La Resurrección del Señor

Otras conmemoraciones – Espiritualidad digital

El santo dolor de los pecados

El látigo de Cristo llora sangre. Lleva en sus cuerdas el llanto de un corazón que ve la casa de su Padre convertida en lugar de pecado y de comercio. ¿Cómo te sentirías si vieras el hogar donde creciste convertido en guarida de ladrones, y la alcoba donde amorosamente fuiste engendrado convertida en lupanar?

Quitad eso de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Por desgracia, siempre habrá mercaderes en la casa de Dios mientras habitemos en esta tierra. Siempre existirán, en el alma y en la Iglesia, intereses carnales y pecados. Pero si, al menos, su presencia nos hace sufrir y nos mueve a penitencia, ese dolor y esa expiación serán látigo que purifique el templo.

Sin embargo, si un día los pecados no nos hicieran sufrir; si conviviéramos pacíficamente con ellos; si llegáramos a sentarnos con los mercaderes en la casa de Dios para repartir con ellos las ganancias… moriríamos.

Haz examen de conciencia cada noche. Y renueva el dolor de tus pecados y el propósito de enmienda antes de dormir. Así dormirás tranquilo y vivirás en paz, con la paz más deseable: la de quien no descansa en su guerra contra el pecado.

(0911)

La muerte convertida en vida

Odio profundamente esa fiesta de Halloween que se ha introducido como un ladrón en Europa. Pero, más allá de cuestiones morales, más allá de los riesgos de juguetear con el mal, odio Halloween porque amo la belleza, y la muerte es lo más feo de este mundo. Una sociedad que juega con la fealdad y la ensalza es una sociedad que camina hacia su descomposición. ¡Cómo va a gustarme ver a los niños de mi parroquia convertidos en mamarrachos, vestidos de esqueletos y con calaveras en las manos!

La muerte es fea. Se nota que entró en el mundo por envidia del Diablo. Lleva su hedor y su aspecto.

Y, sin embargo… Os aseguro que nada hay más hermoso que la muerte de un cristiano. Se hace presente en ella toda la belleza del Crucifijo. He visto a ancianos morir sonriendo, mirando al cielo. Los he visto clavar los ojos en un punto de su habitación, mientras decían que venía la Virgen a por ellos. Y no morían de cáncer, morían de alegría.

Por eso, si alguien quiere celebrar la muerte, que acompañe al sacerdote mientras visita a los enfermos. Y verá a la muerte convertida en vida, vida eterna.

(0211)

Un elefante guapo

Quizá penséis que estas témporas de acción de gracias y petición, en las que presentamos a Dios el curso que comienza, llegan tarde. El curso comenzó en septiembre, los niños ya están en el colegio y las vacaciones son historia. Pero en las parroquias, como en otros ámbitos, septiembre es un mes terrible, en el que parece que estuviéramos levantando un elefante: Reúnete con los catequistas, programa las actividades, convoca al consejo pastoral, compra los libros, haz los listados, sincroniza calendarios… En octubre, el elefante ya está en pie y camina solo. Es buen momento para presentárselo a Dios.

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá… ¿Qué pediremos? Pediremos, primero, perdón por las infidelidades del curso pasado. Y luz y fuerzas para no repetirlas. Y humildad para rectificar si las repetimos.

Pediremos, también, que nuestro trabajo sea lo que Dios quiere. El trabajo de un cristiano es mucho más que un medio de subsistencia: es nuestra forma de entregar la vida a Dios. Por eso lo subiremos cada día a la patena del sacerdote, y pediremos la gracia de realizarlo con generosidad, con perfección, con amor. Vamos a darle al Señor un elefante guapo.

(0510)

Ángeles con pañales

En muchísimas iglesias y oratorios, comenzando por la Capilla Sixtina, los ángeles están representados como niños. A veces, incluso, adoptan posturas juguetonas, ríen, y no llevan encima más vestido que una tela a modo de pañal. Es casi irreverente, pero no nos lo parece. Son ángeles simpáticos, suscitan ternura.

Cuando miramos esos ángeles niños, ¿los vemos, a causa de su aspecto, como seres inferiores a nosotros? ¡De ningún modo! A mí no se me ocurriría llamar «monín» a un ángel con pañales. Antes me postro a sus… piececitos.

Porque el arte, cuando es bueno, habla por sí solo. Todos nos damos cuenta de que ese aspecto infantil, en ellos, no significa ignorancia, sino sencillez.

En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

Esta frase de Jesús lo explica todo. La sencillez del ángel es la cualidad que le permite ver a Dios, sencillez suma: ellos están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. Porque esa sencillez es limpieza de espíritu, mirada inocente y clara que atisba la faz del Altísimo.

En esta fiesta de los ángeles custodios, pídele al tuyo esa sencillez.

(0210)

Hijos de Dios, ciudadanos del cielo

El capítulo 28 del Génesis nos cuenta cómo Jacob, de camino a Jarán, durmió sobre una piedra. Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella (Gén 28, 12). Este sueño, anuncio de una nueva era en la historia entre Dios y los hombres, enlaza directamente con las palabras que Jesús dirige a Natanael:

Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Clavado en una Cruz que une el cielo con la tierra, Cristo es esa escalera por la que los ángeles descienden a la tierra y ascienden de nuevo al cielo.

Anteriormente, los ángeles visitaron ocasionalmente a los hombres, y los hombres, ante la visión de los espíritus celestes, temblaron. Hoy, a través de esa escalera, los ángeles conviven a diario con nosotros. Más aún, también nosotros vivimos donde ellos viven, porque esa escalera es más nuestra que suya. Y por ella ascendemos al cielo, y vivimos ya en la eternidad, y somos amigos, hermanos y familiares de Miguel, Gabriel, Rafael, y de todos los coros angélicos. Somos hijos de Dios, ciudadanos del cielo.

(2909)

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