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Cuaresma – Espiritualidad digital

Te está llamando el buen Pastor desde la Cruz

Dos mil años acompañados por el Crucifijo, y muchos, aún, no han entendido nada. Lo miran, y se les queda la mirada en el dolor. Les duele la cabeza, y piensan: «Es una cruz que me manda el Señor». Como si Dios, desde el cielo, se entretuviese lanzando enfermedades a sus hijos. Qué visión tan pobre.

Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. El buen Pastor sigue convocando, una por una, a sus ovejas. El Señor te está llamando desde la Cruz. Y no te llama al dolor; el dolor ya lo tienes puesto, te lo han traído la vida y el pecado de los hombres. Te llama a la entrega, a la Vida –con mayúscula–, al Amor, y a santificar ese dolor hasta volverlo dulce.

La Cruz no es una invitación al sufrimiento, porque Dios odia la muerte y el sufrimiento. La Cruz vuelve dulce el sufrimiento porque es puerta amorosa del cielo. La llamada con que, desde allí, te convoca el buen Pastor, es ésta: «No sufras solo; no mueras solo. Sufre conmigo, muere conmigo, resucita conmigo». Bendito dolor, bendita muerte.

(TC05S)

María Dolores

Es muy curioso cómo, a pesar de que la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II llevó la festividad de la Virgen de los Dolores al 15 de septiembre, mucha gente en España sigue considerando este quinto viernes de Cuaresma como el día de la Virgen de los Dolores. Dice mucho del arraigo popular de esa asociación entre la semana de Pasión y la Dolorosa. Y también del número de Lolas que tenemos en España, aunque cada vez son menos. En casi 28 años, no he bautizado a ninguna María Dolores. Qué penita. Cómo espanta el dolor a los hijos de esta generación.

A lo nuestro, que se nos va el espacio. Jesús fue llevado a la Cruz por una blasfemia: Porque tú, siendo un hombre, te haces Dios. ¡Qué falta de fe! Si hubieran sido sensatos, se hubieran admirado: «Porque tú, siendo Dios, te haces hombre». Y, haciéndote hombre, te humillas hasta la Cruz.

Por eso lo adoró la Virgen junto al Leño. Ella aparece cuando los demás se espantan, ella es María Dolores. Y, a la vez que comparte los padecimientos de su Hijo, lo adora como Dios. Por eso le pediremos que nos conceda acompañarla hasta el Calvario.

(TC05V)

Por las barbas del patriarca

AbrahánHace años que dejé de soñar con ver a Abrahán. Yo leía esas palabras de los judíos a Jesús: No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?, y las interpretaba mal. Pensaba que, al cumplir los cincuenta, vería las barbas del patriarca… Pero no. Pues nada, otra vez será.

Otra cosa es lo que el propio Abrahán, según las palabras de Jesús, vio: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio y se llenó de alegría.

¿Y cuándo vio Abrahán el día de Cristo? Pues en el mismo momento en que, dispuesto a sacrificar a su hijo, fue detenido por el ángel del Señor. Ese ángel le señaló un carnero, para que lo ofreciera en sacrificio en lugar de Isaac. Y le prometió entonces, de parte de Dios, que en su nombre serían benditas todas las razas de la tierra. En ese instante, Abrahán supo que otra víctima consumaría el sacrificio que él había dejado a medias. Y que esa víctima redimiría, no sólo a Israel, sino a todo el género humano. Por eso se alegró.

Nos estamos acercando a ese día; en una semana será Viernes Santo. Por las barbas del patriarca: alegrémonos.

(TC05V)

Nacidos de lo alto

No sé si todos los padres que se acercan a la Iglesia para pedir el Bautismo de sus hijos son conscientes de que, como hizo Ana con Samuel, están entregando sus hijos a Dios. El Bautismo del hijo es siempre un sacrificio y una consagración. Los padres entregan a su hijo a Dios, y Dios lo toma y lo hace hijo suyo. A partir de ese momento, los padres están educando a un hijo de Dios, y tendrán que rendir cuentas de ello ante su Padre.

Nuestro padre es Abrahán, decían los judíos. Pero hablaban de un linaje, de una paternidad biológica transmitida a través de una semilla. Jesús les da una respuesta durísima: Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre. Se refería al Diablo.

