Cristo en su Pasión

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Espiritualidad digital

¿Y tú?

Tras la marcha del joven rico, Jesús quedó triste. Aquél a quien había amado se había dado la vuelta y había rechazado su Amor. ¡Cómo se aflige el corazón de Cristo cuando los hombres nos negamos a dejarnos querer por Él!

Pedro se percató de la tristeza del Maestro, y quiso consolarlo: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.  Lo decía en serio. Realmente lo había dejado todo por Jesús. Su trabajo, su familia, sus planes, su vida… ¡su suegra, pobrecita! No le quedaba nada… salvo el propio Jesús. Él era ahora su riqueza.

Jesús respondió con una promesa maravillosa: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en la edad futura, vida eterna. Se le olvidó prometerle también cien suegras, no sé por qué.

Bromas aparte, ahora te toca a ti. Has recibido mucho, has sido muy amado. ¿Le podrías decir al Señor que has dejado todo por Él? ¿A qué has renunciado?

(TOI08M)

Mirándolo, lo amó

El pasaje del «joven rico» aparece en los tres evangelios sinópticos. Pero sólo san Marcos nos ofrece un detalle que marca la escena por completo. Cuando el joven confiesa a Jesús que ha cumplido los mandamientos, Jesús se quedó mirándolo, y lo amó.

No lo amó porque cumpliera los mandamientos. Además, probablemente era mentira. No en vano dice la Escritura: Absuélveme de lo que se me oculta (Sal 18, 13). Jesús lo amó porque lo amó, simplemente. Como nos ama a ti y a mí.

Uno podría quedarse contemplando esa mirada, esos ojos enternecidos del Maestro, esa sonrisa, esa mano sobre el hombro del muchacho… No entenderemos el Amor de Cristo hasta que no nos sepamos mirados por Él con semejante dulzura. Creo, sinceramente, que la aventura de la oración consiste, en gran parte, en dejarnos mirar por Jesús.

Si aquel joven se marchó triste fue, probablemente, porque bajó la cabeza para evitar que esa mirada le robase lo que no quería entregar: el corazón. ¡Es tan fácil darle todo al Señor cuando nos dejamos mirar por Él! Y es que Jesús no pide primero y ama después; ama primero y, cuando recibes ese Amor, sientes deseos de entregárselo todo.

(TOI08L)

Lo que sabemos del infierno

Sabemos que el infierno existe. Además, si el infierno no existiera, Cristo no sería el Salvador. ¿De qué nos habría salvado? ¿de un dolor de cabeza?

Ahora bien: aparte de saber que existe, del infierno sabemos muy poco. Podemos presumir que algunos hombres –muchos o pocos– hayan caído en él, pero la Iglesia, que canoniza a los santos, nunca da a nadie por condenado. Por tanto, no tenemos ni idea acerca del número de los perdidos.

Sabemos algo más: quienes se hayan condenado, no ha sido a causa de sus crímenes. Quizá por eso quiso Jesús que un criminal lo acompañase al cielo desde la Cruz. Allí, en el Calvario, Cristo ha obtenido de su Padre el perdón de todas las culpas. El pecador no tiene más que acercarse a esa fuente de agua y sangre, derramada en los sacramentos de la Iglesia, para encontrar la salvación.

Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Si algún hombre se ha condenado, es porque no ha querido recibir ese perdón. Por tanto, no ha sido por hacer el mal o por no hacer el bien, sino por haber rechazado el Amor. Es decir, el cielo.

(TOI07S)

Aunque nos cancelen

Le sucedió a Juan Bautista, y puede sucederte a ti. La fidelidad a la palabra de Dios puede salirte cara en este mundo. Al Bautista le costó la vida; a ti puede costarte el prestigio. Quizá no te maten, pero te cancelarán y te sacarán del terreno de juego para que nadie se fíe de ti.

Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Aquí tienes un ejemplo. Si el Hijo de Dios –quien no puede engañarse ni engañarnos– llama adulterio a la unión del divorciado con otra persona, entonces el nombre de esa unión es adulterio. El mundo lo llama «rehacer la vida»; Dios proclama que es perder el alma.

Con las palabras de Cristo no se puede jugar. Si Cristo dijo eso, y Cristo es Dios, adoptar el lenguaje del mundo supone negar al Señor. Y ser fiel a la palabra revelada nos llevará, con toda caridad, a decir a quienes viven en adulterio que deben renunciar a su pecado para intentar, al menos, vivir como hermanos si quieren salvarse. Aunque nos cancelen, aunque nos crucifiquen.

(TOI07V)

Salados al fuego

Es muy propio de cierta espiritualidad burguesa –tan de nuestros días– entregarse a largas oraciones y adoraciones repletas de lágrimas, cantos, bailes, luz y sonido, mientras se desprecian la mortificación, el ayuno, la penitencia y el esfuerzo ascético. El burgués cree haber encontrado la solución perfecta para tenerlo todo en este mundo y gustar también de los bienes espirituales. Pero lo cierto es que ese sucedáneo de cristianismo es una falsedad, porque no se puede alcanzar el cielo sin perder la tierra. Algunos deberían mirar más a la Cruz.

Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la «gehena». Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la «gehena».

Al reino de Dios siempre entra uno ciego, manco o cojo; al menos en esta vida. Porque no se goza de la verdadera vida espiritual si uno no mortifica primero la carne. Es imposible tener saciados, a la vez, cuerpo y alma; hay que elegir.

Todos serán salados al fuego. Y ese fuego se llama mortificación, ayuno y penitencia.

(TOI07J)

Medidas de acción rápida

Nos mata la prisa. Lo queremos todo arreglado ya mismo. Y, no nos engañemos, no es por un celo santo, sino por nuestra impaciencia, por nuestra incapacidad para convivir con la imperfección. Pero el resultado que obtenemos con nuestras «medidas de acción rápida», aunque pueda disfrazarse de solución, es mucho peor que el problema.

Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros. Cuando está en juego la libertad, a Jesús no le gustan las imposiciones ni las soluciones rápidas. A Simón, en Getsemaní, le reprendió por querer resolver el conflicto a golpe de espada.

No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. Ese hombre, por sí solo, acabaría siendo cristiano, o desnudo y apaleado como los hijos de Esceva, contra quienes, según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles (cap. 19), se volvieron los propios demonios que intentaban expulsar. Todo dependería de si obraba rectamente o por egoísmo. Era cuestión de tiempo.

Y es que, para Jesús, lo importante no es cambiar las conductas, sino rendir los corazones. Y eso no lo logra la espada.

(TOI07X)

¿Por qué lo llaman «el de arriba»?

Algunas personas tienen, para hablar de Dios, un pudor terrible rayano en la vergüenza. Y, como no se atreven a decir «Dios», dicen «el de arriba». En algunos casos, ni siquiera dicen eso; te señalan al cielo con el dedo. «Yo se lo pido todo a…», se quedan sin palabras y miran a las nubes. Pobrecillos. Espero que a Dios no le suceda lo mismo con ellos y les llame «el de abajo».

Lo peor es que van muy atrasados de noticias. Porque, desde que se hizo hombre, Dios dejó de ser «el de arriba». El de arriba es el vecino que te da la tabarra con el home cinema cuando quieres dormir. Dios, nacido en Belén y muerto en Cruz, es «el de abajo».

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Tiene mucha importancia. Si quieres acercarte a Dios, no debes ascender, sino descender. Debes emprender el mismo camino de abajamiento que emprendió Él, e irte convirtiendo en el siervo de todos, en el último de los hombres. Entonces, cuando llegues al fondo de esa escalera, encontrarás a Dios, abiertos sus brazos en la Cruz para acogerte. «El de abajo».

(TOI07M)

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