El gran deseo de Cristo
La oración sacerdotal de Jesús es la expresión de su gran deseo, del anhelo que movió a encarnarse al Hijo de Dios: Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros. Y ese deseo sólo lo cumplirá el Espíritu Santo, derramado como respuesta al sacrificio de Cristo. Ese Espíritu, que es el Amor del Padre y el Hijo, une en un solo cuerpo a todas las almas en gracia. A ese Espíritu lo esperamos anhelantes en Pentecostés.
En muchas parroquias estamos rezando estos días el decenario al Espíritu Santo. Porque sabemos que al Paráclito hay que prepararle el camino. Y no lo hacemos sólo rezando; queremos que, cuando llegue, nos encuentre realizando su obra.
Su obra es la unidad de los hombres en Cristo. Por eso, actuaríamos contra el Espíritu si no fuéramos, cada uno, fermento de unidad. ¿Acaso podrá el Consolador unir a los hombres si nos encuentra juzgando a los hermanos, chismorreando de unos, hablando mal de otros, o fomentando divisiones en la Iglesia?
Más bien, preparémosle el camino siendo, cada uno de nosotros, fermento de unidad allí donde estemos. Sanemos las heridas del Cuerpo de Cristo.
(TP07J)