La Resurrección del Señor

Adviento – Espiritualidad digital

Este año, déjaselo a Dios

Te has convertido en un «fabricante de navidades». Cada año te esmeras más, te mueves más, pones más empeño en que todo esté perfecto: el Belén, el árbol, los adornos, los villancicos… Qué bonita, esa imagen del Niño Jesús en el centro de la mesa. Todo rezuma piedad. Y desearías que a Dios le agradase esta Navidad que has fabricado. ¿Cuántas van ya? Puffff, ni te acuerdas.

Y ahora ¿qué? ¿A esperar a la noche del 24 para ponerlo todo en marcha, y confiar en que tu Navidad «funcione»? Recuerda otros años, cuando, tras tenerlo todo preparado, una riña familiar de última hora o un desagradable accidente dieron al traste con tus piadosas expectativas. «Ya me habéis amargado las navidades».

Reconozco que te mueve el amor a Dios. Pero todo eso es tu obra, no la suya. Entrégaselo, como quien entrega un lienzo, y déjale a Dios pintar en él la Navidad. Despójate del batín de artista, y vístete con la humildad necesaria para convertirte en pincel. Deja que Dios alumbre a su Hijo en tu vida. ¿Te sorprenderás si descubres que Él es mejor artista que tú?

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

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Urgencia del silencio

Ya queda poco tiempo, y el espíritu del Adviento se vuelve urgente. Sabemos a quién esperamos, a la Palabra que desde el principio estaba junto a Dios. Y la única forma respetuosa de esperar a la Palabra es el silencio. No el silencio de las piedras, ni el de los muertos, sino el de quien se dispone a escuchar, es decir, a acoger.

Explica san Bernardo cómo la Virgen apenas en cuatro ocasiones abre los labios en los evangelios. De san José no conocemos ni una frase.

Y fíjate en Zacarías:  Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Cuando, ante la embajada del arcángel, habló palabras necias de duda y desconfianza, quedó mudo. Sus labios fueron cerrados a causa de la estupidez de su respuesta. Nueve meses después, cuando escribe en una tablilla el nombre del niño, demostrando así haber adquirido la sabiduría y la confianza en Dios, sus labios se abren de nuevo para bendecir al Creador.

Apréndelo, que apenas quedan dos días para que Dios pronuncie su Palabra. Mientras no tengas algo sensato que decir, estás más guapo calladito.

(2312)

El día de los mamarrachos

Hoy, en España, es el día de los mamarrachos. Porque el que a uno le toque el gordo de la lotería puede ser una buena noticia (o mala, según los casos). Pero, por mucho gordo que te haya tocado, nada en este mundo justifica que salgas a la calle con este frío a pringar las aceras con espuma de champán, y menos aún que pegues esos gritos ante las cámaras de la tele. Hoy no hay quien vea un telediario, todos abren con mamarrachos millonarios agitando botellas.

Hay alegrías mejores y, desde luego, mejores formas de expresarlas. Yo me retiro de la tele y me voy al Evangelio. Esa alegría me interesa mucho más, es mi premio gordo:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Son las primeras contracciones de júbilo ante un parto inminente. Cuando al profeta Isaías se le manifestó la gloria de Yahweh, temblaban las jambas de las puertas (Is 6, 4). Hoy vemos a María, la puerta de la salvación, temblando de gozo ante el Niño que está a punto de salir por ella.

Que se queden los mamarrachos con el gordo. Yo me quedo con el Niño.

(2212)

Una alegría que viene de dentro

Dos mujeres que se encuentran. Dos mujeres que se saludan. Dos mujeres que se alegran. Y, sin embargo, ninguna de ellas es el centro de la escena. El verdadero centro de la escena está oculto en el vientre de una de ellas. Todo confluye en torno al Tesoro escondido en esas purísimas entrañas.

Desde el seno materno, Cristo guía a la Virgen a casa de Isabel. Y ella es saludada como la madre de mi Señor. Al presentir a tal Señor, salta Juan en el vientre de Isabel. Y así, toda la alegría que envuelve la escena de la Visitación mana del Dios escondido, verdadero centro de la escena.

