Conocemos bien el camino por el que transitó Simón Pedro. Todos lo hemos recorrido. ¿Quién podría ensañarse con el príncipe de los apóstoles, cuando tan semejantes somos a él? Le pregunta Jesús: ¿Quién decís que soy yo?. La pregunta tiene truco, es un huevo de pascua, lleva escondida la respuesta. Basta cambiar de lugar las dos últimas palabras: «¿Quién decís que YO SOY?». Así se identificó Yahweh ante Moisés: «Yo soy». Pero los apóstoles no estaban para huevos de Pascua, y a Pedro le puso el Espíritu la respuesta en los labios: Tú eres el Mesías. Minutos después, sin embargo, cuando Jesús le anuncia los sufrimientos por los que pasará, el apóstol se revuelve y se puso a increparlo. Jesús le increpa: Piensas como los hombres, no como Dios. De la gloria al abismo en diez minutos.
Son los que tardamos, muchas veces, en salir de la iglesia y encontrarnos con la cruz. Rezamos en el templo: «Santo, santo, santo es el Señor, Dios del Universo»… Termina la misa, salimos a la calle, y el automóvil no arranca. «¿Por qué a mí, Señor, si vengo de misa? ¡Todo me cae encima, ya está bien!»…
Pobres de nosotros. Y pobre Señor.
(TOI06J)