Cristo en su Pasión

Domingos de Tiempo Ordinario (ciclo C) – Espiritualidad digital

La charlatana

De Madrid a mi casa hay cincuenta minutos en tren. Lo que dura un episodio de una serie de TV ¿Me creeréis si os digo que me he tragado un episodio entero de la vida y milagros de una mujer a quien no conocía? Me senté frente a ella en el vagón. Inmediatamente sacó el teléfono, comenzó a hablar, y no paró de hablar hasta que se apeó del tren sin soltar el móvil. Su pareja, su hija, sus enfermedades, su trabajo… ¡Lo sé todo de ella! Y hasta recé por quien estuviera al otro lado del teléfono, porque no pudo decir ni palabra. Mi compañera de viaje no paró de hablar ni para tomar aliento. He llegado a pensar que realmente hablaba sola.

De lo que rebosa el corazón habla la boca. Y con razón lo dice Jesús, porque estaba lleno de Dios y hablaba palabras de gracia. Pero quien está lleno de sí mismo sólo habla de sus cosas. ¡Ay de quien tenga que escucharlo!

Te sugiero un uso peculiar del teléfono para hacer una resonancia magnética de tu corazón: Graba un día tus conversaciones de la mañana a la noche, y escúchalas después… si te aguantas, claro.

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Que ya puedes amar como ama Dios

Si el Bautista señalaba al Mesías bautizado en el Jordán, la Iglesia, desde san Pablo, no para de señalar al Crucifijo. ¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo! Cualquier predicador que no señale a la Cruz está dando rodeos inútiles y aburriendo al auditorio.

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Imposible entender estas palabras sin mirar al Crucifijo. Él es la plasmación de ese corazón inagotable, que sigue amando en medio de los ultrajes, las bofetadas, los salivazos y el repudio.

«¡Es que Él era Dios!», me dice una persona a quien, señalando al Crucifijo, invito a perdonar a su enemigo. Le comprendo. El sermón de la montaña está muy por encima de nuestras fuerzas, nos es tan inalcanzable como la galaxia más lejana.

Sí. Él era Dios. Y dejó que traspasaran su costado para que puedas habitar en esa gruta. Clava tu corazón en la Cruz, y ama desde el suyo. Ahora es tuyo. Y deja de quejarte, que ya puedes amar como ama Dios.

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Mirándolo bien…

Estamos más acostumbrados a la versión de las bienaventuranzas del evangelio según san Mateo. En la de san Lucas, que se proclama hoy, las bienaventuranzas son sólo cuatro. A cambio, Lucas añade cuatro ayes: ¡Ay de vosotros, los ricos! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados! ¡Ay de los que ahora reís! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!

Hombre, así, de primeras, si me dan a elegir, prefiero ser rico, estar saciado, reír y tener prestigio. Supongo que así, de primeras, cualquiera de vosotros elegiría lo mismo. ¿A alguien le gusta pasar hambre, llorar o ser insultado?

Pero así, de primeras, nunca elegimos bien. Debemos mirar mejor. Porque Jesús, con cuatro trazos, nos está dibujando un crucifijo: Bien­aventurados los pobres. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre. Bienaventurados los que ahora lloráis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres. Él es quien, en la Cruz, es pobre, pasa hambre, llora y es odiado.

Mirándolo bien, Jesús crucificado te está haciendo una pregunta: «¿Quieres venir a Mí? ¿Qué prefieres, ser rico y estar saciado o venir conmigo y tenerme a Mí?»

Entonces respondes: «Prefiero mil veces llorar contigo que reír sin ti». Las bienaventuranzas sólo son aptas para enamorados.

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Más vale apóstol dormido que tibio despierto

Me la voy a jugar, y que san Pedro me corrija en el cielo si me equivoco. Pero estoy seguro de que aquella mañana Simón se durmió durante la homilía.

Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Simón volvía de una terrible y estéril noche de pesca. Estaba rendido. Sólo quería lavar las redes, tomarse el bocadillo y meterse en la cama hasta la tarde. Y llega Jesús y, sin pedir permiso, se sube a la barca para predicar. Pedro se lo permitió, pero ¿de verdad creéis que aguantó despierto? ¡Venga!

Y, con todo, ¿a quién aprovechó más el sermón, a quienes lo oyeron desde la distancia, o a quien, aun dormido, había dejado a Jesús tomar posesión de su barca?

Cuando escuchas a Cristo a distancia, llegas, rezas y te marchas agradeciendo que el sacerdote no se haya alargado o quejándote de que se alargó. Luego tu vida sigue donde la dejaste hasta el próximo domingo. Pero cuando dejas que Cristo se meta en tu vida, la ponga patas arriba y dirija tu barca… Desde ahora serás pescador de hombres. Aunque te duermas en el sermón.

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Un Dios escondido

Imagínate la sorpresa de los vecinos. Un sábado más, toca sinagoga. ¿Quién hace la lectura? Mira, es Jesús, el hijo de María.

Coge el rollo del profeta.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Pero, cuando termina la lectura, sus palabras caen como un rayo en la sinagoga: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

Pero éste ¿quién se ha creído que es? Si es el carpintero, el año pasado me arregló la puerta de casa. ¿Cómo habla así? ¿Ha enloquecido?

No te extrañe el asombro. Más bien, piensa que, de 33 años de vida, Jesús pasó 30 (el 90%) escondido, haciendo una vida normal entre vidas normales.

Es verdad: tú eres un Dios escondido (Is 45, 15). Siglos de escondimiento en el cielo. Y, cuando viene a la tierra, se esconde en el seno de una Virgen. Y, cuando es dado a luz, se esconde en una aldea treinta años. Tres de vida pública, y se esconde en un sepulcro…

Recuérdalo, que eres su hijo. No tienes que ser famoso; tienes que ser santo. Y no hay mejor aventura que la de ser santo a escondidas, viviendo santamente una vida normal.

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Los verdaderos novios en las bodas de Caná

Estos breves comentarios no quieren ser clases de teología, pero vendrá bien apuntar hoy que la Virgen es llamada esposa de Cristo. Y que los verdaderos esposos, en las bodas de Caná, son Cristo y María. Para entenderlo basta con superponer la escena en el retablo de la Pasión.

Diréis que la esposa de Cristo es la Iglesia. Pero, en la Cruz, la Iglesia era María. Ella recoge la sangre redentora de Jesús y da a luz al primer cristiano, Juan, llamado allí mismo hijo suyo. Ella es cónyuge de Cristo, porque en el Calvario se unce al mismo yugo suave de su Hijo.

No tienen vino, dice la madre. Les falta tu sangre, el vino nuevo. No ha llegado mi hora, responde el Hijo. En el Calvario habrá llegado la hora. Haced lo que él os diga, dice la Virgen a los sirvientes. Haced lo que él os diga, nos dice, junto a la Cruz, a quienes allí nacemos a una vida nueva como hijos de Dios y de María.

Has guardado el vino bueno hasta ahora, dice el mayordomo al esposo. Y así dice la Virgen mientras recoge la sangre del costado y la distribuye entre sus hijos.

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