La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Conocer al Padre es decir «Abbá»

No es difícil entender a Felipe. Tres años ha pasado Jesús hablando de su Padre y, ahora que se está despidiendo de los suyos, se comprende bien la petición del apóstol:

Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

«No has parado de hablar de Él, ¿y te irás sin mostrarnos su rostro?». Quizá cualquiera de nosotros hubiéramos pedido lo mismo. Sin embargo… ¿qué esperaba Felipe, que Jesús chascase los dedos y, de repente, apareciera entre ellos un anciano barbiblanco?

Es que no es eso. Conocer al Padre es decir «Abbá», y decirlo desde Cristo, como gime un niño, para descansar en Él.

Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad (Jn 4, 24). A la Primera Persona la adoramos en la Tercera (el Espíritu) y por Segunda (puesto que Cristo es la Verdad).

Te lo explicaré de otra manera: El Espíritu, por la gracia infundida en tu alma a través del Bautismo y la Penitencia, te hace uno con Cristo, que es la Verdad. Y es ese Espíritu quien clama dentro de ti: «¡Abbá! ¡Padre!»

¿Quieres conocer al Padre? Déjate invadir por Cristo, déjate consagrar por su Espíritu, y reza en gracia el Padrenuestro.

(TP04S)

Transversal rima con sal

¡Qué bien traído está el pasaje evangélico que ilustra la fiesta de san Isidoro! Imposible escoger uno mejor:

Vosotros sois la sal de la tierra.

Porque, en aquellos siglos VI-VII de la España visigoda, san Isidoro sazonó con la sal del cristianismo todos los saberes humanos. No hubo ciencia que no tratase en sus escritos y, en ellos, hizo del cristianismo, usando una palabra tan de moda hoy, algo «transversal». Rima con sal.

¡Benditos tiempos! Hoy, en Occidente, la transversalidad del cristianismo ha dejado de captarse. La sal apenas sale del salero. En saleros –poco salerosos– se han convertido parroquias y familias. Allí se alaba a Dios, pero de allí no sale al mundo el nombre de Cristo.

Y es que son muchos los católicos que viven en guetos construidos por ellos mismos para protegerse del mundo. Y buscan ambientes católicos, webs católicas, políticos católicos, cine católico, medios de comunicación católicos… Todo tiene que llevar la marca. Que no se me ofendan los celíacos, pero parece que hubiéramos contraído una especie de celiaquía que nos llevara a buscar productos «sin mundo», especiales para católicos. Los celíacos saben lo caro que sale eso. Caro para nosotros, y carísimo para el mundo.

(2604)

No callemos a Cristo

Si nuestra pretensión, como cristianos, consistiera en salvar el alma, tendrían razón quienes nos dicen que la religión pertenece a la esfera íntima y privada de cada persona. Yo rezo, procuro salvar mi alma, y los demás que se apañen como puedan o, si lo prefieren, que se vayan al infierno; allá ellos.

Pero nuestra pretensión, como cristianos, no queda reducida a la salvación del alma. Nuestro propósito es inmenso, inconmensurable, tan amplio como el horizonte. Pretendemos que todos los hombres crean en Cristo, que todas las almas se salven, que Jesús sea amado y adorado en los confines de la tierra. ¡Ahí es nada!

Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. Por eso nadie puede callarnos, aunque se burlen, aunque nos persigan, aunque nos maten. Y si, por respetos humanos, por vergüenza, o por ese aburguesamiento que nos lleva a no querer salir de nuestra «zona de confort» callamos, privamos al mundo de la luz y pecamos contra Cristo.

Permite que te lo repita: tu fe no es asunto tuyo, no es materia privada. Nuestra fe es expansiva como los rayos del sol. Y, si no eres fiel a ese espíritu, no eres cristiano.

(2504)

La alegoría del buen Pastor, en lo concreto

Imagina que llegas por primera vez a un pueblo, y preguntas a un vecino por el camino hacia la plaza. El vecino te indica que, para llegar, debes subir por la cuesta que tienes a tu derecha. Y tú, entonces, te enfadas: «¿Por qué tiene usted que ponerme el camino cuesta arriba? ¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? ¡Yo no subo cuestas, yo las bajo! ¡Menudo dictador está usted hecho!»… El pobre vecino se encoge de hombros: «Vaya usted por donde quiera, sólo pretendía ayudarle. Pero le aseguro que, bajando cuestas, no llegará a la plaza».

Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Si no quieres obedecer al sacerdote cuando te muestra el camino del cielo, no la emprendas contra él, que él no quiere juzgarte ni obligarte. Ahora bien, esa palabra que él te ha dicho indicándote el camino, esa palabra que tú has querido ignorar, será la que te juzgue. Él fue buen pastor para ti, pero tú no quisiste dejarte guiar.

(TP04X)

En la vida y en la muerte, somos del Señor

¿Sabes lo que es el éxtasis? No pienses en fenómenos extraordinarios que, aunque los haya de cuando en cuando, no te darán la definición. Literalmente, «éxtasis» significa salir de uno mismo. Cuando el ser amado te roba el corazón, entonces te saca de ti mismo, te expropia dulcemente y pasas a ser suyo; le perteneces. Eso es éxtasis. San Lucas dice que, en Antioquía, por vez primera llamaron a los discípulos «cristianos». Cristiano es quien pertenece a Cristo. Hace falta un éxtasis para eso.

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Somos las ovejas del buen Pastor; le pertenecemos, nos ha robado el corazón y nos ha comprado con su sangre. Por eso, no somos dueños de nuestras vidas, sino que caminamos junto a Él y hacemos sus obras. Si tan sólo lo siguiéramos, podríamos perdernos. Pero, si somos suyos, entonces estamos protegidos por Él, y ni todos los demonios juntos podrán apartarnos de su lado.

Recuérdalo, para que tengas paz: Si tú no quieres apartarte de Jesús, nada te apartará de Él. Ni tus miserias.

(TP04M)

El que me saca fuera

No te das cuenta de que estás encerrado hasta que alguien abre la puerta y ves el campo, el sol y las montañas. Como en «Centauros del desierto», cuando John Ford abre la puerta de la casa, y frente a la luz del exterior descubres las tinieblas de la habitación. Es hora de salir.

Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. A espacios abiertos. Eso hizo Moisés cuando sacó a su pueblo fuera de Egipto. Y también lo hizo el propio Jesús, al sacar a Lázaro fuera del sepulcro.

Eso hace conmigo el buen Pastor. Me llama cuando estoy encerrado en mi pecado, preso de mí mismo y de mis cosas, recluido en mis problemas, mis dolores, mis urgencias. Me dice, como a Lázaro: «Sal fuera, deja esas bobadas y ven conmigo, que ya es primavera y el cielo es enorme y claro».

No te confundas. «Fuera» es «dentro». «Sal fuera» no significa «sal a la calle a hacer footing». Significa «recógete dentro de ti, en lo profundo del alma, y allí descubrirás una puerta que te saca al cielo. Sal por ella y disfruta conmigo de las verdes praderas del reino de Dios».

(TP04L)

¿De quién me fío?

pastorResuena hoy en todos los templos el evangelio del buen Pastor, y resuenan en los televisores noticias sobre los políticos. Muy bien. Así, quien aún no haya sido abducido por el pensamiento único quizás pueda pasar, del televisor, al templo.

Ves la televisión y te preguntas: «¿de quién me fío?» Y respondes que de nadie, que acabarás votando al que estimes menos peligroso. ¿Algún político ha dado su vida por ti?

Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Me fío de Cristo. Él no se ha conformado con enseñarme el camino; camina conmigo y hasta se me entrega en alimento para que no desfallezca. Es pastor y pasto. Sé que le importo, sé que me ama, porque ha muerto por mí. ¿Cómo no fiarme de Él?

Me fío de la Iglesia. Y cuando veo a un sacerdote en un confesonario pienso que ha perdido mucho por estar allí, y que nada recibe en la tierra a cambio de recoger mis pecados y, tantas veces, mis lágrimas. A través de él, Cristo sigue siendo mi buen Pastor. Por eso me inspira más confianza un sacerdote en un confesonario que un político en una tribuna.

(TPB04)

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