La Resurrección del Señor

Navidad – Espiritualidad digital

Necesario. Muy necesario

A primera vista, y sabiendo que Cristo es el Hijo de Dios, la escena era perfectamente innecesaria: Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan.

«¿Por qué se ha de lavar el autor de la limpieza?», reza el himno de la Liturgia de las Horas. ¿Qué necesidad tiene Dios de ser limpiado? Parece innecesario, sí. Tan innecesario como su muerte en Cruz.

Pero la necesidad no viene de la metafísica, sino del Amor. En ambos casos. Porque era preciso que Cristo, para redimirnos, ocupase nuestro lugar.

No fue Jesús lavado por el agua; Él limpió el agua, y le otorgó el poder de santificarnos. Ahora el agua nos convierte en hijos de Dios. Y, cada vez que un niño es bautizado, se vuelve a escuchar la voz del Padre: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco.

Ese Amor, y esa complacencia, son ahora nuestros. Los hemos recibido por la gracia bautismal. Y quisiéramos proteger esa gracia con nuestras propias vidas. «Antes morir que pecar».

Por eso confesamos con frecuencia. Porque ya no tenemos otro deseo que el de vivir en gracia, morir en gracia, y reunirnos con el Hijo y el Padre en el cielo.

(BAUTSRB)

“Evangelio

Tres gigantes

Cuando Isabel la Católica llamó a fray Hernando de Talavera para confesar con él, el fraile se negó a arrodillarse ante la Reina. «Sois vos quien os debéis arrodillar, pues, en este sacramento, yo represento a Cristo». La Reina decidió que, en adelante, él fuese su confesor. Con razón.

El hombre vive siempre de rodillas; sólo se trata de elegir ante quién se postra. Muchos viven arrodillados ante el dinero, el sexo, el poder o la soberbia. Y dan lástima, porque el hombre no ha sido creado para humillarse ante los ídolos. Pero cuando ves a un hombre de rodillas ante Dios, algo se estremece dentro de ti. Ese hombre, que, postrado ante el misterio, está reconociendo su grandeza y majestad, es un gigante.

Me cuesta entender que retiren los reclinatorios de los templos; o que, pudiendo hacerlo, muchos no se arrodillen durante la consagración. ¿No se dan cuenta de lo terrible que es ese momento en que Dios desciende a la tierra? Sólo encuentro explicación en las palabras de la serpiente: «Seréis como dioses».

Cayendo de rodillas, lo adoraron. Ahí tenéis a tres gigantes: tres hombres que, al atisbar la grandeza de Dios, caen postrados y rendidos de amor.

(0601)

“Evangelio

El Niño que nos mira desde el cielo

Cuando se lee el evangelio de san Juan, es mejor quitarse el reloj y romper el calendario. Desde el primer versículo, el discípulo amado escapa de la red del tiempo y apunta, con sus palabras, a la eternidad: En el principio existía el Verbo (Jn 1, 1). Juan deja claro, nada más comenzar a escribir, que Cristo es Dios, y que se mueve, a la vez, en dos mundos: el del tiempo, con sus relojes, y el de su Padre, con su soberana quietud. No hay que fiarse cuando Cristo utiliza expresiones como «dentro de poco», «antes», «después»… Nunca se sabe bien desde dónde habla.

Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. ¿Estaba Jesús escondido tras un matorral junto a aquella higuera? La respuesta es obvia: «No». El «antes» al que Jesús se refiere nos lleva fuera del tiempo, al «principio». Jesús vio a Natanael desde el cielo, desde la eternidad de su Padre.

Natanael lo entendió bien: Rabí, tú eres el Hijo de Dios.

No hemos abandonado el escenario navideño. Simplemente, hemos entendido, al mirar a los ojos de ese Niño recostado en un pesebre, que nos está mirando desde el cielo.

(0501)

“Evangelio

Estoy harto de hablar de religión

Soy sacerdote. La gente me pregunta por la vida, la muerte, el sufrimiento, el pecado, la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, el divorcio… Buscan respuestas fáciles a preguntas dramáticas y, después, esas respuestas no les sirven, porque ningún discurso resuelve un drama. Y yo estoy harto de hablar de religión.

