Cristo en su Pasión

Pascua – Espiritualidad digital

Los que van a la tumba y el que vuelve del sepulcro

Discípulos de EmaúsPero ¿a dónde iban esos dos? Dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios. Iban a la tumba. Mientras la Magdalena lloraba en el sepulcro, ellos se alejaban del sepulcro e iban a la tumba. A la suya, claro. Como tanta gente. Habían conocido la Vida, la habían acompañado hasta la frontera, y se habían dado la vuelta. Ahora se dirigían a Emaús para morir allí. ¡Qué viaje tan triste!

Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Quizá no tenga importancia, pero me llama la atención. Es la única aparición en que Jesús camina. Y camina con quienes se dirigen a la tumba. Durante el camino los cautiva, les habla de Dios, parte para ellos el pan y… Y, de nuevo, ese momento de luz, el mismo que iluminó el alma de María y de Juan.

Entonces el camino se invierte. Se volvieron a Jerusalén. Vuelven de la tumba, están resucitados, les brilla el rostro como a Moisés.

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba (Col 3, 1). Date la vuelta, resucita, vuelve de la tumba, camina hacia el cielo.

(TP01X)

Entre «María» y «Rabbuní»

María nos lleva a todos la delantera. Nos representa, nos marca el camino y nos humilla a la vez, porque nos aventaja en todo. Riega con lágrimas las primeras horas del día de los días, porque Cristo ha desaparecido de su vista y lo cree muerto. Llora porque no ve al Señor. Pero la gente no llora por eso. La gente llora porque ha perdido el trabajo, porque tiene estrés, o porque ha fallecido un familiar. ¿Quién llora porque echa de menos a Cristo? Y, sin embargo, no hay, en este mundo, una herida más dulce ni un dolor más amoroso.

Entonces, a través de las lágrimas, lo encuentra: Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!». Pero, entre el «María» y el «Rabbuní» sucede algo. Es el acto de reconocer, la iluminación del alma. Lo mismo sucedió entre el «vio» y el «creyó» del discípulo amado ante el sepulcro. En ese cruce de miradas entre Jesús y María se llena de luz el alma hasta entonces poblada de tinieblas.

Busca un sagrario. Póstrate y míralo fijamente. Escucha cómo el Señor pronuncia tu nombre y deja que el alma se llene de luz. Llámalo: «¡Jesús!». ¿Estás llorando?

(TP01M)

Alboroto en la tierra y paz en el cielo

alegraos

Las primeras horas del domingo son nerviosas. ¡Cómo no iban a serlo, si ha estallado una bomba! Algunos corren hacia la zona del impacto, y otros recogen sus cosas y huyen de vuelta a casa como pueden. Reina la confusión, nadie sabe qué ha sucedido. ¿Dónde está Jesús? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Quién corrió la piedra? Qué día tan bueno hace hoy, mira cómo luce el sol.

Me recuerda a Navidad. Festejamos con alegría sucesos que otros vivieron con ansiedad y desconcierto. La noche de Navidad fue, para la Virgen y san José, noche de incertidumbre, de supervivencia y de pobreza que llevó a la joven pareja a un establo. Hasta que nació el Hijo de Dios y todo se llenó de paz. La mañana de resurrección fue una mañana de sustos, de sospechas, de miedos y de búsqueda. Hasta que…

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos»

Es como para reírse. Todo el mundo tan nervioso, todos corriendo despavoridos y, de repente, aparece Jesús tranquilo y resplandeciente, con una sonrisa de brillos de cielo y les dice: «Calma, chicos, no corráis, estoy aquí, alegraos, yo soy».

Querías alcanzarlo corriendo, y Él, sonriendo, te sosegó.

(TP01L)

¿Dónde está?

Hubo un día entre los días en que el amanecer estuvo marcado por una pregunta: «¿Dónde está?». Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

La piedra del sepulcro está corrida, y Jesús, aquél que fue enterrado, no está allí. ¿Dónde está?

No sabemos dónde está, pero está aquí. ¿No lo notas? Está vivo en mi alma, percibo cada respiración suya. Está resplandeciente en la Hostia que eleva el sacerdote, a veces me parece que se sostuviera sola en el aire. El mismo aire grita su presencia, respiro y me llena su Aliento.

