La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 3 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Vamos, que no rezas

–¿Tú rezas? –¿Yo? ¿Que si rezo? ¡Vaya si rezo! Paso todo el día rezando. Rezo mientras conduzco, rezo mientras trabajo, rezo mientras hago la compra… –Vamos, que no rezas.

¿Imaginas que quisieras entablar una relación de amor con un ser querido a base de hablar con él por teléfono mientras conduces, mientras haces la compra…? Al final, esa persona te acabaría diciendo: «Deja el móvil, por favor, y vamos a quedar los dos en un lugar tranquilo para hablar a solas».

Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. Tienes que reservar para Dios momentos en los que apagues la luz, bajes el ruido y escuches al oído palabras de Amor. Si no disfrutas a diario de media hora tranquila dedicada a la oración mental, puede que hables con Dios, pero no rezas. Te falta intimidad con el Señor. Y te pierdes lo mejor de la vida. No sólo eso: le estás privando a Jesús, que tanto te quiere, de esos momentos a solas contigo.

No es tan difícil. Un capítulo de una serie dura 50 minutos. ¿No puedes pasar 30 a solas con tu Señor?

(TOP14S)

Cordero entre lobos, paloma entre serpientes

Se ha escrito mucho sobre este consejo de Jesús: Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Desgraciadamente, muchos lo invocan cuando quieren saltarse una norma para combatir al mal con sus propias armas. Di esto, aunque sea mentira. Que nos hagan factura sin IVA. Esos ingresos sácalos de la contabilidad oficial. Somos cristianos, pero no tontos. Que el Señor nos quiso sagaces como serpientes.

¡Qué pena! El Cordero sin pecado, que renunció a defenderse con la violencia y la mentira, jamás nos incitó a pecar; más bien nos animó a abrazar el martirio: Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa.

Te diré lo que significa ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Significa tener abiertos los ojos y conocer el mal, sin que el mal entre en ti. Vivir entre ladrones sin robar, entre mentirosos sin mentir, entre lujuriosos manteniéndote casto. Y conservar, sin huir del mundo –al revés, sumergido en el mundo– una limpieza interior que el mundo no conoce. Esa limpieza dará testimonio entre ellos del Amor de Dios.

Claro que esto es más difícil que pecar «por el reino de Dios».

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Ciento y las madres

Hace tiempo que, debido a unas obras en la parroquia, estuve viviendo, durante año y medio, en un convento poblado por cien benditas religiosas con quienes tengo una inmensa deuda de gratitud. Entonces creí entender el ciento por uno:

Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Y yo, que había dejado a mi madre para abrazar el sacerdocio, de repente me vi rodeado de cien madres, todas preocupadas por mi alimentación, por mi salud, por si cogía frío… Era –lo diré así– abrumador. Finalizadas las obras, volví a la parroquia, y aquí también tengo cien madres: señoras piadosas que quieren al sacerdote y lo cubren de tuppers con alubias, lentejas, garbanzos, jamón, empanadas… Sigue siendo abrumador. ¿Quién dijo que madre no hay más que una? Ningún párroco, seguro.

En todo caso, el ciento por uno es otra cosa, aunque mis cien madres sean parte de ella. El ciento por uno consiste en que, cuando vives con Cristo, disfrutas cien veces más las cosas normales de la vida. Un paseo, una película, una canción, una cena con amigos… ¡Da gusto vivir con Cristo!

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Los vacunados

Hasta la epidemia de 2020, todos sabíamos en qué consistía una vacuna. Se trataba de inocular el virus pernicioso en cantidades pequeñas, para que así el organismo generase defensas contra él. ¿Y qué tendrá esto que ver con el evangelio de hoy? ¡Todo!

No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Los paganos nunca habían conocido a Dios, pero las ovejas descarriadas de Israel sí lo habían conocido. Se descarriaron porque su fe era débil y su piedad tibia. Por eso, cuando escucharon el anuncio, muchos de ellos estaban «vacunados» contra el Amor de Dios. Su corazón estaba endurecido.

