La Resurrección del Señor

Tiempo Ordinario (ciclo par) – Espiritualidad digital

La baguette de la discordia

Trece en la barca y un panecillo. Para colmo, se dan cuenta cuando están en mitad del Lago. ¿A quién le tocaba ir hoy al Mercadona? A Felipe. A mí no, le tocaba a Andrés. Anda, es verdad, me tocaba a mí, se me olvidó. Pues, por tu culpa, hoy nos vamos a repartir las migas de esto, mira lo que tenemos. Jesús calla y ríe por dentro. Menuda tropa.

Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes.

Y ellos creen que les está prohibiendo comprar el pan en el Ahorramás de Betsaida, propiedad de un fariseo. Y siguen discutiendo entre ellos sobre el hecho de que no tenían panes.

Ya lo veis: Mientras a Jesús le preocupa que los corazones de los suyos no se contaminen con la hipocresía farisaica, ellos siguen agobiados por la baguette. Y Jesús se enfada.

¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿No recordáis cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?

Deja de agobiarte por las cosas de este mundo. Preocúpate sólo de ser santo, y Dios se ocupará de ti. A Él no se le olvida que necesitas pan.

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Ni aunque baile el sol

El 13 de octubre de 1917, ante las más de treinta mil personas congregadas en la Cova de Iría, en Fátima, el sol se detuvo, descendió y ascendió, se acercó y se alejó en un baile estremecedor durante varios minutos. No sólo lo vieron quienes estaban allí; el prodigio fue contemplado en Nazaré, a más de 40 kilómetros, por personas que, desde luego, no esperaban contemplar ese día ningún milagro. Sobre este hecho hay tal cantidad de testimonios que nadie en su sano juicio puede dudar de que sucedió.

Ante este fenómeno, conocido ya en todo el mundo, ¿se han convertido los ateos, rendidos ante la evidencia? Respuesta: No. Ni se convirtieron entonces, ni se convertirán ahora ante datos tan fehacientes. ¿Por qué? Sencillamente, porque no les da la gana. Aceptar que Dios existe y que Cristo es Dios no es como aceptar que Napoleón fue derrotado en Waterloo. Exige cambiar de vida, y muchos no quieren cambiar de vida.

Para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro. Quien no acepta y acoge en su corazón ese suspiro, el soplo del Espíritu, no se convertirá aunque vea caer a las estrellas del cielo.

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Dios cuenta contigo

La sagrada Biblia nos revela que todo cuanto existe fue creado de la nada por Dios. Pero, una vez creado el hombre, Dios ya nada crea sin él. Para llevar la creación hacia su fin, Dios cuenta con el trabajo humano.

Tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran.

¿Acaso no podía el Verbo por quien todo fue creado crear miles de panes de la nada? Podía, pero no quería. Dios, para socorrer al hombre, cuenta siempre con el propio hombre. Si los apóstoles no le hubiesen dado al Señor aquellos siete panes, cuatro mil personas hubieran desfallecido de hambre.

¡Cuántas maravillas de Dios se quedan sin hacer por falta de cooperación humana! Cuando una persona le dice «no» a Dios, debería ser consciente de que no es ella la única que se priva de la gracia. Con su «no» está privando a otros de las maravillas que Dios podría obrar a través de ella.

Sin embargo, un pequeño «sí» a la hora, por ejemplo, de hacer la oración de la mañana, puede abrir la puerta a grandes milagros obrados por Dios gracias a esa oración.

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Para el taponamiento… entendimiento

Los oídos taponados son una molestia muy común. Y muy incómoda. Porque vas tan feliz conduciendo mientras escuchas música y, al subir un puerto, te sientes como si te hubieran puesto una escafandra. La música suena lejísimos. Hasta que recurres al truco del almendruco con el que te destaponas los oídos. Hay quien bosteza, quien se suena la nariz, quien hace ruidos raros y divertidos con la boca… ¡Ya está! Destaponado. Recuperas el contacto con el mundo real, y la música vuelve a sonar con todos sus matices.

