaman agnósticos, sin embargo, admiran a figuras veneradas por la Iglesia como santa Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a los más pobres y abandonados. Muchas de esas personas también dicen: «Yo no creo, pero admiro a los misioneros que lo dejan todo y se van a servir a los pobres».

Bueno es que los admiren. Pero alguien debe explicarles de dónde procede esa entrega generosa. Ni Teresa de Calcuta habría podido hacer lo que hizo, ni hubiesen podido los misioneros abandonar cuanto tenían si no hubiese latido dentro de ellos un corazón enamorado de Dios. Hay cosas que no se hacen ni por todo el oro del mundo. Sólo por Dios se llevan a cabo.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Por este orden. Teresa de Calcuta pasaba horas ante el Santísimo cada mañana, antes de entregarse a los pobres. Porque el cristianismo comienza con un profundo amor al Dios manifestado en Cristo.

Por eso… ¿te cuesta amar al prójimo? Reza más, ama más a Dios, y amarás más a tus hermanos.

(TOB31)

El que no llora…

BartimeoEs un refrán castellano muy antiguo, pero lo copiaré «reformado» por elegancia: El que no llora… no come. Ya me entendéis.

Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».

Si no hubiera llorado, si no hubiese gritado, Bartimeo hubiera seguido ciego toda la vida. Pero, como gritó, recibió la mejor noticia: Ánimo, levántate, que te llama.

¿Pensáis que no hay quien grite así? ¡Claro que los hay! ¡Muchos! Pero, como no conocen a Cristo, no le gritan a Él. Son ciegos, no tienen fe, y son mendigos, mendigos de afecto. Gritan en Facebook, en Instagram, en Twitter: «¡Miradme! ¡Hacedme caso! ¡Tened compasión de mí! ¡Decid que os gusto!» No gritarían así si no estuvieran sufriendo una terrible necesidad de cariño. Necesitan saber que le importan a alguien. Y, aunque tengan miles de seguidores, nunca se sacian, porque su corazón busca, sin que ellos lo sepan, un Amor mayor.

Acercaos a ellos, no hagáis como los que querían callar a Bartimeo, no los bloqueéis. Decidles, uno a uno: Ánimo, levántate, que te llama. «A Cristo le gustas, a Cristo le importas, Cristo es tu principal seguidor. Alégrate, y síguelo tú a Él».

(TOB30)

La gran tentación

Las tres tentaciones que sufrió Jesús en el desierto se resumen en una, en la gran tentación: un cristianismo sin Cruz. No pases necesidad, convierte las piedras en panes. No sirvas, te daré los reinos del mundo para que te sirvan. Que no te humillen, tírate de aquí abajo y que aplaudan cuando los ángeles te recojan.

Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Santiago y Juan quieren ser cristianos, pero cristianos de gloria, no cristianos de Cruz. Jesús les habla de su cáliz y de su bautismo, pero ellos no quieren entender.

Un cristianismo sin Cruz es compatible con la piedad, siempre que la piedad proporcione consuelos. Un cristianismo sin Cruz es compatible con la adoración eucarística, siempre que esquives las tinieblas de la fe con efectos de luz y sonido. Un cristianismo sin Cruz es compatible con la ética, siempre que la ética no te lleve al martirio. Un cristianismo sin Cruz es compatible con las obras sociales, siempre que te reporten un bienestar emocional.

Un cristianismo sin Cruz es compatible con la mentira, porque es mentira. Quitad la Cruz del centro del cristianismo, y habréis cerrado las puertas del cielo.

(TOB29)

El pobre viejo

Ha pasado a la Historia como «el joven rico», pero yo prefiero llamarlo «el pobre viejo».

Por muchas riquezas materiales que tuviera, aquel día se convirtió en pobre de solemnidad, porque tuvo al alcance la mano la mayor de las riquezas y la dejó escapar. Cuando Jesús se quedó mirándolo, lo amó. Y él, al ser rozado por el brillo de los ojos del Señor, sintió un vértigo terrible y bajó la vista. No quiso sumergirse en aquella mirada, temió ahogarse en ella y no poder salir jamás. Temió enamorarse, dejarse robar el corazón y pertenecer a Cristo para siempre. Se negó a entregarse al Amor. Pero después, al volver a su casa, se dio cuenta de que todas sus riquezas eran basura. Mientras no había conocido el Amor, aún podía gozar de ellas. Pero, tras haber tocado el cielo y haberlo rechazado, todo aquello le sabía a muerte.

Por muy joven que fuera, ese día se hizo viejo de repente. Él frunció el ceño y se marchó triste. La alegría y el entusiasmo de su juventud desaparecieron al instante. Ceño fruncido y mirada triste, como los viejos que ya nada esperan de la vida, porque creen haberlo perdido todo.

(TOB28)

Enamorarse y quererse

En ocasiones, cuando tengo delante a dos pipiolos vestidos de novios que están a punto de pronunciar sus votos matrimoniales, comienzo la homilía diciéndoles: «Estáis aquí, delante de Dios, porque estáis enamorados», y se miran con una carita que parece que me van a pringar de miel los bancos. Termino la frase: «pero no os queréis». Entonces me miran a mí, y me troncho de risa por dentro.

La homilía consiste en explicárselo. Estar enamorados es precioso, todo el mundo debería enamorarse. Pero, al fin y al cabo, es algo que no eliges, como una enfermedad buena que te embriaga el corazón. Cuando estás enamorado, te entregas sin querer, casi te están robando dulcemente la vida.

Pero amarse es querer darse. Esos pipiolos que tengo delante aún no se han entregado la vida, esa tarea está por hacer. Sus «te quiero» pesan poco. Tienen que pasar años, venir los hijos, y las enfermedades, y la vejez. Un solo «te quiero» de un matrimonio anciano pesa como mil «te quiero» de los jóvenes.

Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Eso es el matrimonio: ir haciendo verdad el «te quiero» hasta el sello del último suspiro.

(TOB27)

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