¡Cuánto daño hacen los padres a sus hijos cuando los llevan a recibir catequesis y, después de la primera comunión, no vuelven a traerlos a la iglesia! Esos niños quedan vacunados contra la piedad. Y después, de mayores, si escuchan hablar de Cristo, responden: «¡Eso ya me lo dijeron los curas en la catequesis cuando era niño! ¡Si hasta fui monaguillo! ¡Menudo cuento!»

He visto a muchos ateos convertirse y aspirar a la santidad. Pero la tarea más difícil es la evangelización de las ovejas descarriadas. Las vacunadas.

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Cuando todo sucede al revés

Aquel pobre hombre que presentaron a Jesús había sido poseído por un demonio que le había sellado los labios. Quizá no fue culpa suya, le hubiera gustado hablar, pero no podía. Se trataba de un enfermo, no de un hombre perverso. Y Jesús, compadecido de su enfermedad, lo sanó: Después de echar al demonio, el mudo habló.

No es lo peor. Peor es cuando todo sucede al revés: El hombre decide callar, y con su silencio abre al demonio las puertas de su alma.

El peor demonio mudo no es el que te invade por sorpresa, sino aquél a quien invitas tú a entrar con tu silencio. «Esto mejor no lo cuento en la dirección espiritual, no me van a entender». «No hablaré de Dios a estas personas, se burlarán de mí y me “cancelarán”». «No corregiré con cariño a este hermano que está haciendo las cosas mal, no vaya a ser que se vuelva contra mí; allá él».

Podría presentar mil ejemplos más, pero se me acaba el espacio. Lo que debes saber es que, en estos casos, no necesitas un exorcismo. Si todo comenzó al revés, todo debe terminar al revés: «Después de hablar, el demonio se marchó».

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Tu cuerpo, su cuerpo

Gran parte de sus milagros los realizó Jesús a través de su cuerpo. Tocaba, lo tocaban, tomaba de la mano a los enfermos, introdujo sus dedos en los oídos del sordo y tocó con la saliva su lengua; también con su saliva hizo barro para ungir los ojos del ciego… Por eso la gente buscaba su cuerpo, y por eso aquella enferma pensó que con solo tocarle el manto se curaría. Por eso, también, entrando en la habitación de la hija de Jairo, que había muerto, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.

Ese divino cuerpo, que tantos milagros obró, está en el cielo. Pero también, no lo olvidemos, ese cuerpo somos nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1co 6, 15). El cuerpo de un cristiano en gracia, ese cuerpo que devora la comunión, es también convertido, místicamente, en cuerpo de Cristo.

No le robéis vuestro cuerpo al Señor. Dejad que Él lo lleve y lo traiga, lo acerque a los tristes y lo aproxime a los pecadores. Cuántas maravillas podrá obrar Jesús en quienes sufren y en quienes viven sin Dios si ponéis vuestro cuerpo –¡que es suyo!– a su servicio.

(TOP14L)

Mamá, no seas pesada

Se quejan muchas madres –más que los padres, por cierto– del poco caso que les hacen sus hijos mayores cuando les aconsejan que vayan a misa los domingos, o les imploran que bauticen a los nietos… Al final, la conversación siempre acaba así: «Mamá, no seas pesada».

Y yo les respondo que no sean pesadas. No por dar la razón a los hijos, que no la tienen, sino porque la insistencia de mamá no sirve para nada. Ojalá sus hijos encuentren a un buen amigo que les hable de Dios. Será humillante para ellas, pero, en ocasiones, una sola palabra del amigo hace más efecto que todos los consejos de mamá durante años.

No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

Mamá, no te desgañites. Tus palabras no sirven, porque tus hijos las han oído mil veces. Jesús redimió a los nazarenos padeciendo por ellos en la Cruz. Por tanto, aprende que ese dolor tuyo, ofrecido junto al de Cristo, es más eficaz que todos tus sermones. Pasó el tiempo de hablar a tus hijos de Dios. Es hora de hablarle –si es preciso, con lágrimas– a Dios de tus hijos.

(TOB14)

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