Cristo en su Pasión

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Página 2 – Espiritualidad digital

Creo pero no creo pero quiero creer

¿Tú sabes cuánta fe tienes? Yo no lo sé. Sé que tengo fe, si no tuviera fe habría dedicado mi vida a otra cosa, y no estaría ahora escribiendo estas líneas. Pero ¿cuánta fe tengo? Y ¿cómo se mide la fe? Lo desconozco. Desde luego, quisiera tener más fe; ese deseo me duele, me taladra por dentro cada día. Por eso entiendo el drama del padre del muchacho epiléptico, y de tantos como él, como tú y como yo.

Creo, pero ayuda mi falta de fe.

Es como decir: «Creo pero no creo, pero quiero creer». Dicho de otro modo: «Me fío de ti, pero no me lo creo, pero ayúdame a creerlo». Todo un drama interior.

Nos conforta saber que a Jesús le bastó ese poquito, esa fe como un grano de mostaza, para obrar el milagro.

Por eso, si, según lees estas líneas, te sientes identificado con aquel hombre, llénate de esperanza. Aunque te duela tu falta de fe, recoge esa poca que tienes y fíate. Fíate de Cristo, fíate de la Iglesia y deja que allí te alimente y te sane el Señor. Seguirás sin saber cuánta fe tienes, pero –te lo aseguro– cada día creerás más.

(TOP07L)

El cielo en la tierra

Son palabras misteriosas las del Señor. Siempre hay alguien que me pregunta qué quieren decir: En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia.

La respuesta más a mano es que Jesús se refiere a Pedro, Santiago y Juan, quienes verían la gloria de Cristo transfigurado en el Tabor.

Pero, como siempre ocurre, las palabras del Señor van más allá. Su comprensión requiere borrar del pensamiento la idea de que para ver el reino de Dios es preciso haber exhalado el último suspiro. Si así fuera, la vida mortal del cristiano consistiría en sufrir aquí con la esperanza de gozar allí. Pero no es así.

El cielo puede gozarse aquí, en la tierra. Y quien no lo goce en esta vida tendrá difícil gozarlo después tras muerte. ¿Cómo querrá entrar al cielo quien se aburrió en misa?

Porque es precisamente en la Misa cuando, con más claridad, gustamos las dulzuras celestes. También en la oración, y en la caricia de la presencia de Dios en el alma. Y, cuanto más las gustamos, más las apetecemos. Estamos llamados a morir felices y hambrientos de Dios.

(TOI06V)

Mesías sí, pero así no

Me gusta el Evangelio porque no oculta la debilidad de los primeros santos. Si Pedro es como nosotros, entonces nosotros podemos llegar a ser, con la ayuda de Dios, lo que él fue.

Y Pedro, sí, es como nosotros. Es capaz de decirle al Señor: Tú eres el Mesías. Y, a los diez minutos, cuando Jesús les anuncia la Cruz, se encara con el Maestro y le increpa. ¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Vas el domingo a misa y aclamas: «¡Santo, santo, santo es el Señor! ¡Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre!». Sales de misa, ves que se acerca un hombre que está sufriendo y cambias de acera; como te cruces con él te empezará a contar sus penas y te arruinará el domingo. Mejor tomar otro camino hacia el aperitivo. Otra de gambas, luego a comer y después la siesta.

Has aclamado a Jesús como Mesías, pero, al encontrarte con la Cruz, has preferido dar un rodeo. Le has dicho al Señor: Mesías sí, pero así no. Como Pedro.

Pide a Pedro que te recoja y te lleve a donde llegó él. Él murió mártir.

(TOI06J)

La ceguera de Europa

Dos veces tuvo Jesús que imponer las manos sobre aquel ciego. La primera vez, el milagro se obró sólo a medias: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. La culpa no era de Jesús, sino de la fe imperfecta del enfermo. Por eso el resultado del milagro no fue un cristiano, sino un «hombre europeo». En esta sociedad nuestra, matar a un niño en el seno de su madre es un derecho; talar un árbol es un crimen imperdonable. El hombre es un árbol que anda, pero mientras no ande se le puede pasar por el hacha.

