La Resurrección del Señor

Cuaresma – Espiritualidad digital

Esa mirada

Tan frágil es, entre todas las criaturas, el ser humano, que es el único ser al que puedes reducir a añicos con una sola mirada. Hay miradas que matan. Pero también hay miradas que resucitan muertos, miradas que hacen que la vida valga la pena.

Quedó solo Jesús, con la mujer. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

¡Lo que daría por estar en la piel de esa mujer en ese momento! ¡Lo que daría por conocer el modo en que Jesús la miró! Yo quiero recibir esa mirada.

La recibo, lo sé, aunque mis ojos siguen a oscuras. Pero me basta, de momento, con saberlo. Porque es maravilloso saber que, cuando tantas veces te sientes juzgado por la mirada de los hombres, hay alguien que, por mucho que te hayas equivocado o hayas pecado, te mira con cariño, te sonríe y te dice: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Esa mirada de Jesús te limpia, te reconcilia contigo mismo y te da ánimo para seguir adelante. Te hace bueno.

(TC05L)

Una vida fecunda

Que todos moriremos no es ninguna noticia. No te sorprenda que, en pleno domingo, te invite a meditar en tu propia muerte. Es para que te preguntes qué herencia dejas al mundo. ¿Has sembrado algo? ¿Dejas el mundo un poco mejor de como lo encontraste? ¿De qué ha servido tu paso por la tierra?

Hay quien deja menos de lo que encontró. Hay quien no deja nada. Hay quien deja dinero, una empresa, unos libros escritos… Y hay quien se marcha de este mundo habiendo sembrado vida eterna. Dichosos ellos, y dichosos nosotros, que recogemos sus frutos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Cristo murió y fue enterrado como grano de trigo, y la tierra se ha llenado de su fruto. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. Únete a Él. Siembra vida eterna en las almas que te rodean. Siembra tu propia vida como trigo, entrégala generosamente. Que nadie diga que has muerto, que digan que te has entregado. Y tu paso por la tierra habrá sido una bendición para ti y para el mundo. Deja fruto.

(TCB05)

Ojalá escuchéis hoy su voz

La Liturgia de las Horas marca a fuego la Cuaresma con este versículo, que se repite una y otra vez en el invitatorio: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón (Sal 95, 7-8). Pues el ayuno, la oración y la limosna no son sino la forma de hacer silencio para poder escuchar al Verbo: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo (Mt 7, 5).

¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho? Nicodemo creía en Jesús porque lo había escuchado. Se había acercado a Él deseando conocer su sabiduría, y había abierto el corazón a palabras que no era capaz de entender. Pero aquellas palabras llevaban ecos de vida eterna, y Nicodemo percibió esos ecos. Por eso invita a los fariseos a escuchar a Jesús.

Jamás ha hablado nadie como ese hombre. Los soldados escucharon, y creyeron. Pero los fariseos no quisieron escuchar la voz del Señor, endurecieron el corazón.

Y tú, con tanto ruido, ¿cómo vas a escuchar? Baja un poco los decibelios, ayuna, despréndete de tus bienes, quédate a solas con Cristo y escucha en silencio al Señor. Préstale atención, y vivirás.

(TC04S)

Encantado de conocerte

En la Biblia, conocer no es leer un libro, ni escuchar una noticia. Adán conoció a Eva, su mujer, que concibió (Gén 4, 1). Señor, tú me sondeas y me conoces (Sal 139, 1). Cuando la Biblia habla de «conocer», se refiere a un conocimiento amoroso, a una alianza nupcial, a un dulce adentramiento en el ser amado, quien acoge y hospeda al amante.

Jesús juega con ese sentido profundo: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo –mentira, eso es lo que creéis–. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado.

No lo conocéis significa «no lo amáis». Yo lo conozco significa «El Padre y yo nos amamos, somos uno».

Lo mismo que Cristo dice respecto a su Padre deberíamos poderlo decir nosotros respecto a Él. «Yo lo conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado». Pero poder decir esto requiere mucha oración, mucha unión con Jesús.

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3).

(TC04V)

Cuatro testigos y un «tránsfuga»

Cuatro testigos presenta Jesús ante aquellos judíos que se habían erigido en jueces:

1.– Juan: Enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad.

2.– Los milagros: Las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí.

3.– El Padre: El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí.

4.– Las Escrituras: Estudiáis las Escrituras… pues ellas están dando testimonio de mí.

Por si no fuera suficiente, aquél en quien esperaban los judíos, Moisés, se «cambia de bando» y se pone del lado de Jesús: No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.

¿Acaso puede mi causa estar más clara? ¿A quién más queréis que llame? Pero no queréis venir a mí para tener vida.

No queréis abandonar esa vida que lleváis, que es muerte, para que Yo os dé vida eterna. Si la vida que os ofrezco fuera ésta, todos vendríais a mí para ser curados y alimentados. Pero la vida verdadera, la que os ofrezco, requiere renunciar a ésta, y no estáis dispuestos. Moriréis por vuestra culpa.

(TC04J)

La hora

la horaEn los próximos días escucharemos muchas veces a Jesús hablar de «la hora»: Llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios… Viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz…

Nos acercamos a esa hora en que la Palabra va a descender hasta el silencio, la vida va a descender hasta la muerte, el cielo va a descender hasta el infierno, para que quienes habitan el silencio, la muerte y la soledad sean rescatados.

Esa hora no será señalada por un reloj, porque romperá todos los relojes y todos los calendarios, rasgará en dos el tiempo y lo abrirá a la eternidad. Desde la tarde del Viernes Santo hasta la madrugada del Domingo, relojes y calendarios se detendrán sobrecogidos, mientras el Señor del tiempo desciende a las entrañas de la miseria humana para levantar al hombre caído. Qué hermoso, ese sermón del grande y santo sábado, en que Cristo y Adán se saludan: «– El Señor esté con vosotros. – Y con tu espíritu».

Clavemos la mirada en la Cruz. Vivamos pendientes de esa hora y, a través de ella, amaneceremos, en Pascua, a la eternidad.

(TC04X)

Señor mío Jesucristo…

Procuro que los niños de mi parroquia aprendan el «Señor mío Jesucristo». Cuidad las oraciones vocales, son un tesoro de la Iglesia. Me sorprende que haya jóvenes en retiros y adoraciones, profiriendo alabanzas y orando en lenguas, cuando aún no saben rezar el Credo, recitar los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, o proclamar la Salve. Estamos empezando la casa por el tejado, cuidado no se caiga.

«Por ser Vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido… Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar»… ¿Cómo privar a los niños de este tesoro?

Gracias a oraciones como ésta, sabemos que el pecado es el peor de los males. Y entendemos las palabras de Jesús: No peques más, no sea que te ocurra algo peor.

Porque el pecado siempre es peor. Peor que cualquier enfermedad terminal. Antes morir que pecar. Y recibimos más bien en una absolución que en la curación milagrosa de un cáncer.

Nos vamos acercando al Calvario, donde nuestras culpas serán limpiadas con sangre. Hagámoslo con las disposiciones que nos muestra esa bendita oración: «Me pesa de todo corazón… propongo firmemente nunca más pecar».

(TC04M)

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