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Domingos de Tiempo Ordinario (ciclo C) – Espiritualidad digital

Juan Bautista y el «castigo inminente»

profetasComo un trueno que rompe el silencio, irrumpe en el Adviento Juan Bautista. Su voz es terrible, se adentra hasta el tuétano y lo revuelve todo:

¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Te asusta ese «Dios castigador», no encaja en tus esquemas, pero no será Juan quien te tranquilice: Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. ¿Tiemblas? Conforme. Pero no tiembles ante el rostro de Dios, sino ante las consecuencias del pecado.

«Todos mis amigos se fueron al campo. Pero, como era domingo, me quedé aquí para asistir a misa. Sentí cierta envidia». «Mis compañeros de trabajo no creen en nada, y todo les sale bien. Yo rezo todos los días, y voy de disgusto en disgusto».

¿Te parece poco castigo una vida sin rezar, un horizonte sin cielo? Y, después de la muerte, la soledad eterna… ¿Te parece poco premio el que, sin merecerlo, has recibido: una vida con Dios, y la esperanza del cielo para siempre? Quien vive para este mundo, en su pecado encuentra su castigo. Quien vive para Dios, en Dios encuentra su premio.

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No quedará piedra sobre piedra

No hacía mucho que Herodes había terminado de edificar el Templo, semejante en lujo y majestad al de Salomón. Y quienes por allí andaban hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos. Jesús, entonces, les dijo algo que debió dejarlos desconcertados:

Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.

Es cierto que, apenas cuarenta años más tarde, esa profecía de Cristo se había cumplido. Pero lo más grande es que, tras caer el templo, la profecía siguió en pie, y así se mantiene hasta hoy. Las palabras de Cristo continúan iluminando nuestros días como entonces.

Miras a una persona joven, y te asombran su hermosura, su fuerza y su empuje. No quedará piedra sobre piedra. Al poco tiempo, ese mismo cuerpo está viejo, feo, débil y gastado.

Escuchas una pieza musical sublime, y te parece que no hay nada más hermoso. No quedará piedra sobre piedra. Cuando la has escuchado cien veces, te cansa.

Te parece contemplar el amanecer más hermoso de la Historia. No quedará piedra sobre piedra. Ya ha anochecido.

Dichosos quienes saben contemplar la gloria de Cristo. Sólo ellos permanecerán eternamente embelesados.

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Son dormitorios

EmaúsToda esa historieta de los siete hermanos y la pobre mujer que tuvo que aguantar, uno detrás de otro, a los siete, aparte de ser un cuento de mal gusto, tiene su origen en una disputa doctrinal. Los saduceos dicen que no hay resurrección.

Acabáramos. Si los cuerpos resucitasen –y en esto se sustancia toda esa trampa saducea–, ¿quién de los siete hermanos yacería con la mujer? Patético.

Es domingo, el día en que el cuerpo de Cristo, transformado y glorificado, salió del sepulcro e ingresó en la eternidad. Después, el cuerpo de la Virgen santísima fue llevado al Cielo por los ángeles. Y, más adelante, cuando Cristo vuelva, resucitarán también los cuerpos de quienes han muerto.

Cuando ese día llegue, los cuerpos gloriosos de los santos ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Esos cuerpos no están sometidos a las pasiones carnales, sino sólo al espíritu. Y el amor del espíritu es Cristo.

Cuando, en este mes de noviembre, visites el cementerio, recuerda que es un dormitorio. Esos seres queridos tuyos están dormidos. Y, un día, Cristo los despertará, cuando amanezca el domingo sin ocaso.

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«Zaqueado» y, encima, feliz

zaqueoNo sé si la copa de un sicomoro es lugar confortable. Pero cuando Jesús, al ver a Zaqueo encima del árbol, le dijo: Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa, reamente le estaba diciendo: «Estás muy cómodo ahí, baja y ábreme las puertas de tu hogar». Zaqueo bajó, e introdujo a Cristo en su casa. Jesús no es invitado cómodo. Te saquea la nevera, levanta las alfombras y saca a la luz la suciedad oculta durante años, te hace enrojecer… y lo llena todo de alegría. Vale la pena, en cualquier caso.

