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Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Espiritualidad digital

El león que fue cordero

Hay algo majestuoso en la humanidad de Cristo. Las gentes sencillas, al conocerlo, se veían movidos a tratarlo con inmenso respeto, con veneración. Los propios demonios, ante el sonido de su voz, salían huyendo, porque reconocían en esa voz, y en esa majestad, la majestad del propio Dios. Ni siquiera clavado en la Cruz perdió Jesús ese tono de majestad, que cautivó al buen ladrón.

Había expulsado a los mercaderes del templo, que no temblaron tanto ante el látigo como ante quien lo empuñaba, y los fariseos, asombrados, le preguntaron: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? No se explicaban el aire de majestad que veían en aquel hombre.

Pronto descubrieron que, aunque el Hijo de Dios había venido del cielo revestido de su autoridad regia, su poder, sin embargo, se lo había dejado junto al Padre. A pesar del señorío que parecía envolverlo, era fácil coronarlo de espinas, escupirlo y crucificarlo. Tan sólo había que evitar mirarlo a los ojos.

¡Qué aire de majestad rodea el sagrario! Y, sin embargo, ¡qué fácil es profanar la Eucaristía! Postrémonos nosotros ante esa autoridad, adorémosle, y así seremos admitidos en su presencia cuando Cristo vuelva revestido de poder.

(TOI08S)

Cuando no es tiempo de higos

Los apóstoles debieron quedarse «a cuadros». Se acerca Jesús a una higuera en busca de higos cuando no era tiempo de higos. ¿Acaso no sabía que no era tiempo de higos? Entonces, ¿por qué los busca? Como era de esperar, no encontró más que hojas. Así que maldijo a la higuera, y la higuera quedó seca de raíz. Que nos lo expliquen.

Explicación: Jesús no maldijo a la higuera porque se hubiera enfadado con ella. Jesús la maldijo para decirnos algo a ti y a mí. Para el Señor, el que no sea tiempo de higos no es excusa; esa disculpa sirve para los hombres, no para Dios. Si es Dios quien pide, hay que responder siempre.

Tampoco sirve «no estoy de buen humor», «no es mi mejor día», «me duele la cabeza»… No podemos hacer depender la gloria de Dios, ni el bien del prójimo, de nuestros estados de ánimo. El santo sonríe siempre, se entrega siempre… Nadie se entera de sus estados de ánimo, salvo él y Dios. Por eso, sólo el santo sabe que, cuando Dios te pide higos sin ser tiempo de higos, basta que le digas «sí» para que tus ramas se llenen de frutos.

(TOI08V)

Pero hay que cruzar un río

La magnífica miniserie «1883», de Taylor Sheridan, muestra a unos colonos europeos que buscan una vida nueva en Montana. Llevan toda su vida cargada en sus carros: muebles, ropa, enseres personales, instrumentos de música… Hasta que llega el momento de cruzar un río, el Brazos. Si queréis continuar, debéis dejarlo todo en la orilla, con ese cargamento no podréis cruzar, los carros se hundirían. No podéis llevar más que lo puesto y las provisiones. Imposible trasplantar la vida antigua a la tierra nueva. Elige. La vida antigua queda en una orilla: el piano, la cama, el aparador, el escritorio… Y la vida nueva comenzará desde cero, al otro lado del río.

Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Estas palabras, al hombre de hoy, le suenan extrañas. Vemos «1883» y pensamos: ¡Pobrecitos! Nosotros no somos así. No queremos renunciar a nada. Queremos seguir a Cristo y mantener nuestro nivel de vida, nuestras vacaciones, nuestros ahorros y nuestro tiempo de ocio. Los jóvenes no quieren ser sacerdotes, prefieren «vivir bien».

Nos hemos quedado rezando a este lado del río, mientras el Señor, acompañado de unos pocos, hace tiempo que cruzó hacia el cielo, que es mejor lugar que Montana.

(TOI08M)

¿De qué hablabas?

Ya se ve que los discípulos, o, al menos, algunos de ellos, se habían quedado atrás para conversar sin que Jesús los oyera. Comentan: «Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera» (Sal 94, 7). Por eso, cuando llegaron a casa, Jesús les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? ¡Tierra, trágame! Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. El mismo Cristo, ya resucitado, se interesará también por la conversación de aquellos dos discípulos que volvían camino de Emaús.

