Aquí estoy, escribiendo estas líneas cuando quisiera estar callado. Y predicaremos en los Oficios de nuestras parroquias, debemos predicar… Pero hoy lo que pide el alma es silencio. ¿Cómo alzar la voz ante la Palabra encarnada que cuelga, ya silente, de un madero? No quiero hablar, quiero postrarme y sumergirme con Él en las tinieblas, ser enterrado con Él y morir, morir de una vez por todas acurrucado en la gruta de ese costado abierto.
La salida de los Oficios de Viernes Santo es silenciosa. Porque Dios ha terminado de pronunciar su «te quiero» sobre la tierra. ¿Quién se atreverá a abrir los labios? Se ha oscurecido el sol, ha temblado la tierra, se ha rasgado el velo del templo, se han abierto las rocas. El cosmos entero nos ha gritado: «¡Callad!». El Señor Dios ha hablado, ¿quién no profetizará? (Am 3, 8). El Señor Dios ha callado, ¿quién se atreverá a abrir la boca?
Sólo si callas, si te abrazas a ese cuerpo entregado como la Virgen o la Magdalena y te sumerges en ese silencio, entenderás que nunca habla Dios con más poder y dulzura que cuando calla. Sus silencios son Palabra, y sus tinieblas son luz.
Cállate.
(VSTO)