Santa Brígida perdió a su marido tras haber dado a luz nueve hijos. Sufrió el descarrío de uno de los nueve. Vio temblar la fe de la Iglesia a causa del exilio de los Papas a Avignon. Escribió una y otra y otra carta al sucesor de Pedro implorándole que volviese a Roma, sin apenas conseguir nada… Y, en medio de todas esas tribulaciones que jalonaron su vida, ¿qué hizo? Permanecer, clavar la mirada en el Crucifijo sin retirarla y mantenerse fiel hasta el final mientras todo parecía derrumbarse en torno a ella.
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Esto es lo que han hecho los santos: permanecer. El secreto de la santidad es, muchas veces, la perseverancia. No basta un momento de fervor, ni un acto heroico en un día propicio. La clave es permanecer unido a Cristo en medio de las mil dificultades de la vida y de la Historia.
«El mundo se desmorona, y nosotros nos enamoramos». Eso le dice Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en «Casablanca». Y quiera Dios que se lo puedas decir tú a Cristo. Porque sólo los muy enamorados perseveran. Ése es el secreto del secreto.
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