La Cátedra de Pedro es la Cátedra de Cristo. El mismo Pedro, esa misma piedra, es la cátedra desde donde Cristo instruye a su Iglesia con voz prestada.
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Son palabras misteriosas, especialmente cuando se dirigen a un hombre lleno de debilidades; al mismo que, por no soportar las manos frías, fue a calentarse a la hoguera de los verdugos de Cristo; al mismo que, poseído por el miedo, tres veces negó conocer a su Maestro; al mismo que, en Antioquía, se ocultó y disimuló por no disgustar a los judaizantes…
¡Quién lo diría, leyendo sus cartas! Hay en ellas una fortaleza y una doctrina que no parecen, precisamente, salidas de una mano temblorosa. Así tenía que ser: en la debilidad de Pedro se muestra la fuerza de Cristo.
Cada vez que escucho al Papa Francisco suplicar: «rezad por mí», me parece percibir su miedo. Palpa la fragilidad de su barro, y tiembla al pensar que Cristo le ha nombrado Piedra. Rezo por él, pero no comparto su miedo. Cristo se ha sentado en esa Piedra. Y el poder del infierno no la derrotará.
Me dan más miedo los que desconfían.
(2202)