La Resurrección del Señor

Domingos del Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Espiritualidad digital

El pobre viejo

Ha pasado a la Historia como «el joven rico», pero yo prefiero llamarlo «el pobre viejo».

Por muchas riquezas materiales que tuviera, aquel día se convirtió en pobre de solemnidad, porque tuvo al alcance la mano la mayor de las riquezas y la dejó escapar. Cuando Jesús se quedó mirándolo, lo amó. Y él, al ser rozado por el brillo de los ojos del Señor, sintió un vértigo terrible y bajó la vista. No quiso sumergirse en aquella mirada, temió ahogarse en ella y no poder salir jamás. Temió enamorarse, dejarse robar el corazón y pertenecer a Cristo para siempre. Se negó a entregarse al Amor. Pero después, al volver a su casa, se dio cuenta de que todas sus riquezas eran basura. Mientras no había conocido el Amor, aún podía gozar de ellas. Pero, tras haber tocado el cielo y haberlo rechazado, todo aquello le sabía a muerte.

Por muy joven que fuera, ese día se hizo viejo de repente. Él frunció el ceño y se marchó triste. La alegría y el entusiasmo de su juventud desaparecieron al instante. Ceño fruncido y mirada triste, como los viejos que ya nada esperan de la vida, porque creen haberlo perdido todo.

(TOB28)

Enamorarse y quererse

En ocasiones, cuando tengo delante a dos pipiolos vestidos de novios que están a punto de pronunciar sus votos matrimoniales, comienzo la homilía diciéndoles: «Estáis aquí, delante de Dios, porque estáis enamorados», y se miran con una carita que parece que me van a pringar de miel los bancos. Termino la frase: «pero no os queréis». Entonces me miran a mí, y me troncho de risa por dentro.

La homilía consiste en explicárselo. Estar enamorados es precioso, todo el mundo debería enamorarse. Pero, al fin y al cabo, es algo que no eliges, como una enfermedad buena que te embriaga el corazón. Cuando estás enamorado, te entregas sin querer, casi te están robando dulcemente la vida.

Pero amarse es querer darse. Esos pipiolos que tengo delante aún no se han entregado la vida, esa tarea está por hacer. Sus «te quiero» pesan poco. Tienen que pasar años, venir los hijos, y las enfermedades, y la vejez. Un solo «te quiero» de un matrimonio anciano pesa como mil «te quiero» de los jóvenes.

Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Eso es el matrimonio: ir haciendo verdad el «te quiero» hasta el sello del último suspiro.

(TOB27)

Deja que se te vaya de las manos

Me parto de risa con san Juan. Empezó de maravilla, con ese primer encuentro con Jesús a orillas del Jordán en el que le preguntó dónde vivía. Y, tras acompañar a Jesús en la Cruz y contemplar la sangre y el agua, fue un místico. Pero, entre medias, era un bicho, un jovencito impetuoso que mereció ser llamado «hijo del trueno» junto a su hermano (quien también se las traería). Encuentra a un pobre hombre que expulsa demonios en nombre de Jesús y monta un escándalo:

Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros. «Es que, Maestro, esto no puede ser, se nos va de las manos. Si cualquiera va por ahí invocando tu nombre y los demonios le obedecen, esto se nos desmanda. ¡Pon orden, Maestro! Que al menos pasen primero por ventanilla»

Jajaja. Jesús se reiría también: No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. «Abre las manos, Juan, que no puedes retener el agua del Espíritu. Deja que se te vaya de las manos, Dios la encauzará. Anda, descansa un poco, chiquitín».

(TOB26)

El favorito de Dios

Que Dios tiene sus favoritos es algo que no puede dudarse. ¿Acaso no los tienes tú? ¿Quién ha dicho que Dios tenga que tratar a todos por igual? De entre todos los pueblos, escogió a Israel. De entre todos los judíos, escogió a doce apóstoles. Y, de entre todos los apóstoles, escogió a Pedro, Santiago y Juan como sus íntimos. No hay duda; Dios tiene sus favoritos.