Arrepentido de su europeísmo prematuro, la segunda vez que el enfermo recibió las manos de Jesús veía todo con claridad. También Moisés tuvo que golpear dos veces la roca en Meribá; la fe imperfecta necesita repetición. Por eso comulgamos a diario. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, una sola comunión nos llevaría al cielo.

Vuelvo a los árboles andantes de Europa. No nos gusta que vengan desde fuera a decírnoslo; yo lo digo desde dentro. Nuestra sociedad necesita recibir en los ojos las manos de Cristo. Para descubrir qué es el hombre, y para conocer al Redentor del género humano.

(TOI06X)

Un solo pan en la barca

¡Pobrecitos, los apóstoles! Doce más Jesús ya eran trece. Y no creo que entonces se vendieran baguetes como las de mi pueblo, que miden dos metros (bueno, casi). Un pan de la tahona de Genesaret para trece es poquísimo, apenas tocan a un bocado.

A los discípulos se les olvidó tomar pan y no tenían más que un pan en la barca. Y Jesús les ordenaba diciendo: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».

Ellos se agobian. Creen que les falta comida. Pero no entienden. Menudo rapapolvo les suelta Jesús: ¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís?

Y eso que sólo eran trece para comer. En la barca de la Iglesia somos cientos de millones, y no llevamos más que un pan (el Pan). Con ese único pan (el Pan) nos saciamos todos. Pero si un día nos faltara (¡No lo permita Dios!) moriríamos de hambre, aunque comprásemos baguetes de dos metros. Lo comprobé durante la pandemia de 2020, cuando vi a tantos cristianos desfallecer por no poder comulgar.

Pídele a Dios que nunca falten sacerdotes.

(TOI06M)

¡Documentación!

¿Sabéis que los sacerdotes tenemos carnet? Sí, sí, un «carnet de cura». Yo antes no lo usaba; pero desde que en un santuario me exigieron que demostrara mi condición para poder concelebrar, lo llevo siempre en la cartera. No les basta ver mi alzacuellos; cualquiera puede ponerse un alzacuellos. Pero si les enseñas un carnet todo escrito en latín, casi hasta te regalan la casulla. Cómo mola.

Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Que nos pidan a los sacerdotes el carnet antes de admitirnos a una concelebración tiene un pase, dado el número de estafadores y farsantes que a veces frecuentan las sacristías. Pero al Hijo de Dios no debió sentarle muy bien que le anduvieran pidiendo la documentación constantemente. El primero que se la pidió fue el Demonio, allá en el desierto: «Si eres Hijo de Dios…» y tal y tal. Después, los fariseos: «Demuéstranos que eres el Mesías. Haz que se apague el sol». ¡Qué pesados!

No exijas signos al Señor. Pídele con humildad, confiando en Él, como quien no tiene derecho a nada, y te ganarás el favor de su sagrado corazón.

(TOI06L)

El comedor social de Dios

Para dar de comer a los hombres, se sirvió Jesús de camareros.

Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran.

Podría decirse que también hoy entrega Jesús, en cada Eucaristía, su Pan a los sacerdotes, para que ellos lo sirvan a la gente. Pero no es toda la verdad.

A través del sacerdote, Jesús se entrega, como Pan, a los discípulos, y ellos mismos, al comulgar, quedan convertidos en pan; pan que debe  ser comido por los hombres que están fuera del templo, especialmente por aquellos que nunca acuden a la iglesia. Transformados en eucaristía, quiere Jesús que sus discípulos se dejen comer, entregando sin reservas su vida a los demás y anunciándoles, de esta manera, el Amor de Cristo.

Y es que el mundo es un inmenso restaurante; o, mejor dicho, es el comedor social de Dios. El templo es la cocina, y de allí salen camareros con los panes que saciarán el hambre de los pobres.

El Pan se multiplica, y de un Cristo en el altar salen cientos de cristos a las calles.

(TOI05S)

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