De un día para otro, nos han pasado treinta años. Hoy ya no ofrezco al Niño Dios para recibir los besos de los feligreses después de misa, porque Jesús ya tiene barba y pica.
Han sido treinta años de silencio. De Belén a Egipto, y de Egipto a Nazaret. Y allí, en su pueblo, ha llevado la vida de cualquier nazareno: estudio, trabajo, amigos y familia. Como todos. No nos constan milagros ni predicaciones públicas. Tan sólo un incidente: el de un niño que se pierde y aparece a los tres días.
Y hoy, tras ser bautizado en el Jordán, Jesús es presentado en sociedad por las dos personas que más intimidad tienen con Él. ¡Qué imagen tan familiar de la Trinidad Santísima! El Padre y el Espíritu se muestran orgullosos del Hijo:
Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.
Acaba de empezar la vida pública de Cristo. Y, con ella, su inmenso trabajo, que consumará en la Cruz. A Jesús le cansaban las multitudes. Le descansaba, sin embargo, la intimidad con su Padre y con sus amigos, la oración a solas y las tardes en Betania.
Mucho vas a cansarte, Jesús. ¿Podrá servirte mi corazón como descanso?
(BAUTSRA)