Ojalá escuchéis hoy su voz

La Liturgia de las Horas marca a fuego la Cuaresma con este versículo, que se repite una y otra vez en el invitatorio: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón (Sal 95, 7-8). Pues el ayuno, la oración y la limosna no son sino la forma de hacer silencio para poder escuchar al Verbo: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo (Mt 7, 5).

¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho? Nicodemo creía en Jesús porque lo había escuchado. Se había acercado a Él deseando conocer su sabiduría, y había abierto el corazón a palabras que no era capaz de entender. Pero aquellas palabras llevaban ecos de vida eterna, y Nicodemo percibió esos ecos. Por eso invita a los fariseos a escuchar a Jesús.

Jamás ha hablado nadie como ese hombre. Los soldados escucharon, y creyeron. Pero los fariseos no quisieron escuchar la voz del Señor, endurecieron el corazón.

Y tú, con tanto ruido, ¿cómo vas a escuchar? Baja un poco los decibelios, ayuna, despréndete de tus bienes, quédate a solas con Cristo y escucha en silencio al Señor. Préstale atención, y vivirás.

(TC04S)