Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Fiestas del Señor – Espiritualidad digital

La mirada que nos salva

sagrado corazónEl hombre es el único ser de toda la Creación a quien se puede destruir con una mirada. Así de frágiles somos. Basta una mirada de desdén, de desprecio, o –peor– de odio salida de los ojos de un ser querido para pulverizarnos. Por eso queremos que nos miren bien. Aunque no siempre lo logramos. Cuando saltan a la vista nuestras miserias, quizá el peor castigo sea el modo en que nos miran quienes las han sufrido.

Hoy celebramos el Amor con que Dios nos ama. Dejadme describirlo con las palabras del Apóstol: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 9). Dios nos mira con cariño incluso cuando todas nuestras miserias salen a la luz. Cristo es Aquél que nos sonríe cuando nos vemos bañados en nuestras debilidades. Aquél que nos besa cuando estamos cubiertos de barro y, con su beso, nos limpia y purifica.

¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido. En esos momentos en que, para los demás, somos una carga o un estorbo, para Cristo somos la oveja perdida. Nos sonríe, nos carga con gusto sobre sus hombros, y nos lleva a casa.

(SCJC)

Gratis, aunque no lo crean

La mañana de mi día libre la paso en el supermercado. Uno de esos que ofrecen 3×2, o segunda unidad al 50%, o un cheque ahorro que engorda con las compras. Me dejo engañar, me divierte, aunque sé que tiene truco, porque en este mundo nadie te regala nada.

No es verdad.

Lo más valioso de este mundo lo regala Dios.

Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

En cada misa, Dios regala el cuerpo de su Hijo como alimento, y con Él regala vida eterna. No nos cuesta nada, aunque a Cristo le costó muerte de Cruz. Nadie te cobra entrada, ni te obliga a dar limosna en el cestillo, ni te impone una suscripción «tarifa plana». La iglesia está abierta. Entras, rezas, amas y comulgas. Si no estás preparado, el sacerdote te confiesa, también gratis. Y sales inmensamente rico, endiosado, feliz.

¡Dios mío! ¿Cómo es posible que haya más gente en el supermercado que en el templo durante la Misa? ¡Si los hombres supieran! ¡Si lo creyeran! Pero no lo creen. La noticia es demasiado buena. Se dejan engañar por el supermercado, y no se dejan bendecir por Dios.

(CXTIC)

La gran revelación

La revelación más atrevida del Antiguo Testamento tuvo lugar cuando, escondido entre las llamas de una zarza que ardía sin consumirse, Dios reveló su nombre a Moisés. Pero ese nombre revelado el hombre no lo debía pronunciar, salvo en muy contadas ocasiones, para que no pareciese que podía tomar posesión de su Creador. Más adelante, Moisés pidió a Dios que le mostrase su rostro, pero no le fue dado. Dios sólo le permitió ver su espalda.

El Espíritu de la verdad recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío.

¡Cómo no dar gracias por vivir en los tiempos de la Redención! En Cristo, Dios ha corrido el velo de pudor que lo ocultaba y ha mostrado al hombre su misterio, su verdadero rostro. Y es tan hermoso que jamás podrá un mortal cansarse de contemplarlo. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Un Dios que ama, que dialoga, que recibe y se entrega sin cesar como una fuente inagotable de Amor y de Vida.

No temas a la palabra «misterio». No es sinónimo de algo oscuro e indescifrable. Es una invitación a la contemplación.

(STRC)

Sacerdotes santos

Son ya más de treinta años de sacerdocio. Y, ahora que no nos oye nadie, te confiaré un secreto. Si, antes de ser ordenado, hubiera conocido los dolores y contrariedades que me esperaban, quizá me hubiera echado atrás. Agradezco que no me lo dijeran. Por otra parte, si me hubieran dicho lo feliz que iba a ser, no me lo hubiese creído. Me doy cuenta ahora de que entonces no sabía nada. Sólo sabía que Dios me llamaba. Y creo que sólo necesitaba saber eso.

Después de todo este tiempo, puedo gritar, lleno de gratitud, que estoy más enamorado que nunca, más apasionado que nunca, más loco que nunca. Sé que todo en esta vida, con el pasar de los años, acaba cansando. Pero el Amor de Cristo, y este ministerio sacerdotal con que he sido bendecido, se vuelven más apasionantes cuanto más los gustas. No concibo mi vida fuera del sacerdocio. Por eso sé, ahora más que nunca, que he sido llamado.

Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Es mi gran descubrimiento: para santificar al pueblo, Dios no quiere que haga muchas cosas. Sólo una: ser santo yo.

(XTOSESC)

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

(2503)

Nada sin ella. Simetrías y rimas de un poema divino

El Evangelio es un cuadro pintado por un Artista. Hay en él una armonía, un orden que escapa a cualquier genio humano. Fíjate, por ejemplo, en la perfecta simetría de su hechura.

Desciende el Verbo del cielo, y se oculta en el vientre de la Virgen. Volverá a entrar en el cielo desde un sepulcro cerrado. Sale Jesús del seno materno, y se inclina ante Él su madre para arroparlo. Antes de ser enterrado, esa misma madre se inclina para recibir en sus brazos el cuerpo muerto y desnudo del Hijo. Lo lleva la madre al Templo, y allí, de pie, junto al sacerdote, lo ofrece a Dios. Antes de morir, junto a la Cruz, la misma Virgen, de pie, ofrecerá al Padre el cuerpo del Hijo. Es una maravilla.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.

Ya te lo he descrito. Ahora lo presenta niño; en el Gólgota lo presentará crucificado. En esos dos momentos, en que el cuerpo del Hijo es presentado al Padre, quiso Jesús estar acompañado por María. Y, con Él, la Virgen nos presenta a nosotros en cada misa. Nada sin ella.

(0202)

¡Hijos de Dios!

No debería haberme impresionado, pero, cuando un sacerdote amigo me lo contó, me impresionó. Estaba consagrando el pan durante la misa y escuchó dentro de él, con toda claridad, estas dos palabras: «¡Hijo mío!». A él tampoco le debería haber impresionado, pero casi tuvo que interrumpir la consagración.

«¡Hijo mío!»… Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco. Son palabras dichas por el Padre al Hijo. Pero, por eso mismo, eran también palabras del Padre dirigidas al sacerdote desposeído de su persona que actuaba «in persona Christi Capitis». Aquel sacerdote se sintió tremendamente amado, amado como hijo único. Lo era.

Es la gracia bautismal la que nos hace hijos de Dios. La belleza de esa gracia es desconocida para muchos. También muchos olvidan que somos concebidos en pecado, que nacemos muertos y entregados al Príncipe de este mundo. Y cuando el agua empapa el alma, la inmundicia de aquella culpa desaparece, y es el alma embellecida con las joyas y las perlas compradas a precio de la sangre de Cristo. Tan hermosa queda, que el propio Dios viene a habitar en ella.

Jamás –¡Jamás!– entregues ese tesoro celestial al Enemigo a cambio de la paga miserable del pecado.

(BAUTSRC)

“Evangelio 2025

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