Necesario. Muy necesario

A primera vista, y sabiendo que Cristo es el Hijo de Dios, la escena era perfectamente innecesaria: Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan.

«¿Por qué se ha de lavar el autor de la limpieza?», reza el himno de la Liturgia de las Horas. ¿Qué necesidad tiene Dios de ser limpiado? Parece innecesario, sí. Tan innecesario como su muerte en Cruz.

Pero la necesidad no viene de la metafísica, sino del Amor. En ambos casos. Porque era preciso que Cristo, para redimirnos, ocupase nuestro lugar.

No fue Jesús lavado por el agua; Él limpió el agua, y le otorgó el poder de santificarnos. Ahora el agua nos convierte en hijos de Dios. Y, cada vez que un niño es bautizado, se vuelve a escuchar la voz del Padre: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco.

Ese Amor, y esa complacencia, son ahora nuestros. Los hemos recibido por la gracia bautismal. Y quisiéramos proteger esa gracia con nuestras propias vidas. «Antes morir que pecar».

Por eso confesamos con frecuencia. Porque ya no tenemos otro deseo que el de vivir en gracia, morir en gracia, y reunirnos con el Hijo y el Padre en el cielo.

(BAUTSRB)

“Evangelio