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Adviento – Espiritualidad digital

El primer ventrílocuo de la Historia

Tras nueve meses de silencio, rompe a hablar Zacarías. Ha escuchado a Dios, y ahora es vidente de lo invisible. Su voz nace en el fondo mismo de un alma llena de asombro ante las maravillas del Altísimo:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Estas palabras no están referidas a Juan, su hijo. Juan no redimió a nadie, y no era él quien visitaba a su pueblo, sino quien anunció la visita. Pero Zacarías, cuya alma se ha abierto al misterio, proclama en voz alta lo que el niño aún no puede anunciar. Es el primer ventrílocuo de la Historia. Por sus labios está hablando el Bautista.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. ¡Cuánta esperanza se encierra en estas palabras! A quienes vivimos en tinieblas, esta noche nos visitará el sol; cuando el astro se haya ocultado, y las sombras que cubren la tierra cobijen bajo su velo a las criaturas, el verdadero sol, el nacido de lo alto, llenará de luz las almas abiertas a la fe.

(2412)

“Evangelio

Ponle la alfombra a Dios

Permíteme recordarte lo que ya sabes: la Navidad la hace Dios, no la fabricamos nosotros. Podemos empeñarnos en fabricar una navidad (así, con minúscula) a base de compras, reuniones familiares, cocina de masterchef y bolitas colgadas de un árbol. Y, si no abrimos las puertas de todo ese empeño humano para que entre Dios a hacer la Navidad, lo único que conseguimos es un fósil y alguna pelea entre cuñados atiborrados de turrón. A Dios hay que ponerle la alfombra. ¿Se la has puesto ya?

Querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Más allá de las expectativas humanas, Zacarías e Isabel se rindieron amorosamente a la voluntad divina. Y lo mismo hicieron María y José. Sin la dulce obediencia de estas personas sencillas, jamás hubiese existido la Navidad. ¿Fabricaron ellos la Navidad? No. Pero, con su docilidad, permitieron al Misterio irrumpir en la Historia de los hombres. Ésa es la alfombra que Dios quiere pisar al entrar en tu casa.

Sé dócil. Obedece a Dios. Dale cuanto te pida. Acepta lo que Él permita. Ponle la alfombra. Y Él llenará de luz cuanto has preparado para mañana por la noche.

(2312)

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Tu Magnificat

El Magnificat no es un poema; es un polvorón. Me lo tengo que comer, debo llevarlo a lo más profundo de mí y hacerlo mío. Porque la Virgen, mientras me lo regala, no quiere deleitarme, sino contagiarme.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. No todos conocen estas alegrías del espíritu, ni estos clamores del alma. Para muchos, las únicas alegrías consisten en comer, beber, abrazar y dormir. Pero una sola gota de las mieles del espíritu trae al alma gozos infinitamente superiores a los del cuerpo.

Mi alma se alegra porque Dios me mira. Antes de mirarlo yo, me mira Él, y me mira con un Amor inmenso… a mí, que no soy nada, una partícula de polvo perdida en una tempestad. Pero «si algo soy, no siendo nada, es porque tú moras en mí». Morabas en el vientre de la Virgen, y moras también en mi alma por la gracia. ¡Cómo no alegrarme! ¡Cómo no proclamar tu grandeza, que se muestra al mirar con esa ternura mi pequeñez!

Debo concluir aquí estas líneas. El resto del Magnificat te lo dejo a ti…

(2212)

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Células impregnadas de Amor

Soy humano, Estoy lleno de células. Todos los humanos lo estamos, mientras habitamos esta pobre condición mortal. Y la mejor noticia que podríamos recibir es que el Amor de todo un Dios se ha abierto paso a través de nuestras células para infiltrarse en lo más profundo de nuestros corazones, en aquello que nos hace seres espirituales capaces de los gozos más sublimes.

Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Del corazón inmaculado de María pasa el saludo a los labios y, de allí a los oídos de Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Aquel saludo, perfumado ya de Dios, pasó de los oídos de Isabel a sus entrañas, e hizo temblar las células del pequeño Juan. Se infiltró a través de ellas y alcanzó el corazón, aún diminuto, del Precursor. Todo su cuerpo vibró, y entonces se llenó Isabel de Espíritu Santo. Tan fervorosa fue aquella efusión, que el Paráclito brotó de nuevo a través de sus células, y devolvió el saludo profetizando: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

Benditas células, bendita carne, capaz de llevar al alma el Amor de Dios.

(2112)

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Tu anunciación

El relato de la Anunciación quizá sea una de las páginas más hermosas de toda la Escritura. Pero sucede con él lo mismo que sucede con la Pasión de Cristo: si te quedas mirando desde fuera, como quien asiste a una obra teatral desde el patio de butacas, seguramente te llenes de emoción, pero no cambiará tu vida. Al finalizar la obra, te enfundas el abrigo y vuelves a casa. Ha sido una bonita noche.

Si quieres poner la vida en juego ante Dios, es preciso entrar en la escena. Porque el Evangelio está vivo, y ahí está tu propia anunciación. ¿No dijo el Señor: El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mt 12, 50)? Pues ahora quiere que seas su madre, quiere nacer de ti. Responderás: ¿Cómo será eso, si soy un zoquete? Y el ángel te dirá: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y concebirás al Verbo en tu alma. Después lo darás a luz en Navidad, lo alumbrarás en la alegría de tu rostro, en tus gestos, en tus obras de santidad. Y, así, también tú serás llamado hijo de Dios.

(2012)

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El tío Zaca

Zacarías siempre se me ha hecho simpático. El hombre tiene doscientos años recién cumplidos, su mujer ciento noventa, y llega el ángel y le dice que va a tener un bebé. Claro, ante semejante anuncio, el tío Zaca mira al mensajero por encima de las gafas y le suelta: «¡Anda ya! ¿Pero tú me has visto bien? ¿Y has visto a mi mujer? ¿Me estás tomando el pelo, o qué?». Jajaja, si a mí me llega un ángel y me dice que voy a jugar al fútbol como Messi, no sé cómo reaccionaría. Y lo del tío Zaca es mucho peor.

Pero también hay que entender al ángel. A los ángeles no les gusta que les lleven la contraria, así que «pa’ chulo, él»: Te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda.

No es sólo un castigo. Es mucho más. Porque se acerca el Verbo, la Palabra, y conviene guardar silencio. El tocayo del tío Zaca lo había advertido: ¡Calle toda carne ante el Señor! (Za 2, 13). Cierra la boca, que Dios va a hablar.

Y va a hablar en voz bajita. Por tanto, busca el silencio en estos días, o no lo escucharás.

(1912)

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Abre las puertas, que está al llegar

Último domingo del Adviento. Una luz se vislumbra al final del camino. Es Belén. En apenas unos días estaremos allí.

Y tú te sentarás a la mesa con tus seres queridos durante la noche para celebrar la llegada al mundo del Niño Dios. Limpio el mantel, generosa la comida, vestidos de fiesta los comensales, villancicos sonando mientras un pequeño bendice la mesa… ¿Ya está?

No te asustes. No está. Todo eso es oportuno, pero no es suficiente. Ésa es la Navidad que habéis preparado vosotros. Pero, mientras la celebráis, la Navidad verdadera, la que ha preparado Dios, podría estar sucediendo fuera de casa. Muchos hogares de Belén estaban llenos de gente, mientras la Virgen daba a luz en un establo.

Para que en tu casa se haga verdad la Navidad, algo tiene que suceder dentro. María abrió sus puertas, y dejó entrar en su vientre al Niño Dios. José, obediente al ángel, acogió a su mujer, y con ella al Mesías.

Llena de Cristo tu alma. Confiesa tus pecados. Vive estos días en gracia de Dios. Reza el Rosario. Y así, lleno de Espíritu y unido a la Virgen, come y bebe con los tuyos. Será Navidad en tu casa.

(TAA04)

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