Lo peor es tener los oídos taponados cuando el Señor habla. – No escucho a Dios. – Abre el Evangelio, lee, ahí tienes su palabra. – ¡No me dice nada! – Menudo tapón tienes tú en los oídos. Anda, haz como aquel sordo, quédate a solas con Cristo y pídele su Espíritu Santo.

«Effetá» (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos.

Para ese taponamiento de nada sirve bostezar, ni sonarse, ni hacer ruiditos. Necesitas el don de entendimiento, con el que el Espíritu dice: Effetá. Y, de repente, como si te hubieran retirado la escafandra, comienza el Evangelio a hablarte y se llena de luz el alma con cada palabra. ¡Qué alivio!

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Búscalo donde se esconde

cananeaEn los evangelios hay quienes, como aquella mujer hemorroísa, se acercan a Jesús entre el bullicio, se abren paso a codazos entre la gente y, al final, logran apenas tocar al Señor. A ese tipo de personas pertenecían, también, quienes descolgaron al paralítico a través del techo de la casa donde estaba Jesús. Gente audaz.

Y también hay quienes, como Nicodemo, buscan a Jesús en lo oculto, en el secreto de la intimidad. La mujer cananea de quien hoy nos habla san Marcos era así.

Jesús entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.

Hizo bien, muy bien. Se disfruta más de Jesús cuando se lo busca en lo oculto; así, cuando lo encuentras, es todo para ti. A Cristo le gusta ocultarse, mira lo escondido que está en la Hostia. Y, cuando la fe lo encuentra, descansa el alma y descansa Cristo.

Algo más debes aprender de esta mujer. Fíjate cómo lucha con Jesús; igual que Jacob. Una vez que has encontrado al Señor, no lo sueltes hasta que no te bendiga.

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Ten cuidado con lo que deseas…

Ayer te preguntaba dónde está tu corazón. Hoy, si me lo permites, me adentraré un poco más y te preguntaré qué busca ese corazón tuyo. Porque los deseos del corazón humano pueden agradar u ofender mucho a Dios. Me atrevería a decir que honramos más a Dios con nuestros deseos, si son sinceros, que con nuestros pobres logros.

Algún demonio, con intención de confundir a los incautos, inventó ese refrán que dice que «el infierno está empedrado de buenas intenciones». Yo no me lo creo. Sé que las buenas intenciones encaminan al hombre al cielo.

Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.

¿No lo entiendes? Todo está en juego en los deseos del corazón. Un enfado repentino, por ejemplo, si queda en eso, no mancha al hombre más que un dolor de cabeza. Pero una palabra dicha con intención de herir al hermano es un puñal, ensucia el corazón y ofende a Dios.

Por el contrario, quien no tiene otro deseo en la vida que el de amar a Dios con todas sus fuerzas, aunque siete veces al día fracase a la hora de entregarle todo, alcanzará una santidad tan grande como su deseo.

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El corazón y los labios

Quienes rezamos la Liturgia de las Horas comenzamos la primera oración del día trazando la señal de la cruz sobre nuestros labios mientras decimos: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». Como no tengo que saludar a nadie a primera hora, procuro que ésa sea la primera vez que mis labios se abren al comenzar la jornada. Me gusta que sea Dios quien me los abra. Así es más fácil no decir estupideces después.

La ofrenda de los labios es grata a Dios. Pero no basta. Dios quiere más. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Si, a través de los labios, no entregamos a Dios el corazón, el culto que me dan está vacío.

¿Dónde está tu corazón mientas rezas? Muchas veces, mientras estás pronunciando oraciones o participando en la santa Misa, se te escapa el corazón a tus problemas, al trabajo, a la compra, o a la última serie de TV. Y tienes que rescatarlo para volver a ponerlo en los labios y entregárselo a Dios.

Cuando tu corazón esté en Dios, te sucederá lo contrario. Estarás viendo esa serie de TV, y la estarás comentando con Él.

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