Si prestas atención, escucharás que cada noche, durante tu examen de conciencia, el Señor te pregunta: «¿De qué has hablado hoy?». Cuéntaselo. Y, si te avergüenza, arrepiéntete antes de dormir.

Debemos rendir cuentas ante Dios de la palabra ociosa. Esas conversaciones frívolas, esos comentarios hirientes, esas palabras poco caritativas sobre quien no estaba delante, esas frases dichas con intención de herir… Dios te dio la palabra para que proclamases su gloria, no para el pecado.

¿Verdad que no imaginas a la Virgen metida en chismes, cotilleos o frivolidades? Ella nos enseñe a guardar nuestros labios para que, cuando Jesús nos pregunte, podamos decir que hablamos de Él, con Él o desde Él.

(TOI07M)

Señor de su propio carácter

No quiero que se te pase un detalle de la humanidad santísima de Cristo que asoma entre las líneas de este pasaje. Tiene que ver con el modo en que Jesús sabía tratar de forma distinta a los distintos.

Jesús baja feliz del Tabor. Ha sido un momento de cielo, y desciende del monte más resplandeciente que Moisés del Sinaí. Pero abajo le esperaba un disgusto. Un endemoniado, un padre sin fe, unos apóstoles incapaces de expulsar al mal espíritu, y esa multitud que siempre rodeaba los milagros en busca de emociones fuertes.

¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?  A los que iban en busca del «show» los trata con dureza. Él viene a traer la salvación, y ellos buscan espectáculo.

¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe. Al padre sin fe lo instruye. «No digas: “si puedes”. Cree que puedo y tu hijo sanará».

Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él. Al espíritu inmundo le ordena con autoridad.

Y a los apóstoles… Esta especie solo puede salir con oración. Con una delicadeza exquisita, les recrimina: «Es que no rezáis».

(TOI07L)

En lo alto del Tabor

En lo alto del Tabor conversó Jesús con Moisés y Elías. En lo alto del Tabor sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. En lo alto del Tabor dijo Simón: Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas. En lo alto del Tabor se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

No envidies a aquellos tres que subieron con Jesús a lo alto del Tabor. Tú y yo tenemos el Tabor muy a mano.

Porque en la santa Misa se reúnen, junto a Cristo, la Ley y los profetas. En la santa Misa quedamos deslumbrados ante la blancura impoluta de la Hostia. En la santa Misa nos encontramos tan a gusto que quisiéramos convertir en Misa el día y prolongarla mientras trabajamos. En la santa Misa nos rodea la nube del Espíritu que deposita a Jesús en el altar. En la santa Misa el Padre nos muestra a su Hijo y nos lo entrega.

La santa Misa es renovación incruenta del sacrificio cruento del Calvario. Allí no hay dolor, sólo hay gozo. Prepárala bien.

(TOI06S)

Fausto

A las puertas de la muerte, cuando ya veía las llamas del infierno donde moraría eternamente, se arrepintió Fausto de haber vendido su alma al Diablo. Si hubiera tenido cerca a un sacerdote, quizá pudiera haber cambiado aquel destino por un largo purgatorio. Pero no lo tenía, y su arrepentimiento no era sino mera atrición, miedo a la condena; no había amor en él. Goethe lo da por perdido para siempre.

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? Lo tuvo todo: dinero, poder, placer, prestigio… ¿Le hizo realmente feliz? Duró lo que tarda el rayo en caer del cielo, lo que tarda la vida en esfumarse. «Al brillar un relámpago nacemos, y aún dura su fulgor cuando morimos», escribió Bécquer unos años después de que Goethe escribiera su «Fausto». Mal negocio, tenerlo todo un instante y perderlo todo eternamente.

Sin embargo, entregarlo todo aquí por amor del Amor… sufrir un momento, con dolor dulce, y hacerlo acompañado, abrazado al Cristo que reposa en la Cruz… ser feliz en la tierra en medio de las lágrimas, gustar los gozos del Espíritu, y ser recibido después en el cielo para siempre… Buen negocio es ése.

(TOI06V)

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