Las palabras del Señor confortaban y escocían. Nunca daba puntada sin hilo.
Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino…
Para representar a ese personaje que pasa de largo ante el sufrimiento del hermano, bien podía haber elegido Jesús a un comerciante o a un ladrón. Pero quiso escoger, precisamente, a un sacerdote, un levita. Y así, en la parábola del buen samaritano, el bueno es un maldito y los malos son… ¡los que rezan! Toma jeroma, pastillas de goma.
Rezar es bueno, ay de nosotros si no rezáramos. Y rezar nos hace buenos, si rezamos bien. Pero hay gente mala que reza. Iré más allá: hay gente que, cuanto más reza, peor se vuelve, porque su oración los deshumaniza, los aleja del prójimo. Son «místicos» que, mientras ascienden al cielo en su oración, se dejan la vida en el suelo. Se acercan a Dios huyendo de los hombres y buscando la falsa paz del egoísta. Aquí, en la iglesia, sí que se está bien, y no en casa aguantando a mi familia.
Creo que has entendido al Señor y me has entendido a mí. Una oración que no se plasma en misericordia no es verdadera oración. Es otra cosa.
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