Quédate hoy con estas palabras del Señor, porque son el marco perfecto para que celebres a san Joaquín y a santa Ana:
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
En definitiva, como dice el salmo: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre (Sal 83, 5).
Dichosos los que vivimos en el Hogar de Nazaret, dichosos nosotros, los familiares de Jesús. Hoy gozamos de un día especial, porque la visita de los abuelos ilumina la casa. Su presencia crea hogar, da calor y protección, nos hace sentir niños como Jesús y también como María. Porque una madre siempre es niña ante sus padres.
Me dijo una abuela que sintió una punzada la primera vez que su hija se dirigió a ella con un: «¡Hija, mamá!». Mal asunto. O hija, o mamá. La Virgen, estoy seguro, nunca dijo a santa Ana: «¡Hija, mamá!». Le dijo sólo «Mamá». Y a san Joaquín «Papá».
Niña la Virgen, niño Jesús, niños nosotros. Y esta visita de los abuelos durará todo el día.
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