Pero ¿a dónde iban esos dos? Dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios. Iban a la tumba. Mientras la Magdalena lloraba en el sepulcro, ellos se alejaban del sepulcro e iban a la tumba. A la suya, claro. Como tanta gente. Habían conocido la Vida, la habían acompañado hasta la frontera, y se habían dado la vuelta. Ahora se dirigían a Emaús para morir allí. ¡Qué viaje tan triste!
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Quizá no tenga importancia, pero me llama la atención. Es la única aparición en que Jesús camina. Y camina con quienes se dirigen a la tumba. Durante el camino los cautiva, les habla de Dios, parte para ellos el pan y… Y, de nuevo, ese momento de luz, el mismo que iluminó el alma de María y de Juan.
Entonces el camino se invierte. Se volvieron a Jerusalén. Vuelven de la tumba, están resucitados, les brilla el rostro como a Moisés.
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba (Col 3, 1). Date la vuelta, resucita, vuelve de la tumba, camina hacia el cielo.
(TP01X)