Cristo en su Pasión

Semana Santa – Espiritualidad digital

Silencio en la tierra y en el cielo

Aquí estoy, escribiendo estas líneas cuando quisiera estar callado. Y predicaremos en los Oficios de nuestras parroquias, debemos predicar… Pero hoy lo que pide el alma es silencio. ¿Cómo alzar la voz ante la Palabra encarnada que cuelga, ya silente, de un madero? No quiero hablar, quiero postrarme y sumergirme con Él en las tinieblas, ser enterrado con Él y morir, morir de una vez por todas acurrucado en la gruta de ese costado abierto.

La salida de los Oficios de Viernes Santo es silenciosa. Porque Dios ha terminado de pronunciar su «te quiero» sobre la tierra. ¿Quién se atreverá a abrir los labios? Se ha oscurecido el sol, ha temblado la tierra, se ha rasgado el velo del templo, se han abierto las rocas. El cosmos entero nos ha gritado: «¡Callad!». El Señor Dios ha hablado, ¿quién no profetizará? (Am 3, 8). El Señor Dios ha callado, ¿quién se atreverá a abrir la boca?

Sólo si callas, si te abrazas a ese cuerpo entregado como la Virgen o la Magdalena y te sumerges en ese silencio, entenderás que nunca habla Dios con más poder y dulzura que cuando calla. Sus silencios son Palabra, y sus tinieblas son luz.

Cállate.

(VSTO)

No temas, que es Amor

Me dices que te entristece la Semana Santa. Y te respondo que no tengas miedo, que nos adentramos en una historia de Amor.

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Es Jesús diciéndote: «No te puedo querer más». Ese Amor que siente por ti es tan fuerte que ya no puede contenerlo en el corazón, y saldrá esta tarde a borbotones en tres regalos:

La Eucaristía. ¿Acaso quienes se aman no se entregan el cuerpo? Abrazos, besos, caricias, sonrisas… Jesús te entrega su cuerpo entero, abrasado en el Amor con que te ama. Devóralo con fervor, ama a quien así se te entrega.

El sacerdocio. Hoy es día de fiesta para los sacerdotes. Felicita a los tuyos. Y felicítate, porque Jesús, para que lo sientas cerca, se hace presente en ese hombre que consagra para ti el pan y perdona tus pecados.

El Mandamiento Nuevo. Por si esto fuera poco, Jesús te entrega su corazón para que ames como eres amado. No dejes que ese mandamiento siga siendo «nuevo». Estrénalo.

Y, a la vista de todo esto, ¿te sigue entristeciendo la Semana Santa? Habrá dolores, desde luego. Pero es tanto el Amor…

(JSTO)

El espíritu de Judas

¿De verdad pensáis que fue por dinero?

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata.

¡Qué va! Para empezar, la traición de Judas no fue un arrebato de un momento. Se fraguó poco a poco, en el horno de la deslealtad. Ya tras el discurso del Pan de vida, sabemos que el corazón del Iscariote estaba podrido: ¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo (Jn 6, 70).

Judas estaba dentro, en el colegio apostólico, pero su corazón estaba fuera. Si traicionó a Jesús, no fue por dinero; fue porque no lo soportaba, le había juzgado en su interior mil veces. Y el escándalo que el discurso del Pan de vida provocó en muchos anidó también en su corazón, aunque con una diferencia: él no se marchó, se quedó en el grupo de Jesús, y así introdujo a Satanás en el colegio apostólico.

El espíritu de Judas vuelve a la Iglesia cuando un cristiano reniega del Papa o siembra la desconfianza sobre él. Estemos vigilantes.

(XSTO)

Una culpa anunciada

¿Pudo Pedro no negar al Salvador? Una vez que Jesús le dijo: No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces, ¿era la traición su destino inevitable? Si no conozco mi futuro, soy libre para escribirlo. Pero si Dios mismo me desvela lo que haré, ¿podré escribir, con mi propia letra, palabras distintas de las anunciadas por Él?

Podré. Y Pedro pudo no negar. Más aún: Si Jesús le anunció su pecado fue, precisamente, para que lo evitase. Como una madre que, viendo a su hijo salir de casa sin abrigo en invierno, le advierte: «Te vas a resfriar». ¿Acaso no es una forma de pedirle que se ponga el abrigo?

Lo único que podemos concluir es que Simón estaba sobre aviso. Y que, aun estando sobre aviso, no evitó el pecado.

Adonde yo voy no me puedes seguir ahora. No me puedes seguir ahora, porque amas más tu propia vida que a mí. Si cambiaras tus amores, si me amases como yo te amo, más que a tu vida, podrías venir conmigo.

No pecamos porque odiemos a Cristo. Pecamos porque amamos más nuestra propia vida que a Él. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

(MSTO)

¿Qué romperás tú?

La Pasión de Cristo no es todo crueldad. Hay en ella detalles preciosos de ternura. Jerusalén, como la Humanidad, se dividirá en dos bandos desiguales: el de los verdugos y el de la Víctima. Pero junto a la Víctima, junto al Cordero, está su esposa, la Iglesia. No quiso Dios que su Hijo sufriera solo.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. La Iglesia está representada, en el mosaico de la Pasión, por la Virgen y las santas mujeres. Ellas son el consuelo de Cristo. Al ungir María los pies del Señor, la Iglesia devolvía a Jesús, por adelantado, el lavatorio de pies de los apóstoles, y profetizaría la unción de su sepultura.

Allí es donde queremos estar. Ése es nuestro lugar en la Pasión. Junto a la Virgen, la Magdalena y Juan. También nosotros, como ellos, queremos confortar al Señor.

María rompió un frasco de alabastro lleno de perfume para ungir a Cristo. ¿Qué vas a romper tú en estos días para derramarlo a sus pies?

¿Te doy una idea?: Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias (Sal 50, 19).

(LSTO)

Bendito el que viene en nombre del Señor

Domingo de Ramos. Hoy veremos a Cristo entrar en Jerusalén entre aclamaciones. Veremos cómo las multitudes lo proclaman rey. Y, en nuestras calles, también los ramos, palmas y cantos lo aclamarán. Pero no nos engañemos. Los mismos que lo acogieron con vítores lo mataron cinco días después.

El mundo sigue sin estar preparado para este rey. ¿Cómo va a acoger al rey manso, que viene montado en un pollino, un mundo que, mientras abomina de la guerra, consagra el derecho a matar a los niños en el vientre de su madre? Quien mata al indefenso matará también a Cristo.

Recibámoslo nosotros bien, dejemos que encuentre acogida en nuestros corazones. Abrámoslos de par en par. Porque tener a Cristo a las puertas es cómodo. Salgo de vez en cuando, le rezo y vuelvo a entrar en mi vida, en mi reino. Pero abrirle y dejar que entre a tomar posesión de cuanto soy y cuanto tengo es maravilloso. Mi tiempo, mi dinero, mi ocio, mi trabajo, mis pensamientos, mis afectos… ¡Todo!

Entonces será rey. Y su Pasión, que contemplaremos en los próximos días, será también la mía.

Sólo así podré gritar, de corazón: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

(DRAMOSC)

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