La Resurrección del Señor

Pascua – Espiritualidad digital

Un nuevo Pentecostés

Por favor, tómate muy en serio esta pregunta: ¿A cuántas personas que no creen has hablado de Cristo en la última semana?

Es increíble que me estés leyendo. Es increíble que yo esté escribiendo estas líneas. Es increíble que haya, en este mundo, miles de millones de personas convencidas de que un hombre resucitó hace veinte siglos. La Iglesia debería haberse extinguido en veinte años. Tras la muerte de Jesús, sus pocos seguidores estaban aterrados y escondidos, metidos en un cenáculo como un ratón en su ratonera, como la llama de un cirio bajo el cazo del apagavelas.

Pero, en Pentecostés, el Espíritu abrasó los corazones de aquellos hombres, haciéndolos salir como antorchas que incendiaron la tierra. Y, en tres siglos, el mundo era cristiano. Aquel fuego, con el paso del tiempo, cruzó el Océano y América fue pasto de las llamas.

Hasta hace poco más de dos siglos. Desde la Revolución Francesa, presos de una estúpida vergüenza, los cristianos nos replegamos en nuestros cenáculos. Salvando honrosas excepciones, ya no hablamos de Jesús más que en el templo.

¿A cuántas personas que no creen has hablado de Cristo en la última semana?

¿Cómo no pedir, a gritos, un nuevo Pentecostés?

(PENTA)

El mundo está lleno de personas

Os parecerá una tontería, pero a mí no deja de asombrarme. Detengo mi automóvil en un semáforo, en el centro de Madrid. Y cruzan ante mí decenas de rostros desconocidos. Cruzo un pueblo perdido del norte de España, y veo en sus aceras a una mujer joven con un niño. Subo al tren, y encuentro sentadas a más de veinte personas a quienes nunca he visto. Y pienso: El mundo está lleno de personas. Qué estupidez, ya lo sabemos. Pero tras cada rostro hay una historia, unos padres, un sufrimiento, unas ilusiones, un misterio. Todos son distintos, ni uno de ellos está repetido. Y sólo puedo asombrarme y rezar. Jamás podré desentrañar esos misterios habitados por la mirada amorosa de Dios.

Señor, y este, ¿qué? ¡Pobre Simón! ¿Cómo vas a desentrañar el misterio de tu hermano? Póstrate ante él, venéralo como a una imagen misteriosa de Dios, como a un cosmos infinito en miniatura, pero no quieras desentrañarlo. Quisiera decirte: «¡Métete en tu vida!».

Con mejores palabras te lo dice Jesús: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme. Ocúpate en ser santo tú. Y todas las personas que habitan este mundo se beneficiarán.

(TP07S)

Cuando no basta un «te quiero»

Una sola vez, en el Evangelio, dice Jesús a sus apóstoles que los ama: Como el Padre me amó, así os he amado yo (Jn 15, 9). Horas después de estas palabras, el Señor pendía de una cruz. Como era el Hijo de Dios, un solo «te quiero» salido de sus labios, y sellado después en el Madero, bastaba para llenar de Amor la historia de los hombres.

Con el hombre nunca basta un «te quiero». Somos volubles, fácilmente nos echamos atrás. Por eso a los enamorados les gusta escucharlo muchas veces. Y, también por eso, Jesús pidió a Simón que por tres veces respondiera: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Avergonzado por el recuerdo de sus tres negaciones, Pedro puso tres «te quiero» donde antes había puesto tres «no lo conozco»: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Y, tras cada uno de ellos, Jesús le pidió que lo sellara, como había sellado Él su «te quiero» en la Cruz: Apacienta mis ovejas.

Dile al Señor muchas veces que lo amas. Le gusta escucharlo. Pero escúchale tú también a Él cuando, tras cada palabra de amor, te responde: Apacienta mis ovejas. «¿Me quieres? Hazlo verdad. Tráeme almas».

(TP07V)

Dulce secuestro

Dijeron los ángeles a los apóstoles, mientras el rostro del Señor se ocultaba tras una nube: El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo (Hch 1, 19). De modo que Jesús «fue llevado» al cielo. ¿Por quién? Por el mismo por quien fue traído a las entrañas de la Virgen: por el Espíritu Santo. El mismo Espíritu que estamos a punto de recibir nosotros en unos días.

Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria. Y es que el Paráclito viene a «secuestrarnos» dulcemente para llevarnos al cielo. Y no va a fulminarte con un rayo para que, después de muerto, emprendas el viaje. Va a llevarte al cielo en esta vida, porque va a elevar tu alma sobre todo lo creado y la va a hacer reposar en Cristo. Mira lo que dice el Apóstol: (Dios) nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él (Ef 2, 6).

¡Qué gracia! En lugar de esperar al Espíritu diciéndole: «¡Libérame!», le esperaremos diciéndole: «¡Secuéstrame!». Ese dulce secuestro es nuestra liberación.

(TP07J)

Aunque no somos de aquí…

prensaVas de viaje, y haces una parada para comer en uno de los pueblos del camino. Antes de comer, decides dar un paseo, y un par de turistas, tan despistados como tú, te preguntan: «¿Me dice dónde hay una farmacia?». ¿Qué respondes? Pues, ¡qué vas a responder!: «Lo siento, no soy de aquí». Esta respuesta es válida para ese pueblo en que te detuviste para comer. Pero no lo es si, durante tu camino al cielo, te preguntan por este mundo.

No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Hemos sido rescatados por Cristo. No somos de aquí, somos ciudadanos del cielo. Pero amamos este mundo y, mientras caminamos, queremos saberlo todo de él. ¿Cómo, si no, lo redimiremos? Un cristiano seglar no puede saberlo todo de la Biblia y no saber nada de lo demás. Tienes que leer la prensa, saber de política, ver series de tv, conocer cómo va la liga de fútbol, leer novelas… Hasta de la prensa rosa hay que tener noticia. ¿Cómo caminas por aquí sin saber quiénes son Ana Obregón o Vinicius? Si primero no hacemos nuestros los afanes de los hombres, no podremos pretender que ellos compartan nuestro afán por Cristo.

(TP07X)

Nuestra hora

Concluye Jesús sus palabras de despedida y, antes de salir del Cenáculo, eleva los ojos al cielo: Padre, ha llegado la hora.

El comienzo de la oración sacerdotal es seco, estremecedor: Ha llegado la hora, esa hora tan esperada desde las bodas de Caná, y que ha ido conformando el ruido de fondo de un tictac, de un reloj en marcha atrás, durante todo el evangelio de Juan. Las manillas han llegado a las doce. Nunca había sido tan tarde. Nunca había sido la noche tan oscura. Jesús es consciente de que en esa hora todo está en juego, de lo mucho que depende de que Él esté a la altura, sea fiel y glorifique a su Padre.

No sé si lo somos nosotros. ¡Dios mío! Cuántas cosas dependen de nuestra fidelidad. Creemos que ayudaremos a los demás porque digamos frases acertadas o hagamos lo correcto, y no es así. Lo que los demás necesitan es que seamos fieles, que comencemos nuestra oración a su hora (¡nuestra hora!), que cumplamos con esas mortificaciones que nos habíamos propuesto, que nos levantemos de la cama a la primera, conscientes de que «nuestra hora» llega cuando suena el despertador… Así redimiremos la tierra.

(TP07M)

“Tú, pecador

Cuando Jesús se corrigió a sí mismo

Mientras Jesús se despide de sus amigos, de repente interrumpe el discurso y se corrige a sí mismo: Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo.

¿Qué pensamiento cruzó su cabeza durante aquel «mejor», qué le hizo cambiar del futuro al pasado el tiempo verbal? Mientras hablaba en futuro de esa hora en que sus amigos se dispersarían, pensaba en Getsemaní. Pero, al mirarlos, sus ojos se posaron en aquella silla vacía, la de Judas. Y, sobre la marcha, cambió el discurso: Mejor, ya ha llegado.

Y, tras el atrevimiento con que el sacerdote se introduce en el pensamiento del Hijo de Dios, respaldado por un apóstol que afirma que tenemos la mente de Cristo (1Co 2, 16), llevemos la aventura hasta el final. Miremos a los ojos del Señor y escuchemos su llanto durante ese «mejor»:

«No te vayas también tú, quédate a mi lado, no me dejes solo. Porque, si te alejas de mí, en el mundo tendréis luchas. Quédate conmigo, yo he vencido al mundo, en mí encontrarás la paz. Y yo te llevaré, a través de la Cruz, al cielo».

(TP07L)

“Tú, pecador

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