La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 2 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El Evangelio y los westerns

¿Quién sigue viendo películas del Oeste? El que el cine en blanco y negro y los westerns sean perfectos desconocidos para los jóvenes de hoy es señal de su empobrecimiento cultural. Como si Beyoncé hubiera relegado a Mozart al olvido.

En los westerns, el predicador suele ser un tipo bastante estúpido. Entra en el saloon anunciando el infierno a los pecadores esclavos de la botella, y después toma el té con la refinada y ricachona benefactora de la congregación. Nada que ver con lo que se espera de quien proclama la palabra de Dios.

La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Jesús era todo lo contrario. Comía y bebía con publicanos y pecadores, fue acusado de comilón y borracho. Veía en ellos a la caña cascada, y trató a las meretrices con la delicadeza con que se trata a las princesas. Con el suave ungüento de su misericordia, recuperó para Dios a muchas almas perdidas.

Sin embargo, fue duro con los escribas y fariseos, quienes debían ser pilares donde se apoyaran otros y eran, sin embargo, piedra de escándalo.

Suave con los de lejos, duro con los de cerca… No hubiera cabido en un western.

(TOP15S)

Pueblo sacerdotal

A aquellos fariseos, que acusaban a los discípulos de violar el sábado, debieron escandalizarles las palabras de Señor.

Comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?

Cristo siempre escandaliza a los puritanos. No se conforma con defender a los suyos. Da un paso más y lleva hasta el escándalo la indignación de los fariseos, al equiparar a sus discípulos con los sacerdotes, condición reservada a la tribu de Leví.

Pero, en Cristo, el sacerdocio antiguo ha saltado por los aires. Él ha inaugurado un nuevo sacerdocio, del que todo bautizado es partícipe. Somos pueblo sacerdotal.

Los sacerdotes ordenados somos configurados con Cristo Cabeza, pero también el cuerpo, unido a la cabeza en el altar, desempeña el sacerdocio de Jesús. Vosotros lo ejercéis en cada misa, llevando al altar vuestras vidas, y cada mañana, cuando hacéis el ofrecimiento de obras.

Por eso coméis del pan de vida, por eso os sentís en casa en el templo, por eso sois transformados en ofrenda permanente.

(TOP15V)

«Me da pereza»

Podríamos pensar que lo propio de Dios es decir al hombre: «Obedéceme». Pero si Dios dice: Venid a mí, es como si quisiera darte un abrazo, es sorprendente. Desea acortar distancias y unirse al hombre. A la oración vamos a amar y ser amados.

Quien dice «me da pereza rezar» no conoce a Cristo. No sé si engañado por la serpiente que quiso presentar ante Eva a un dios malo, o engañado por su propia ignorancia, cree en un dios que cansa. Nadie dice «me da pereza echarme la siesta».

Lo que cansa es lo que da pereza. Pero un dios que cansa no es el Dios verdadero. Dios descansa. Ya estaba escrito que la Ley del Señor es descanso del alma (Sal 18, 8). Y hoy dice Jesús:

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… Encontraréis descanso para vuestras almas.

Vivir puede llegar a dar pereza, rezar no da pereza. Rezar descansa. Aunque, para que así sea, necesitas el silencio. Si estás mirando mensajes en el móvil mientras rezas, o estás dando vueltas a tus preocupaciones, no descansarás. Mientras rezas, debes mirar sólo a Dios, y reposar en Él todas tus inquietudes.

(TOP15J)

Si no fue Churchill, alguien lo dijo

Con santa Teresa sucede como con Churchill: se le atribuyen frases que uno no encuentra en ningún sitio, y que también se atribuyen a otros. No sé si es verdad que dijo de unas monjas que eran «castas como ángeles y soberbias como demonios», pero lo cierto es que la frase está bien traída.

Porque, por desgracia, la soberbia es perfectamente compatible con la piedad y la castidad. A Cristo lo enviaron a la Cruz soberbios que rezaban. Quizá por eso san Agustín (otro como Churchill) «dijo» que lo más importante para ser santo eran tres cosas: la primera, humildad; la segunda, humildad; y la tercera, humildad.

Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Entre ayer y hoy, tenemos una resonancia magnética del corazón de Cristo. Ayer sufría por la «piadosa soberbia» de Cafarnaúm, y hoy se alegra por la humildad y sencillez de los apóstoles. Jesús sufre cuando los corazones se endurecen, y goza cuando son humildes y permiten actuar a Dios.

Mirad que vuestra piedad no sea helio que os hinche como un globo. Y, para ello, jamás perdáis de vista la Cruz.

(TOP15X)

Preguntas necesarias

Se queja Jesús de que las ciudades donde más milagros realizó no se han convertido: Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido.

Se me ocurre pensar: «Y eso que aquellos hombres no pudieron comulgar. Yo comulgo todos los días, en mí ha realizado el Señor muchos más milagros que en Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm. Y, sin embargo…»

Podría pensar que todo va bien, que estoy convertido aunque meta la pata de vez en cuando, que tampoco es para tanto. Pero creo que lo mismo pensaban los pobladores de aquellas ciudades. Entonces me echo a temblar.

Más me vale detenerme y revisar mi vida. Debo considerar qué camino debo dejar y qué camino debo tomar. Porque, aunque recorra mi camino rezando, quizá ese camino no me lleve a Dios, sino a mí mismo. ¿Estoy seguro de estar entregando mi vida a Aquél que amo? ¿O, simplemente, la vivo a su lado?

Lo malo es no hacerse esas preguntas. Porque, si las hago cada noche, quizá tenga que corregir tan sólo pequeñas desviaciones. Pero si me confío y dejo de examinarme, pudiera ser que me diese cuenta demasiado tarde.

(TOP15M)

La suegra y el búnker

Se acercó, padre quiero hablar con usted. Vale, habla. Y me contó todos los pecados de su suegra. Pobrecilla, querría desahogarse, pero no sé si está bien. Lo más gracioso es que terminó su filípica con una profesión de fe en la divinidad de Cristo: «¡Cómo se nota que Jesús era Hijo de Dios! Por eso profetizó que había venido a enemistar a la nuera con su suegra». Lo de poner al Señor de su parte tras poner a caldo a la suegra era demasiado, y se lo hice ver.

Porque Jesús no quería decir eso cuando afirmó: He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

Jesús está proclamando la catolicidad del corazón de sus discípulos. «Católico» significa «universal», abierto, volcado hacia el mundo entero. Así debe ser el corazón del cristiano. Pero, en ocasiones, la familia se convierte en un universo en miniatura, un búnker del que sólo sale el cristiano para acudir al templo. Entonces es preciso abrir puertas, aunque sea rompiendo muros. Porque una familia cerrada, por mucho que rece, no es católica.

(TOP15L)

La turra

Soy un pesado, ya lo sé, no paro de dar la turra con lo mismo, y lo peor es que no quiero parar. Lo repetiré una y otra y mil veces: El cristianismo no es un artículo de consumo espiritual para burgueses, ni una forma de hacer amigos o de encontrar novio/a, ni un club exclusivo de personas espiritualmente exquisitas. El cristianismo es una explosión de júbilo cuya onda expansiva lanza a los cristianos lejos de sus casas, de sus familias, de sus amigos y hasta de sus propias vidas para enviarlos al encuentro de quienes no creen. Y si el cristianismo no es eso, es que lo hemos matado definitivamente. El «podéis ir en paz» con que concluye la Misa es una bomba que desperdiga a los fieles, no una invitación al aperitivo en el bar de enfrente.

¿A cuántas personas que no creen les has hablado de Cristo en los últimos quince días? Hasta que no respondáis todos con diez, quince, cien, doscientos… no quiero parar de dar la turra.

Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos… Ellos salieron a predicar la conversión. Al menos, esta turra no la he comenzado yo.

(TOB15)

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