Mis feligreses siempre se sonríen cuando les digo que imagino a Marta como una mujer gruesa, bigotuda y ataviada con un mandil. Habitualmente de mal humor, sin respetos humanos, capaz de abroncar al mismo Jesús, a quien amaba con locura. Supongo que está esperando a que yo llegue al cielo para atizarme un sopapo por decir esas cosas de ella, pero es uno de mis personajes favoritos del Evangelio. ¡Gorda maravillosa!
En la Última Cena, dijo Jesús a sus apóstoles: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). Por eso dice hoy que María ha escogido la parte mejor. Porque primero es conocer y, después, amar. Si uno quiere entregar la vida sin conocer ni amar, lo hace a regañadientes, como Marta; por eso está siempre de mal humor. Porque la acción, en ella, precede a la oración.
María, sin embargo, es una mujer feliz: escucha la palabra de Jesús, lo conoce y lo ama. Después se entrega.
Recordadlo siempre: primero la oración, después la acción. Si queréis disfrutar de vuestra entrega, rezad primero, enamoraos, y después entregadlo todo con una sonrisa, aunque os cueste la vida.
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