La Resurrección del Señor

6 julio, 2024 – Espiritualidad digital

Mamá, no seas pesada

Se quejan muchas madres –más que los padres, por cierto– del poco caso que les hacen sus hijos mayores cuando les aconsejan que vayan a misa los domingos, o les imploran que bauticen a los nietos… Al final, la conversación siempre acaba así: «Mamá, no seas pesada».

Y yo les respondo que no sean pesadas. No por dar la razón a los hijos, que no la tienen, sino porque la insistencia de mamá no sirve para nada. Ojalá sus hijos encuentren a un buen amigo que les hable de Dios. Será humillante para ellas, pero, en ocasiones, una sola palabra del amigo hace más efecto que todos los consejos de mamá durante años.

No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

Mamá, no te desgañites. Tus palabras no sirven, porque tus hijos las han oído mil veces. Jesús redimió a los nazarenos padeciendo por ellos en la Cruz. Por tanto, aprende que ese dolor tuyo, ofrecido junto al de Cristo, es más eficaz que todos tus sermones. Pasó el tiempo de hablar a tus hijos de Dios. Es hora de hablarle –si es preciso, con lágrimas– a Dios de tus hijos.

(TOB14)

El ayuno y el banquete

El aburguesamiento en que ha caído el cristianismo occidental hace que pocos cristianos ayunen. Muchos piensan que el ayuno es el rostro de un cristianismo desfasado y triste, más centrado en el dolor que en la alegría, en la muerte que en la vida… y así nos va. Al relegar el pecado, la condena, el ayuno y la muerte, dejamos de apreciar la gracia, la misericordia, la fiesta y la vida.

Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Hemos olvidado que nos han arrebatado al Esposo, y que han sido nuestros pecados quienes nos lo han arrebatado. Y que, si no nos entristecen esas traiciones, es señal del poco amor que profesamos a nuestro Salvador. El ayuno es una mera consecuencia de ese dolor. Nadie quiere comer cuando está triste.

Y hemos olvidado, también, que, tras la tristeza del viernes y la soledad del sábado, viene la alegría del domingo. El Esposo, arrebatado por nuestras culpas, resurgirá glorioso del sepulcro por el poder de Dios, y nos anunciará el perdón de nuestros pecados. Entonces comeremos y beberemos llenos de gozo. Y sabremos que, al final, nuestro ayuno sirvió para hacer hambre y disfrutar de ese banquete.

(TOP13S)

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