Y, aunque Él elige a quien quiere y porque quiere, hoy te da una pista para que seas objeto de especial predilección. «Ponte ahí», parece decir, «y serás el primero para Mí». ¿Dónde?

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y ¿quién es el servidor de todos?

El que siempre saca la basura en casa.

El que siempre escucha a todos.

El que siempre tiene tiempo para los demás.

El que, en lugar de contar sus aventuras y sus ocurrencias, pregunta a los demás y se interesa por sus vidas.

El que no se queja cuando lo echan atrás o no lo tienen en cuenta, sino que da gracias a Dios.

El que siempre perdona.

El que nunca se queja.

El favorito de Dios.

(TOB25)

Lo que Jesús te ha prometido

Una feligresa joven se me ha acercado después de la Misa. Se la veía radiante. «Padre, me han echado del trabajo por Cristo. Le pedí a mi jefe en privado que no blasfemara en mi presencia, porque hería mis sentimientos. A los dos días tenía la carta de despido sobre la mesa».

Pienso en las personas que se enfadan con Dios ante las contrariedades. «Dejé de ir a Misa cuando murió mi madre. Si Dios existe, hubiera escuchado mi oración y mi madre no habría muerto». También he escuchado eso. Si rezo, las cosas deben irme bien. Si no me van bien, no me funciona la religión.

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Cristo no nos ha prometido prosperidad en esta vida. Sé realista. Lo normal, si amas al Señor, es que compartas su Cruz.

Lo que te ha prometido el Señor es: que estará contigo en la contrariedad; que, tras las tribulaciones de esta vida, participarás en su resurrección y en su triunfo final; y que, en medio de las dificultades, serás feliz y serás amado. ¿No es eso mejor que una vida sin «problemas»?

(TOB24)

Un milagro que me sale fatal

Seguramente está inspirado en esta escena evangélica el rito por el que, en el Bautismo, el sacerdote toca con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño mientras dice: «Effetá».

Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»).

Con ese rito, pedimos a Dios que se abran los oídos y los labios del niño, para que escuche la palabra del Señor y la proclame. Pero os debo confesar que es un milagro que me sale fatal. A los siete años, me vuelven a traer al niño para recibir la catequesis de comunión, y descubro que el chavalín no ha escuchado hablar de Dios en su vida, y no sabe ni recitar el Padrenuestro. Claro que la culpa no es del todo mía. ¿Cómo escuchará la palabra si sus padres no se la anuncian? ¿Cómo rezará el Padrenuestro si sus padres no se lo enseñan?

¿Cómo andas tú de oído? ¿Escuchas a Dios? ¿Qué te ha dicho hoy?

¿Cómo andas de facilidad de palabra? ¿Hablas con Dios? ¿Hablas de Cristo a quien no lo conoce?

«¡Effetá!» (a ver si ahora…)

(TOB23)

Gente sostenible

La sexta bienaventuranza promete que los limpios de corazón verán a Dios. Es como si te dicen que quien tenga las gafas limpias verá las nubes. En esta vida, a Dios lo vemos con el alma. Si el corazón está sucio, el alma está ciega. Y, creedme, ver a Dios es, en esta vida, la dicha suprema.

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Los judíos tenían un concepto carnal del pecado. La pureza, para ellos, consistía en tener las manos limpias. Me acuerdo de la pandemia de 2020, menuda obsesión con el gel hidroalcohólico, yo casi me dejo la piel de las manos en los enjuagues. Pero nuestra sociedad es así: si no fumas, si reciclas, si eres verde y sostenible estás salvado… ¿de qué? Preferiría ir al cielo con mi pipa que ir al infierno con el tapón pegado a la botella de agua.

Cuidad, ante todo, la limpieza del corazón. Confesad con frecuencia, amad a la Virgen, sed castos, mirad al cielo diariamente en vuestra oración. Y, luego, los envases de plástico al cubito amarillo.

(TOB22)

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