La Resurrección del Señor

Pascua – Espiritualidad digital

Déjate quemar

El otro día, mientras explicaba a unos niños el misterio de Pentecostés, uno de ellos, de ocho años, me preguntaba: «¿Y no se les quemaban los pelos a los apóstoles con ese fuego sobre sus cabezas?»

Pues no. No se les quemaban los pelos. Se les abrasaba el corazón. Aquellos apóstoles, fríos y acobardados aún por el miedo a la muerte, se incendiaron en Amor y se precipitaron a las calles para anunciar a grandes voces el nombre de Cristo.

La gente se apasiona con menudencias como el deporte o la política. Cuando ves a una mujer que ostenta altas responsabilidades en el gobierno de tu nación dando botes y aplaudiendo como si fuera una cheerleader en un campo de fútbol te acabas preguntando si estás en buenas manos.

Sin embargo, qué pocos cristianos se apasionan con Cristo, que es quien merecería toda la pasión de todos los corazones. Se aburren en misa, se conforman con «cumplir»… No les arde el corazón. Diríase que se mantienen a distancia del Fuego, como para caldearse sin quemarse. Qué lástima.

No te quedes mirando. Es Pentecostés. Acércate, quémate, abrásate. Y, entonces, no te tendré que decir que anuncies. Porque, si te callas, reventarás.

(PENTB)

Señor de la vida y de la muerte

Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de Juan son toda una declaración de su majestad:

Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?» Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?».

Si quiero que se quede hasta que yo venga significa: «Soy Señor de la vida y de la muerte. Vuestra vida está en mis manos. Yo decido cuándo venís, y decido cuándo os marcharéis. Yo he vencido a la muerte, permanezco vivo y volveré a su tiempo». Nunca, antes de morir, Jesús había hablado con tanta claridad sobre su realeza y su poder.

Pienso en quienes, tantas veces, me dicen: «Padre, yo no sé qué hago ya en este mundo. Soy viejo y no sirvo para nada. ¿Por qué no me lleva ya el Señor con Él?». Y pienso, también, en quienes me dicen: «Padre, pídale a Dios que me sane, no quiero morir todavía, no estoy preparado»… Siempre respondo lo mismo: «Déjale eso al Señor. Él sabe».

Mi vida, Señor, es tuya. Tú decides. Me quedaré hasta que Tú digas. Tú me guardarás mientras me quede, y me llevarás al cielo contigo cuando decidas que debo marchar.

(TP07S)

El resumen del cuarto evangelio

SimónVa terminando la Pascua y, con ella, el evangelio de san Juan. Como si quisiera, en sus últimas páginas, condensar su esencia, al final todo el relato se resume en una pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Y es que el cuarto evangelio es, principalmente, una historia de Amor. Todas sus páginas se resuelven en un romance humano y divino: Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais (8, 42). Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor (15, 9). El Padre mismo os quiere (16, 27). Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (14, 15). Los has amado a ellos como me has amado a mí (17, 23)… La lista completa sería casi interminable.

Éste es el resumen del evangelio de san Juan: La salvación del hombre consiste en amar a Jesús y acoger su Amor. Y ese Amor es el Espíritu, a quien con tantos deseos esperamos. Él es fuego tomado del corazón de Cristo y prendido en el corazón del cristiano. Él es, también, fuego del corazón del cristiano ofrecido a Cristo. Y Él es, por último, el fuego con que la Iglesia quiere incendiar la tierra.

¡Ven, oh Santo Espíritu!

(TP07V)

El gran deseo de Cristo

La oración sacerdotal de Jesús es la expresión de su gran deseo, del anhelo que movió a encarnarse al Hijo de Dios: Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros. Y ese deseo sólo lo cumplirá el Espíritu Santo, derramado como respuesta al sacrificio de Cristo. Ese Espíritu, que es el Amor del Padre y el Hijo, une en un solo cuerpo a todas las almas en gracia. A ese Espíritu lo esperamos anhelantes en Pentecostés.

