Hay quien dice: «Yo rezo por todos, menos por mí. Por mí, que recen los demás». Parece una postura generosa y humilde, pero esconde una secreta soberbia. Lo malo es que si le dices eso a quien te ha hecho tal declaración va y se enfada («¿Soberbio yo?»). Así que lo pongo por escrito y cada cual se apañe.
En el Evangelio hay personas que piden por otros. Hoy mismo, Jairo suplica a Jesús que cure a su hija. Pero también hay quien, como la hemorroísa, pide por ella. ¿Con quién te identificas más?
Puedes pensar que es más noble pedir por otros que pedir por ti. Pero si realmente supieras lo pobre que eres, lo enfermo que estás, y la necesidad que tienes de ser sanado, tu primera súplica del día sería: «¡Señor, ten misericordia de este pecador!».
Créeme: si no has sido primero la hemorroisa, no quieras ser Jairo. Por eso, comienza por preguntarte a ti mismo cuál es tu enfermedad. Y póstrate ante Jesús como un leproso, toca la orla de su manto en los sacramentos de la Iglesia, y déjate limpiar por dentro hasta que quedes sano de tu lepra.
Luego, si quieres, arreglamos el mundo.
(TOI04M)