La Resurrección del Señor

Fiestas del Señor – Página 2 – Espiritualidad digital

Supón que…

En este día del Corpus quiero proponerte un ejercicio para tu oración.

Supón que sólo pudiéramos comulgar una vez en la vida. ¿Cómo nos prepararíamos para esa comunión?

Cuando ese día maravilloso se acercara, iría creciendo nuestra ilusión por momentos. «Dentro de tres días recibiré a Cristo», «dentro de dos días recibiré a Cristo», «¡Mañana recibiré a Cristo!»…

Quizá nos costara dormir la noche antes. Y, al llegar el alba, nos latiría fuertemente el corazón: «¡Voy a recibir a Cristo!». Desde luego, por nada del mundo llegaríamos tarde a esa misa. Procuraríamos estar allí antes de que comenzase, para prepararnos bien por dentro. ¿Cómo iríamos vestidos? Te diré cómo no: en ropa de paseo.

La comunión sería ferviente, quizá llorásemos. Y, desde luego, no saldríamos de la iglesia al terminar la misa. Querríamos quedarnos allí, dando gracias, el tiempo que permanecieran en nuestro cuerpo las sagradas especies.

La Iglesia, que es madre, te dice: «Como Cristo te ama tanto, podrás comulgar todos los días». En respuesta, ¿lo amarás tú menos, convirtiendo en rutina la comunión, llegando tarde y mal vestido a misa, o dejando de asistir con la excusa de que tienes «mucho que hacer»? ¡Jamás permitas que eso suceda!

(CXTIA)

Cuando Dios nos amó hasta reventar

Con tanta naturalidad desplegó Jesús ante Nicodemo el misterio de la santísima Trinidad, que probablemente aquel fariseo ni se enteró de lo que oía:

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

¿No veis, tras esas palabras, a las tres divinas personas? Cuando Cristo dice «Dios» se refiere al Padre. Cuando dice «Unigénito» se refiere al Hijo. ¿Y el Espíritu Santo? ¿Detrás de qué palabra se oculta? Detrás de la más sublime: «Amó». Él es ese Amor.

Para consumo interno de las tres personas, el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre. La corriente divina de Amor que fluye entre ellos es el Espíritu.

Pero el Espíritu se escapó hacia los hombres. Y tan fuerte fue su ímpetu, tanto amó el Padre a los hombres, que el Amor tiró del Hijo hacia la tierra y lo escondió en las purísimas entrañas de María. Más tarde, sobre la Cruz, el pecho del Hijo reventó, y el Espíritu se dispersó por la tierra llenando los corazones de los hombres. El alma en gracia, así unida a Cristo, es parte de la Trinidad.

(SSTRA)

El corazón del sacerdote

Igual que sólo las madres sabéis lo que se siente al llevar una vida en vuestro seno, hay algo que sólo los sacerdotes experimentamos. El corazón del sacerdote es algo único.

A partir del día en que recibes el sacramento del Orden, empiezan a sucederte cosas increíbles. No sucede de repente, es una transformación que se va obrando poco a poco, como la masa que, en el horno, se va convirtiendo en pan.

Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Cristo llama al sacerdote para que comparta su intimidad. Y deposita en el corazón de su amigo los sentimientos que agitan el suyo. De repente, el corazón del sacerdote se convierte en patena donde el Hijo ofrece al Padre su Amor por las almas. ¿Por qué quiero tanto a esta persona, si nunca la he visto hasta hoy? ¿Por qué, ante los terribles pecados de los que se está acusando éste, sólo siento misericordia? ¿Por qué me duele tanto que aquél se aleje de Dios, si nunca he comido con él? Finalmente, sólo encuentras una respuesta: Alguien me ha puesto en el pecho un corazón que no es mío. Llevo un tesoro dentro de mí.

(XTOSESA)

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