Hemos encontrado el Mesías. ¡Es tan sencillo! Me ha sucedido algo maravilloso, y te lo cuento. Andrés se lo contó a Simón. Años después, encendido por el Espíritu, Simón se lo contó a los habitantes de Jerusalén. Y ellos a sus hijos, quienes, a su vez, se lo contaron a los suyos… Hasta llegar a nosotros. Mis padres me dijeron que habían encontrado al Mesías, y me llevaron a Jesús. Desde entonces, le pertenezco.

Y no quiero hablar de religión. Quiero hablar de Cristo. Quiero gritar que he encontrado al Mesías, y que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Y quiero anunciárselo al que sufre, al divorciado, al homosexual y a la madre que está a punto de abortar. A todos ellos quisiera llevarlos a Jesús. Porque sé que, si lo encuentran, todas sus preguntas se desharán como azucarillos en un Amor que te cambia la vida.

(0401)

“Evangelio

¡Jesús!

De Juan dijo Jesús que era el mayor de los nacidos de mujer. La Ley y los profetas llegan hasta Juan (Lc 16, 16). Y es que Juan es el último de los profetas de la antigua alianza, el que señaló con su dedo al Mesías. Bendito dedo de Juan. Y benditos, también, sus labios, que anunciaron la llegada del Salvador. Pero –no sé si os habéis dado cuenta– esos labios, aun cuando era el primo del Salvador, nunca pronuncian en la Escritura el nombre de Jesús. Le llamó el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, el que bautiza con Espíritu Santo, el Hijo de Dios… Pero nunca le llamó Jesús.

Ese nombre, esa familiaridad, estaba reservada al más pequeño en el reino de los cielos, al ladrón crucificado con Él, que era ya primicia de la nueva alianza… y a nosotros, nacidos del agua y del Espíritu y ungidos por el Santo.

¡Qué fácil es rezar, para los hijos de Dios! No te compliques, no busques largos discursos. Simplemente, allá donde estés, di: «Jesús». Repítelo una y otra vez, saborea en tus labios ese nombre hasta que se derrita el corazón. «Jesús», «Jesús», «Jesús»… Estás rezando.

(0301)

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Reconoce, cristiano, tu dignidad

Es uno de mis momentos entrañables del año. Antes de abrir la iglesia para la Misa del Gallo, cada Nochebuena me quedo solo ante el Nacimiento que tenemos en el presbiterio y allí rezo el Oficio de Lecturas de Navidad. ¡Cómo resuenan, en mi alma, las palabras de san León Magno!: «¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!»

El eco de esas palabras se prolonga, como una música de fondo, durante todas las navidades. Porque, conforme los ojos van contemplando el Misterio, el alma se abre a la verdad: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios. Ha tomado de lo nuestro para darnos de lo suyo. ¡Oh, admirable intercambio!

Aquél a quien, según Juan, no soy digno de desatar la correa de la sandalia, sin embargo se agachará para desatar la mía y lavarme con su sangre los pies en cada absolución. Aquél ante quien digo, en cada misa: «No soy digno de que entres en mi casa», sin embargo entrará y me alimentará con su cuerpo.

Y yo, que soy indigno a causa de mis pecados, seré perdonado y ensalzado por Él hasta ser digno de habitar los cielos.

¿No es como para volverse loco de amor?

(0201)

“Evangelio

Las generosas entrañas

Santo Tomás de Aquino era muy listo y muy gordo. Nadie escribió, ni ha escrito después de él, con esa clarividencia a la hora de desentrañar los misterios de la Fe. Pero, al final de su vida, tuvo un momento de luz que le derritió el corazón. Entonces compuso los himnos a la Eucaristía que todos conocemos: el «Pangue Lingua», el «Ave Verum»… Y, en ellos, es incapaz de separar la carne eucarística de Cristo de la carne virginal de su madre. «Ave, verum corpus natum de Maria Virgine», «Fructus ventris generosi»…

Si el primer Adán fue formado de barro de la tierra y animado con el soplo del Espíritu, el segundo Adán fue engendrado cuando ese mismo Espíritu descendió a la carne de la Virgen. Al no concurrir semilla de hombre alguno, todos los rasgos genéticos de Jesús de Nazaret eran los mismos de su madre. El rostro de Cristo es muy similar al de María.

Miradlo en la sagrada Hostia; allí está el cuerpo nacido de María. Cuando comulgamos ese cuerpo y nos unimos a Él, nos encontramos tendidos en el pesebre, arropados y protegidos por la madre de Dios.

Hoy es un gran día para decir: «Mamá».

(0101)

“Evangelio

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