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Semana Santa – Espiritualidad digital

La lámpara que colgó Dios en nuestras sombras

«Padre, no soporto estos días, me parecen odiosos. Todo es dolor y muerte, no quiero vivirlos, me entristecen». He escuchado estas palabras hace menos de una semana, y no me las quito de la cabeza. Porque las comprendo. Yo no me hubiera atrevido a decirlas, pero también están en lo profundo de mí, en uno de esos sótanos que procuro guardar cerrados.

Lógicamente, son palabras de un cristiano. Quien aprovecha estos días para tomar vacaciones no tendrá más preocupación que la previsión del tiempo en la playa. Pero a la persona que me hablaba, y a los apóstoles, y a mí, el Gólgota se nos muestra como un manto de tinieblas.

Respondí que, para afrontar estos días, necesitamos una dosis de realismo, una gota de fe y toneladas de amor. Las tinieblas son nuestras; ojalá no hubiésemos pecado. Pero ese manto de sombras y muerte lo hemos tejido nosotros.

No es día de tinieblas. Es el día en que nuestras tinieblas son iluminadas por el Cuerpo entregado del Señor. De la muerte no se escapa en dirección a la playa; a la muerte la vence Cristo adentrándose en ella y colgando en su mismo centro, como una lámpara, el Crucifijo.

(VSTO)

Si no te lavo, no tienes parte conmigo

Comienza el Triduo Pascual. Y, aunque el calendario marque tan sólo tres días hasta el domingo, la Iglesia, unida a su Señor, va a cruzar un abismo de tinieblas que hará que esos días parezcan siglos. Nunca ha pasado tanto tiempo entre tres puestas de sol.

Sólo le pido a Dios que sepamos encontrar nuestro sitio. Y no es, no puede ser, el del banco de la iglesia, desde donde se contempla a distancia la agonía del Salvador mientras se derraman unas lágrimas de bisutería. La sangre queda lejos de ese banco; se ve, pero no salpica.

Si no te lavo, no tienes parte conmigo.

Aquella agua, con la que Jesús lavó los pies de Simón, anunciaba otra agua que, mezclada con sangre, manaría del costado del Salvador horas después. Y en ese manantial necesitaremos lavarnos no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.

Es tarde. Levantémonos del asiento, acompañemos al Señor, peguémonos a Él, entreguemos con Él la vida, y recibamos, ya en el Gólgota, la aspersión de esa sangre que lavará nuestras culpas y nos devolverá a la vida como hombres nuevos, como cristianos.

Abracémonos, como Juan, a la Virgen. Ella nos llevará hasta allí.

(JSTO)

Una historia que aún puede cambiar

El relato de la traición de Judas es sobrecogedor: Les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata.

Una vez más, lo fácil es sentarme a juzgar al traidor, mientras entono el «Pío, pío, que yo no he sido». Pero lo fácil no me ayudará a adentrarme en la Pasión de Cristo; allí no hay nada fácil.

Tengo que mirarme en Judas. Tengo que reconocerme a mí mismo en decisiones y pecados que hicieron exclamar, también por mí, al Señor: Más le valdría no haber nacido. Y es cierto, porque la vida, sin Cristo, no merece ser vivida. Y yo tomé decisiones que me alejaron de Él.

Tengo que saber cuáles fueron mis treinta monedas. Y, desde allí, desde la piel misma de Judas con que tantas veces me recubrí, quiero cambiar la historia. Quiero, en este día, a las puertas del Triduo Pascual, implorar la contrición que Judas no tuvo; quiero llorar las lágrimas que él no lloró, y, sobre todo, quiero acercarme a la Cruz en lugar de a la horca. Que también Judas murió colgado de un árbol. Del árbol equivocado.

Quiero ir contigo, Jesús.

(XSTO)

La pasión de Pedro, la de Judas, la de Cristo

El miedo a la Cruz tiene su origen en la debilidad humana y en las insidias de Maligno. Satanás se aprovecha de la repugnancia que te causa el sufrimiento, y te susurra al oído: «Si te acercas a Cristo crucificado, sufrirás». Mejor no dialogar con él, pero deberías decirte a ti mismo: «¿Acaso no sufriré si me alejo?».

Uno de vosotros me va a entregar… No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces.

Hay una pasión de Pedro, y también una pasión de Judas, como hubo una pasión del mal ladrón. La de Pedro duró unos días, la de Judas acabó en suicidio, y la del mal ladrón en una muerte sin consuelo. Son pasiones terribles, pasiones sin Cristo que se sufren a solas. Sólo Juan, el buen ladrón y la Virgen sufrieron la Pasión de Cristo y participaron de aquel misterio de Amor que endulzaba cualquier sufrimiento. Pedro, porque amaba a Jesús, se unió más tarde. Pero antes tuvo que padecer la soledad.

Que no te engañen. Quien no sigue al Señor también sufre su pasión; todos tenemos la nuestra. Tomemos, pues, nuestra cruz, unámosla a la de Cristo, y convirtamos en amor el dolor.

(MSTO)

La que amó mucho

Las fiestas de sociedad suelen ser un mosaico de vanidades. Todo el mundo quiere dar su mejor cara, todo el mundo quiere ser bien visto… Todos miran y son mirados. Pero, en aquella fiesta, la anfitriona enloqueció y olvidó el ejército de ojos escrutadores que la rodeaban para fijar su atención en unos pies.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Sorprende la falta de respetos humanos de María a la hora de mostrar su amor al Señor. Le da igual lo que piensen y lo que digan, las acusaciones de Judas no le afectan, lo políticamente correcto le resbala. Sólo tiene ojos para Cristo.

Ojalá también nosotros seamos muy libres a la hora de mostrar que amamos al Señor. Quizá no podamos ser ejemplo de virtudes, quizá lo hagamos todo mal, pero que nadie pueda negar que estamos enamorados. Cuando los invitados vieron a María no pensaron «qué buena es», sino «cuánto ama a Jesús». No estaría mal que dijeran de ti: «Éste es bobo, pero ama al Señor». Con perdón, claro.

(LSTO)

El Señor te necesita

Adivina adivinanza: ¿Qué frase se repite dos veces en el evangelio que escucharás hoy antes de la procesión de Ramos? Solución:

«Si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, le diréis así: “El Señor lo necesita”». Y, más adelante: Los dueños les dijeron: «¿Por qué desatáis el pollino?». Ellos respondieron: «El Señor lo necesita».

Dios no necesita nada. Pero Cristo, Dios hecho hombre, ha querido hacerse pura necesidad, como nosotros. Y necesitó la leche de su madre para crecer, y los cuidados de José para sobrevivir, y el agua de la samaritana para beber, y el apoyo de un pollino para entrar en Jerusalén.

Y, en estos días, te necesita a ti. Sí, a ti, que ya estabas pensando en pasar una semana en la playa haciendo surf. Y a ti, que has decidido pasar la Semana Santa pendiente de Cristo. A los dos os necesita Jesús, porque va a pasar por las horas de mayor soledad y tristeza por las que ningún hombre ha pasado jamás. Y necesita compañía, consuelo, cariño y desagravio.

Lo que no necesitaba Jesús eran nuestros pecados. Y nosotros, sin embargo, se los dimos. Démosle, en estos días, nuestro consuelo, porque Jesús, realmente, lo necesita.

(DRAMOSC)

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