En muchas parroquias estamos rezando estos días el decenario al Espíritu Santo. Porque sabemos que al Paráclito hay que prepararle el camino. Y no lo hacemos sólo rezando; queremos que, cuando llegue, nos encuentre realizando su obra.

Su obra es la unidad de los hombres en Cristo. Por eso, actuaríamos contra el Espíritu si no fuéramos, cada uno, fermento de unidad. ¿Acaso podrá el Consolador unir a los hombres si nos encuentra juzgando a los hermanos, chismorreando de unos, hablando mal de otros, o fomentando divisiones en la Iglesia?

Más bien, preparémosle el camino siendo, cada uno de nosotros, fermento de unidad allí donde estemos. Sanemos las heridas del Cuerpo de Cristo.

(TP07J)

No hay salvación fuera de Cristo

Qué frecuente, y qué peligrosa es esa convicción que lleva a muchos a pensar que, como Dios es bueno, al final todas las almas se salvarán. Y, por tanto, si pido por mi hijo, pediré que encuentre un buen trabajo y una buena novia. Lo de que no quiera ir a Misa ni confesarse no creo que sea problema. Con lo bueno que es Dios, no acabará en el infierno.

Del infierno, precisamente, viene esa falsa tranquilidad. Es un narcótico con que el Maligno adormece las conciencias, para que no participen de la angustia de Cristo por la salvación del hombre. Porque lo cierto es que las cosas no son así:

Yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Estas palabras del Señor no son una sentencia firme de condena para Judas. Al traidor aún le quedaban horas de vida y, mientras queda vida, la mano misericordiosa de Cristo sigue tendida hacia el hombre. Pero quien no la tome, quien no abrace a Cristo como Salvador, no podrá salvarse, porque no hay salvación para el hombre fuera de Cristo.

(TP07X)

El grito de un hombre que se siente solo

El grito desgarrador de Cristo sobre la Cruz ha escandalizado a muchos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).

No estoy solo, porque está conmigo el Padre. Horas después de haber afirmado que Dios estaba con Él, Jesús se encarará con su Padre y le reprochará que lo ha abandonado.

Sólo quien haya olvidado que Cristo es hombre puede escandalizarse de esta aparente contradicción. Pero Cristo es hombre. Y, como hombre, está dotado de una afectividad como la nuestra. ¿Nunca te has sentido solo?

¿Cómo no iba a sentirse solo Jesús clavado en el Leño, vomitado de la tierra y aún no recibido en el cielo, como pájaro sin pareja en el tejado (Sal 102, 8)? El grito que profiere desde la Cruz es el de una afectividad herida y desamparada.

Pero Cristo también tiene alma. Y, aunque se sienta solo, en su alma sabe que no lo está. Si llevó su sacrificio hasta el final fue porque se supo amado, acompañado y protegido por su Padre.

Por eso, si alguna vez te sientes solo, recógete en tu alma y recuerda que no lo estás. Vive de lo que sabes, no de lo que sientes.

(TP07L)

Que no es hotel, sino camino

hotelesSi esta vida fuera un hotel, yo me quejaría del servicio. Las instalaciones son incómodas, la habitación tiene goteras, la cama es dura, los vecinos alborotan y ni siquiera el wifi funciona bien. Incluso quienes viven en la suite se quejan de que la comida nunca está a su gusto. Si esta vida fuera un hotel, no le daría más de dos estrellas.

Pero esta vida no es un hotel.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Desde el momento en que Jesús, tras resucitar de entre los muertos, ascendió al cielo y se dejó la puerta abierta, esta vida se ha convertido en un camino hacia la eternidad. El propio Jesús, presente por su Espíritu, camina a nuestro lado. Y, conforme ascendemos, vamos gritando a los hombres para que se unan a nuestra marcha.

Ahora entenderás las estrecheces. El camino es arduo y nuestras fuerzas pocas. Pero es Jesús quien nos guía, nos alimenta y nos conforta. Si desfallecemos, nos lleva en brazos.

Deja de quejarte del servicio, y ven. Que esta vida no es hotel, sino camino a Casa. Y nuestra casa es el cielo. Diez estrellas.

(ASCB)

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