Dejándose guiar por Él, María llevó la Navidad a casa de su prima. Y si te recoges, si escuchas al Señor que habita en tu alma en gracia y te dejas conducir por Él, también, como la Virgen, llevarás la alegría de la Navidad que se acerca a quienes te rodean.

Dicen que María visitó a Isabel para ayudarla en su embarazo. Es una observación de moralistas. Yo creo que la visitó porque necesitaba compartir su alegría. Ojalá estés tú tan alegre que necesites transmitir el gozo del Dios que viene.

(2112)

Cuando Dios pide permiso

¿Cuál fue el momento, el preciso instante en que la Virgen quedó encinta y el Hijo de Dios se encarnó en sus purísimas entrañas? No lo sabemos, como no sabemos en qué instante nació Jesús ni en qué instante resucitó. Son escenas que han quedado veladas para nosotros, ocultas en el secreto de Dios. Pero podríamos aventurar que, al igual que se convierte el pan en cuerpo de Cristo al sonido de las palabras del sacerdote, se encarnó el Verbo al sonido de las palabras de María:

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Porque en ese momento, en que confluyen la voluntad del Creador y la de la criatura, se abren las puertas a la acción divina. Dios toma posesión amorosa del hombre, y realiza maravillas a través de las almas dóciles. Bendita obediencia, que nos convierte en instrumentos del milagro.

Dios quiere poner un Belén donde amanezca su Hijo, y quiere ponerlo en tu alma. Como a la Virgen, en estos días te pide permiso. Pero tú no estás allí, porque estás pendiente de mil cosas que suceden fuera. Recógete en oración, escucha el anuncio, responde. Verás salir el Sol dentro de ti.

(2012)

Mirar tinieblas y escuchar silencios

Fijar la mirada en las tinieblas es como escuchar el silencio. Aparentemente, nada hay que mirar, nada que escuchar. Pero, en ocasiones, las tinieblas muestran y los silencios hablan. La oscuridad del horizonte cuando está a punto de amanecer, y el silencio de quien te mira con cariño y está abriendo los labios son dos promesas capaces de captar toda tu atención.

«¿Qué están mirando María y José?», me pregunta, extrañado, un niño de mi parroquia ante el Misterio navideño, porque mantenemos vacío el pesebre hasta la noche del 24. Le respondo que miran el pesebre vacío, miran tinieblas y escuchan silencios, porque están esperando a que el Hijo de Dios, el Verbo divino, se pose allí.

Así se cumplen las palabras del ángel: Para convertir los corazones de los padres hacia los hijos. En José y María está la Humanidad mirando al lugar donde nacerá el Salvador.

Fíjate, también, en Zacarías: Te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda. Dios lo mantuvo escuchando silencios hasta poco antes de que Él pronunciara su Palabra.

Así será la oración en estos días. Miremos tinieblas, escuchemos silencios, esperemos el inminente cumplimiento de las promesas. Calla y contempla.

(1912)

Motivos para dar el primer paso

«¿Y por qué tengo siempre que dar yo el primer paso? Después de lo que me ha hecho, debería venir a pedirme perdón». Te suena la frase, ¿verdad? A mí también. Está en el comienzo de muchas rupturas. Esa frasecita debió componerla el Diablo.

«Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel». Jesús significa «Dios salva», y Enmanuel «Dios con nosotros». Pero, en realidad, ambos significan lo mismo: Dios da el primer paso. Nos salva acercándose a nosotros, que nos habíamos separado de Él por nuestras culpas. No se acerca sólo a quienes le habían pedido perdón. Se acerca también, y con especial ternura, a quienes nunca le pidieron perdón, a las ovejas perdidas a quienes viene a rescatar. Ahí tienes un motivo para dar, tú también, el primer paso.

«¿Y si me decido a dar el primer paso y, encima, me desprecia?». Entonces serás como el Señor. Dio el primer paso, se acercó a los hombres, y los hombres lo crucificamos. Con su muerte nos redimió. No está mal. Es mucho mejor que quedarte quieto alimentando rencores.

(1812)

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