Hay tres formas de relacionarse con Cristo. Una es la de quien «soporta» al Señor: va a misa por obligación, reza porque tiene que rezar, y está esperando a que termine la misa y concluya la oración para entregarse a lo suyo. Otra es la del «fan»: está a favor de Jesús, le aplaude y lo ensalza… desde el sillón; él no se mueve. La tercera es Zaqueo: deja a Cristo entrar hasta la cocina, se deja robar por Él y se lo entrega todo. Así han sido los santos.

Sé que crees en Jesús. Pero ¿te dejarás «zaquear» por Él?

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“Tú, pecador

Chapa y pintura

Supón que llevas el coche a arreglar y el mecánico pasa el coche por el túnel de lavado y te lo devuelve. ¿Te quedarías conforme? ¿Verdad que no?

¡Menudo mecánico, el fariseo de la parábola! Examina por dentro todos los coches menos el suyo. Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Conoce a la perfección cómo son los demás, menuda super-visión de rayos X. Sin embargo, al hablar de sí mismo olvida referirse a lo que él es, y se centra en lo que hace. Chapa y pintura.

Preferiría llevar mi coche al publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. No parece interesarle mucho la chapa, o quizá lo considera un problema de segundo orden. Abre el capó de su coche y se mira por dentro: «Soy un pecador». La chapa ya vendrá después.

No te conformes con hacer un examen de conciencia de chapa y pintura: «He hecho la oración, he dado la limosna, he ido a misa…». Abre el capó: «Soy un…» Y no te asustes. Confiésate, conviértete y confía en Dios.

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“Tú, pecador

Luchando contra Dios

Piensa en aquel Moisés que oraba sobre el monte, levantados los brazos y alzado el cayado, mientras su pueblo libraba aquel fiero combate contra Amalec. Piensa en aquel Jacob que pasó la noche entera luchando contra Dios a brazo partido, hasta que, ya al amanecer, le arrancó su bendición. Piensa, por último, en Jesús postrado en Getsemaní y sudando sangre para obtener la redención del hombre…

Contempla esas tres escenas, y te darás cuenta de que, en ocasiones, la oración tiene mucho de combate con el Cielo. Aunque, en ese combate, al final, Dios siempre se deja vencer. Sólo el necio abandona la lucha antes de obtener la bendición.

Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme.

Es preciso importunar, ser tan pesados con Dios que Dios no pueda soportarnos. Y vale la pena. Porque muchas cosas se escapan de nuestras manos: Un hijo que se descarría, un amigo que agoniza sin sacramentos, la situación de nuestro mundo… Nada podemos hacer para solucionar esos problemas, salvo rezar. Y rezar mucho. Y ponernos muy pesados. Venceremos a Dios.

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Amigos de nuevo

diez leprososMe gusta pronunciarlo despacio, cuando recurro a la Plegaria III: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad». Esa amistad entre Dios y el hombre, rota dramáticamente en el Edén, es el mayor de los dones con los que puede el Creador bendecirnos. Y su recuperación, por la ofrenda presentada en el altar, la mayor de las fiestas.

¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Diez leprosos fueron curados. Y nueve murieron. No murieron entonces, murieron más tarde: un infarto, un atropello, un cáncer, una caída… ¡qué sé yo! En todo caso, el único cambio en su vida fue la concesión de una prórroga, un tiempo extra antes de morir.

El décimo, sin embargo, se salvó. Y se salvó para siempre, porque, postrado ante quien lo sanó, se hizo amigo de Cristo. Y tuvo vida eterna.

Hazlo tú también. Tras recibir a esa Víctima «por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad», póstrate en acción de gracias al finalizar la Misa. No te marches como si nada hubiera pasado.

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