Cristo en su Pasión

Fiestas del Señor – Espiritualidad digital

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

(2503)

Nada sin ella. Simetrías y rimas de un poema divino

El Evangelio es un cuadro pintado por un Artista. Hay en él una armonía, un orden que escapa a cualquier genio humano. Fíjate, por ejemplo, en la perfecta simetría de su hechura.

Desciende el Verbo del cielo, y se oculta en el vientre de la Virgen. Volverá a entrar en el cielo desde un sepulcro cerrado. Sale Jesús del seno materno, y se inclina ante Él su madre para arroparlo. Antes de ser enterrado, esa misma madre se inclina para recibir en sus brazos el cuerpo muerto y desnudo del Hijo. Lo lleva la madre al Templo, y allí, de pie, junto al sacerdote, lo ofrece a Dios. Antes de morir, junto a la Cruz, la misma Virgen, de pie, ofrecerá al Padre el cuerpo del Hijo. Es una maravilla.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.

Ya te lo he descrito. Ahora lo presenta niño; en el Gólgota lo presentará crucificado. En esos dos momentos, en que el cuerpo del Hijo es presentado al Padre, quiso Jesús estar acompañado por María. Y, con Él, la Virgen nos presenta a nosotros en cada misa. Nada sin ella.

(0202)

¡Hijos de Dios!

No debería haberme impresionado, pero, cuando un sacerdote amigo me lo contó, me impresionó. Estaba consagrando el pan durante la misa y escuchó dentro de él, con toda claridad, estas dos palabras: «¡Hijo mío!». A él tampoco le debería haber impresionado, pero casi tuvo que interrumpir la consagración.

«¡Hijo mío!»… Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco. Son palabras dichas por el Padre al Hijo. Pero, por eso mismo, eran también palabras del Padre dirigidas al sacerdote desposeído de su persona que actuaba «in persona Christi Capitis». Aquel sacerdote se sintió tremendamente amado, amado como hijo único. Lo era.

Es la gracia bautismal la que nos hace hijos de Dios. La belleza de esa gracia es desconocida para muchos. También muchos olvidan que somos concebidos en pecado, que nacemos muertos y entregados al Príncipe de este mundo. Y cuando el agua empapa el alma, la inmundicia de aquella culpa desaparece, y es el alma embellecida con las joyas y las perlas compradas a precio de la sangre de Cristo. Tan hermosa queda, que el propio Dios viene a habitar en ella.

Jamás –¡Jamás!– entregues ese tesoro celestial al Enemigo a cambio de la paga miserable del pecado.

(BAUTSRC)

“Evangelio 2025

El nombre más dulce en los labios de un niño

Jesús¿Te has dado cuenta de que Juan Bautista, en los evangelios, nunca pronuncia el nombre de Jesús? Lo llama el Cordero de Dios, el que bautiza con Espíritu Santo, el Hijo de Dios… Pero en ningún momento lo llama Jesús. Tiene, ante ese nombre, la misma reverencia que los judíos tenían por el nombre de Yahweh. Porque, ahora, Jesús es el nombre de Dios.

Nosotros, sin embargo, pronunciamos su nombre constantemente. Y lo repetimos, porque nos sabe dulce en los labios. No nos inspira temor; nos enamora. En ocasiones, rezar es tan sencillo como decir: Jesús, Jesús, Jesús…

Juan era el último de los profetas. De ahí el temor reverencial ante el nombre del Altísimo. Pero nosotros somos los más pequeños en el reino de Dios. Somos niños. Tratamos a Dios de tú, y a Jesús lo llamamos Jesús, sin más. No sé si los patriarcas y profetas rieron con Dios. Nosotros sí. Yo me río mucho con Jesús. En ocasiones, incluso he tenido que contener la risa en el mismo altar donde ofrezco su cuerpo y su sangre.

Los niños tratan de tú al sacerdote hasta que crecen, y entonces lo tratan de usted. Yo prefiero seguir siendo niño.

(0301)

“Evangelio 2025

Desde la entraña misma de la Humanidad

El 11 de diciembre de 1925, Pío XI publicó la encíclica «Quas Primas», en la que instauraba la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo. Nazismo y comunismo arraigaban con cada vez más vigor en la Europa secularizada de entreguerras. Fue entonces cuando el Papa alzó su voz: Queremos que Cristo reine.

Mi reino no es de este mundo. La ambición de la Iglesia es más poderosa que cualquier ideología:

Queremos introducir a Cristo en la entraña de la Humanidad, en los corazones mismos de los hombres. No queremos incrementar las páginas de religión en los periódicos; queremos periodistas cristianos en todos los medios. No queremos formar partidos políticos católicos; queremos católicos en los partidos políticos. No queremos retirarnos a vivir a colonias cristianas; queremos cristianos en todas las comunidades de vecinos. No queremos más blogs de religión; queremos cristianos haciendo blogs de política, cocina, moda, deporte… No queremos más empresas de artículos religiosos; queremos empresarios católicos en todos los sectores del mercado.

Ésa es la ambición de la Iglesia. Ésa debe ser la ambición del cristiano. La de la levadura en la masa. Queremos que ese reino que no es de este mundo transforme este mundo desde su misma entraña.

(XTOREYB)

Una civilización desnortada

En Europa, la Cruz ha sido desterrada de despachos, colegios, juzgados, hospitales y escudos. Incluso en las iglesias, algunos templos modernos han sustituido el Crucifijo por unos cristos medio crucificados, medio colgantes, medio resucitados que no inspiran la más mínima devoción. ¿Qué nos ha pasado? ¿Hemos perdido el Norte? Sí, lo hemos perdido. Qué crimen tan horrendo ha cometido el viejo continente al expulsar la Cruz de su horizonte.

La Cruz, repito, es el Norte al que el hombre puede mirar para orientarse. Ella da sentido a la vida y a la muerte. Y hoy los hombres, en Europa, viven en el desconcierto y no encuentran sentido a nada.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. En la mirada a la Cruz, el pecado es perdonado, cada hombre es amado por sí mismo, el sufrimiento se convierte en redentor, la muerte se torna Amor supremo y puerta de la Vida, la Historia encuentra su centro y el Cosmos su orden. Todo gira en torno a ella. No la perdáis de vista, y seréis felices, amados y salvados.

(1409)

El reloj y la gloria del cielo

En el ambón desde el que predico tengo un pequeño reloj de pulsera, sin correa, pegado al metal del atril sobre el que reposa el leccionario. No es que me guste, lo detesto, es un tirano implacable, pero, si no le obedeciera, podría estar hablando de Cristo sin parar durante horas, y mis feligreses tienen cosas que hacer. Más me cuesta entender que sean los feligreses quienes miren el reloj. Porque, cuando lo miro yo, es para pensar: «¡Qué rápido se me va el tiempo!» Pero, cuando lo miran ellos, me temo que es para pensar: «¡Esto no acaba nunca!»

Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas. Simón Pedro hubiera tirado, no el reloj, sino el calendario. Se sentía –y estaba– en el cielo. ¿Para qué marcharse, si allí lo tenía todo, envuelto como estaba en la gloria de Dios y contemplando la hermosura infinita de Cristo? Para dar la vida. Aún había un Calvario al que ascender.

Cuando recéis, cuando vayáis a Misa, no vayáis a cumplir. Id a disfrutar, a gozar del Amor de Dios. Que se os hagan cortas la oración y la Misa. De otro modo, ¿cómo podréis disfrutar del cielo?

(0608)

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