Si pido mi partida de nacimiento en el registro civil, en ella se dirá que soy hijo de mis padres. Pero si pido a la Iglesia mi partida de Bautismo, allí aparecerá la verdad: soy hijo de Dios. Y he nacido de lo alto, con Cristo. Y la Creación entera me pertenece. Soy sacerdote, profeta y rey. Mi patria es el cielo. Ahí queda eso.

(TC05X)

«Yo soy»

Hoy os lo voy a poner un poco difícil. Pero no mucho. Las palabras del evangelio de Juan son ventanas abiertas a horizontes inconmensurables, y no podemos pasar por allí sin asomarnos. Un día las cruzaremos. Hoy tan sólo nos asomamos.

Si no creéis que «Yo soy», moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?»

La pregunta está mal hecha. Sé que es muy tentador preguntarle a Cristo: «¿Quién eres?», pero esa pregunta no tiene respuesta porque Él mismo acaba de decir: Yo soy.

Así, sin más: Yo soy. Lo mismo que le respondió Yahweh a Moisés desde la zarza. «¿Quién eres?» se le pregunta a Antonio, porque Antonio es Antonio y no Juan. Al responder: «Soy Antonio», está marcando sus límites y distinguiéndose de Juan. Pero quien te ha dicho Yo soy está más allá de todo límite. Él, simplemente, es, y de Él reciben el ser Antonio, Juan y Guadalupe.

Por eso Jesús responde: Lo que os estoy diciendo desde el principio. Y no busques ese principio meses ni años atrás, porque ese principio está fuera del tiempo: En el principio existía la Palabra (Jn 1, 1).

Perdonad si parece enrevesado. A mí me parece fascinante.

(TC05M)

La mujer pecadora, y la ágil Susana

Todos los años, cuando llega este quinto lunes de Cuaresma, me echo a temblar. No por el evangelio, que es una delicia, sino por la primera lectura, la de la casta Susana, que es larguíiiiiisima. Por eso procuro elegir yo al lector, y darle instrucciones para que Susana, además de casta, sea ágil.

Son dos mujeres, frente a frente: la ágil y casta Susana, una inocente condenada injustamente y salvada por Dios, y la mujer adúltera, condenada justamente por los fariseos y absuelta por Cristo con estas palabras: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Tiene su peligro este choque de mujeres. Porque, como nos descuidemos, nos identificamos con Susana, nos sentimos víctimas de la injusticia de los hombres, y pedimos a Dios que abogue en nuestro favor. Después escuchamos el relato de la mujer adúltera y pensamos que debemos ser misericordiosos con los pecadores.

Mal leído. Y no por falta de agilidad, sino de humildad. Susana es Cristo, el Justo condenado injustamente por los hombres y resucitado por Dios. Y la mujer adúltera somos tú y yo, que hemos merecido mil veces el infierno y, sin embargo, hemos encontrado misericordia en el corazón del Señor.

(TC05L)

¿Por qué llora Jesús?

Ha muerto Lázaro. Y Jesús llega a la casa. María se le acerca llorando. Y Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu. Luego lo acompañan hasta la tumba y, al llegar allí, Jesús se echó a llorar.

¿Por qué llora? Jesús sabe que, en unos minutos, su amigo estará de nuevo en pie, retomando su vida donde la dejó. ¿Por qué llora, entonces?

La primera vez, cuando vio llorar a María y a los judíos que la acompañaban, las lágrimas de Jesús fueron de compasión. Cualquier dolor humano hace mella en el corazón de Cristo y le arranca lágrimas. También tu llanto y el mío conmueven al Señor. Nunca estamos solos cuando lloramos. Él llora con nosotros.

La segunda vez, ante la tumba de Lázaro, es la muerte la que hace llorar a Jesús. Cristo es la Vida. Y, al contacto con la muerte, la Vida llora. También nosotros lloramos a nuestros muertos, aun cuando sabemos que resucitarán. Y, mientras los lloramos, las lágrimas de Cristo se mezclan con las nuestras y las bendicen. No es falta de fe llorar a los muertos. Es, simplemente, señal de humanidad.

(TCA05)

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