La Resurrección del Señor

Semana Santa – Espiritualidad digital

Dios mío, Dios, mío, ¿Por qué me has abandonado?

viernes santo

«Aquí está reunido todo el sufrimiento de la Humanidad». Estas palabras las escuchó, en el mismo Monte Calvario, un peregrino que allí se encontraba en oración. El Hijo de Dios descendió, en este viernes, a las profundidades del dolor y de la muerte, para hacer suyas todas las soledades, todas las lágrimas de todos los hombres, consecuencia de nuestros pecados. Y, desde esa profundidad terrible, lanzó un grito estremecedor:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).

Es el clamor de quienes se preguntan dónde está Dios desde los horrores de una guerra, de las madres que ven a sus hijos consumirse en el infierno de la droga, de la mujer joven que ha perdido a su bebé, de los miles de abortos tirados a la basura, de los ancianos que mueren de soledad…

Esa pregunta quedará abierta esta tarde. Sólo al tercer día, cuando la muerte se rompa definitivamente, recibiremos la respuesta: «Porque hay cielo. Y la Cruz es su puerta».

Por eso hoy, sobrecogidos, «mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Encuentra en ese árbol tus pecados, tus sufrimientos, tus soledades… y a tu Amor. Estás siendo redimido.

(VSTO)

Hasta el extremo

Sólo Juan, el apóstol que reposaba su cabeza en el pecho de Jesús, puede decirnos qué ocurría en el interior de aquel corazón afligido por la angustia durante la noche de este jueves. Lo grande es que nos lo dice.

Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre… Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía…

En primer lugar, sabía que su hora había llegado. Para esto he venido, para esta hora (Jn 8, 27). Su «sí» al Padre se iba a consumar hasta la entrega de su último aliento.

En segundo lugar, sabía que todo estaba en sus manos, que la redención de los hombres dependía de su obediencia en aquella hora. Miraba a los suyos, miraba a los de lejos, te miraba a ti, me miraba a mí y pensaba: «No puedo fallaros».

En tercer lugar, sabía que su destierro llegaba a su fin. Volvía a su Padre a través de un bosque de tinieblas.

Por eso los amó hasta el extremo. Todo llegará hasta el extremo en estos días. Y ese extremo, la muerte, saltará hecho pedazos. Tras él, la Vida.

(JSTO)

Un deber de amistad

Comencemos también hoy nuestra oración con un salmo: Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad (Sal 55, 13-15).

En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar. Al Señor le dolió más la traición de Judas que todos los desprecios de Caifás y de Herodes, todos los latigazos de los soldados y todas las burlas de los fariseos. Porque Judas era su íntimo, su elegido, el que comía con Él: Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme (Sal 41, 10).

¡Qué terrible responsabilidad, la de quienes comulgamos a diario! ¿Sois conscientes de que nuestros pecados hieren mucho más el corazón de Cristo que los de quienes no lo conocen? Jamás frivolicéis con el pecado venial. Porque quizá hiera mucho más al Señor un pecado venial nuestro que un pecado mortal de quien está lejos.

Con todo, a estas palabras también podéis darles la vuelta: Nadie puede consolar a Jesús como nosotros, sus amigos. Permanezcamos a su lado esta Semana Santa.

(XSTO)

¿Podré seguirte hoy?

El salmo 88, preanunciando la Pasión de Cristo, dice: Alejaste de mí amigos y conocidos; mi compañía son las tinieblas (Sal 88, 19). Y Jesús, en el evangelio de hoy, dice: ¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces. El abandono de los suyos cubre el corazón de Cristo de tinieblas. Traición, cobardía y debilidad harán que sus amigos lo dejen solo en manos de sus enemigos. Ellos, los enemigos, sí velarán y lo acompañarán… hasta matarlo.

Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: «Donde yo voy no podéis venir vosotros». Da miedo. Uno se siente como un niño que se pierde. Si te abandonamos, ¿adónde iremos sin Ti, Jesús? Menos mal que, aunque lo que dijiste a los judíos nos lo dices hoy a nosotros, no terminas la frase de la misma manera. Porque entonces añadiste: Y moriréis en vuestros pecados (Jn 8, 24). Ahora, sin embargo, dices: Me seguirás más tarde.

Pero ya es demasiado tarde, ya te he dejado solo demasiadas veces. ¿Podré seguirte hoy?

(MSTO)

María de Betania y María Magdalena

Abrochaos el cinturón, que vamos a entrar en una polémica de siglos cuyo desenlace no se conocerá hasta que el Señor vuelva.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Esta María, hermana de Marta y Lázaro, ¿es María Magdalena, la que estuvo al pie de la Cruz, la que vio al Señor resucitado, y de quien Jesús había expulsado siete demonios?

Yo no sé a ciencia cierta si María de Betania es María Magdalena. Pero, desde luego, sé que se parecen muchísimo ambas Marías. Ambas son mujeres eucarísticas, se aferran al cuerpo del Esposo y, más concretamente, a los pies. María de Betania se sienta a los pies de Cristo y los unge en el Calvario. María Magdalena los abraza en la Cruz y se arroja a abrazarlos en el huerto de José de Arimatea. Ambas aman a Cristo desesperadamente, y ambas lo hacen sin el menor respeto humano.

Personalmente, estoy convencido de que son la misma. Pero, aunque no lo fueran, sé que, si no aprendemos a amar a Cristo así, nos perderemos lo mejor de la vida. Y de la eternidad.

(LSTO)

¿Quién te acompañará hasta el Viernes?

Es inevitable, ante la conmemoración de la entrada de Cristo en Jerusalén, el recuerdo de las multitudes que, cinco días después, gritaron enfurecidas pidiendo su crucifixión. ¿Qué sucedió? ¿Cómo pudieron, en tan poco tiempo, cambiar las tornas de un modo tan dramático contra el Hijo de Dios?

La primera respuesta tiene que ver con los movimientos de masas: La multitud alfombró el camino con sus mantos. La masa es un monstruo amorfo que devora las almas de los hombres. El hombre se introduce en la masa, disuelve en ella su alma y se deja llevar. Quien hoy grita: «¡Hosanna!», mañana gritará: «¡Crucifícalo!». Todo depende de quién mueva los hilos.

Una segunda respuesta nos lleva al profeta: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica. ¿Lo miraron? ¿O vieron lo que querían ver: un mesías que les resolviera los problemas de la vida? Quizá eso explicara los gritos de condena cuando lo vieron coronado de espinas. ¿Qué problemas te va a resolver un varón de dolores?

Creo en la relación personal, íntima, con Cristo. Creo que ese amor llevó junto a la Cruz a María y a Juan. Y quisiera que me llevase a mí también.

(DRAMOSA)

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