Un empresario pide a un hombre rico que invierta todo su dinero en su empresa. Y el rico, que es rico porque no es tonto, pide al empresario que aporte pruebas de la solidez de su negocio. No invertirá todo su dinero si no tiene seguridades.
Jesús pide a los hombres la vida a su paso. No pide dinero, ni apoyos, ni aplausos. Pide a los hombres la vida entera, y además les asegura que los llevará… ¡a la cruz! Quien quiera seguirlo debe cargar con su cruz detrás de Él, y obtendrá, a cambio, el ciento por uno y la vida eterna. ¿No es de locos? Locos, benditos locos, quienes, fiados solamente de su palabra, le entregaron todo, como los apóstoles. Los cuerdos le pedían seguridades, un signo claro de que era el Mesías.
Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Es decir, el de un alfeñique que hablaba en nombre de Dios, y a quien los ninivitas creyeron.
El signo que los judíos pedían se lo dio a quienes ya creían. Fue la transfiguración. Pero, de haber estado Caifás en el Tabor… ¿habría creído?
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