Mírala, llorando desconsolada frente al sepulcro:
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando.
Todo lo que tiene ante sus ojos es muerte. Así vive mucha gente, con el sepulcro por delante y nada más. Al fin y al cabo, ése es el panorama que nos presentan los ojos: dos pasos (cuatro días, ochenta años) hasta la muerte, y disfruta lo que puedas mientras caminas. Aunque para María Magdalena, después de haber perdido al Señor, ya no hay gozo posible en esta vida.
Entonces aparece Jesús:
Jesús le dice: «¡María!».
Te llama por tu nombre, te vuelves, lo miras y, de repente, se te abren los cielos. Y se despliega ante tu mirada, iluminada por la fe, la eternidad entera con Cristo abriendo sus brazos para ti. Se te ilumina el rostro y se llena de gozo el alma.
Jesús le dice: «Anda, ve a mis hermanos».
Y te pide que recuerdes a los hombres que hay cielo, que no todo es política, ni salud, ni diversión; que hay un Amor eterno ofrecido al hombre, y que la vida puede ser maravillosa cuando goza de ese Amor; que estamos creados para la Vida, y no para la muerte. ¡Corre a anunciarlo!
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