El látigo de Cristo llora sangre. Lleva en sus cuerdas el llanto de un corazón que ve la casa de su Padre convertida en lugar de pecado y de comercio. ¿Cómo te sentirías si vieras el hogar donde creciste convertido en guarida de ladrones, y la alcoba donde amorosamente fuiste engendrado convertida en lupanar?
Quitad eso de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Por desgracia, siempre habrá mercaderes en la casa de Dios mientras habitemos en esta tierra. Siempre existirán, en el alma y en la Iglesia, intereses carnales y pecados. Pero si, al menos, su presencia nos hace sufrir y nos mueve a penitencia, ese dolor y esa expiación serán látigo que purifique el templo.
Sin embargo, si un día los pecados no nos hicieran sufrir; si conviviéramos pacíficamente con ellos; si llegáramos a sentarnos con los mercaderes en la casa de Dios para repartir con ellos las ganancias… moriríamos.
Haz examen de conciencia cada noche. Y renueva el dolor de tus pecados y el propósito de enmienda antes de dormir. Así dormirás tranquilo y vivirás en paz, con la paz más deseable: la de quien no descansa en su guerra contra el pecado.
(0911)