El hombre es el único ser de toda la Creación a quien se puede destruir con una mirada. Así de frágiles somos. Basta una mirada de desdén, de desprecio, o –peor– de odio salida de los ojos de un ser querido para pulverizarnos. Por eso queremos que nos miren bien. Aunque no siempre lo logramos. Cuando saltan a la vista nuestras miserias, quizá el peor castigo sea el modo en que nos miran quienes las han sufrido.
Hoy celebramos el Amor con que Dios nos ama. Dejadme describirlo con las palabras del Apóstol: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 9). Dios nos mira con cariño incluso cuando todas nuestras miserias salen a la luz. Cristo es Aquél que nos sonríe cuando nos vemos bañados en nuestras debilidades. Aquél que nos besa cuando estamos cubiertos de barro y, con su beso, nos limpia y purifica.
¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido. En esos momentos en que, para los demás, somos una carga o un estorbo, para Cristo somos la oveja perdida. Nos sonríe, nos carga con gusto sobre sus hombros, y nos lleva a casa.
(SCJC)