Está en el cielo, ha salido del sepulcro por la puerta que se abre a la eternidad. Pero el cielo está aquí mismo, lo llevo dentro del alma. Y podría tocarlo con las manos, si se retirara el finísimo velo de la apariencia de pan. No, no sé decirte dónde está, pero te grito que está aquí. La alegría que me invade hoy es toda suya.

¡Cristo ha resucitado! Muerte y pecado han sido vencidos. Nuestras culpas están perdonadas. Y esa puerta que une muerte con eternidad nos llama poderosamente. Corramos sin miedo hacia el cielo, huyamos de aquí.

¡Feliz Pascua!

(TPC01)

Déjate quemar

El otro día, mientras explicaba a unos niños el misterio de Pentecostés, uno de ellos, de ocho años, me preguntaba: «¿Y no se les quemaban los pelos a los apóstoles con ese fuego sobre sus cabezas?»

Pues no. No se les quemaban los pelos. Se les abrasaba el corazón. Aquellos apóstoles, fríos y acobardados aún por el miedo a la muerte, se incendiaron en Amor y se precipitaron a las calles para anunciar a grandes voces el nombre de Cristo.

La gente se apasiona con menudencias como el deporte o la política. Cuando ves a una mujer que ostenta altas responsabilidades en el gobierno de tu nación dando botes y aplaudiendo como si fuera una cheerleader en un campo de fútbol te acabas preguntando si estás en buenas manos.

Sin embargo, qué pocos cristianos se apasionan con Cristo, que es quien merecería toda la pasión de todos los corazones. Se aburren en misa, se conforman con «cumplir»… No les arde el corazón. Diríase que se mantienen a distancia del Fuego, como para caldearse sin quemarse. Qué lástima.

No te quedes mirando. Es Pentecostés. Acércate, quémate, abrásate. Y, entonces, no te tendré que decir que anuncies. Porque, si te callas, reventarás.

(PENTB)

Señor de la vida y de la muerte

Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de Juan son toda una declaración de su majestad:

Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?» Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?».

Si quiero que se quede hasta que yo venga significa: «Soy Señor de la vida y de la muerte. Vuestra vida está en mis manos. Yo decido cuándo venís, y decido cuándo os marcharéis. Yo he vencido a la muerte, permanezco vivo y volveré a su tiempo». Nunca, antes de morir, Jesús había hablado con tanta claridad sobre su realeza y su poder.

Pienso en quienes, tantas veces, me dicen: «Padre, yo no sé qué hago ya en este mundo. Soy viejo y no sirvo para nada. ¿Por qué no me lleva ya el Señor con Él?». Y pienso, también, en quienes me dicen: «Padre, pídale a Dios que me sane, no quiero morir todavía, no estoy preparado»… Siempre respondo lo mismo: «Déjale eso al Señor. Él sabe».

Mi vida, Señor, es tuya. Tú decides. Me quedaré hasta que Tú digas. Tú me guardarás mientras me quede, y me llevarás al cielo contigo cuando decidas que debo marchar.

(TP07S)

El resumen del cuarto evangelio

SimónVa terminando la Pascua y, con ella, el evangelio de san Juan. Como si quisiera, en sus últimas páginas, condensar su esencia, al final todo el relato se resume en una pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Y es que el cuarto evangelio es, principalmente, una historia de Amor. Todas sus páginas se resuelven en un romance humano y divino: Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais (8, 42). Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor (15, 9). El Padre mismo os quiere (16, 27). Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (14, 15). Los has amado a ellos como me has amado a mí (17, 23)… La lista completa sería casi interminable.

Éste es el resumen del evangelio de san Juan: La salvación del hombre consiste en amar a Jesús y acoger su Amor. Y ese Amor es el Espíritu, a quien con tantos deseos esperamos. Él es fuego tomado del corazón de Cristo y prendido en el corazón del cristiano. Él es, también, fuego del corazón del cristiano ofrecido a Cristo. Y Él es, por último, el fuego con que la Iglesia quiere incendiar la tierra.

¡Ven, oh Santo Espíritu!

(TP07V)

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