La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 3 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

¡Levanta la vista!

Me dan lástima quienes viven arañando constantemente el suelo con los ojos. Siempre cabizbajos, siempre pendientes de la tierra, siempre tristes. Su propia sombra les oculta la luz. Están enterrados antes de morir. Si les dices: «Mira qué día tan bueno hace hoy», te responden: «A mí me duele la espalda». Cenizos.

Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Ese «alzar la cabeza» no significa, necesariamente, mirar a las nubes, aunque entre las nubes vendrá el Señor. Significa que, aunque nuestros pies estén posados firmemente en esta tierra que se descompone, nuestros ojos deben estar puestos en el cielo, fijos en la luz eterna de Cristo. Y entonces se llena el alma de esperanza, se convierte en ofrenda el dolor de espalda, y rebosa Amor de Cristo el corazón.

Sé que es fácil echarle a las contrariedades la culpa de nuestra tristeza; todos sentimos esa tentación. Pero tenemos que elegir a dónde mirar. Hay más luz en el cielo que sombras en la tierra. Y es más bueno lo bueno que malo lo malo. Si decides vivir mirando al suelo, estarás siempre triste. ¿Por qué no alzas la cabeza y descubres cuánto Amor de Dios hay en tu vida?

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En el cielo no hay calvos

A ver. Que me lo expliquen. Por un lado, dice el Señor: Matarán a algunos de vosotros. Y, poco después, añade: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. O sea… ¿me van a cortar la cabeza, pero no voy a perder ni un pelo? Por no hablar de los que he perdido ya sin necesidad de más verdugos que el paso de los años y los disgustos.

Me he acordado del martirio de los siete hermanos macabeos. Uno de ellos, cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios» (2Mac 7, 10-11).

Cristo está hablando de la resurrección, en la que esperaban aquellos siete hermanos. En esta tierra lo vamos a perder todo, con o sin persecuciones. Pero cuando nuestros pobres cuerpos resuciten, cuanto hemos perdido por amor lo recobraremos glorioso y transfigurado. Hasta el último pelo. En el cielo no hay calvos.

Se que no es el motivo más elevado, pero es argumento de sentido común. Puesto que todo lo vamos a perder, ¿no es mejor entregarlo libre y generosamente? Sufriríamos menos.

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El apocalipsis desde la ventana

Esto del fin del mundo, cuando llegue, será todo un espectáculo. Habrá grandes terremotos. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Jajaja, estoy seguro de que muchos tontainas, cuando vean caer las estrellas del cielo y desplomarse la luna en el pantano de San Juan, en lugar de ponerse a salvo se empeñarán en grabarlo con el móvil. Hasta que les caiga Saturno encima.

Como digo, debe ser todo un espectáculo. Pero no para estar debajo de los chuzos que caen de punta, ni para intentar hacerse un selfi con los cascotes rodantes del Monasterio de El Escorial, sino para verlo desde la ventana, calentito y con mamá y papá en casa.

Parece broma, pero no es broma. Y no va sólo referido al fin del Cosmos; también al desmoronamiento diario de nuestro pequeño mundo. ¿Por qué crees que los mártires padecieron el martirio sonriendo? Porque no estaban allí. Estaban en Casa, con Cristo y la Virgen.

Recógete en lo profundo del alma; allí estarás calentito con el fuego del Espíritu. Y contempla desde allí, inmerso en oración, cuanto suceda. Verás entonces que lo único que tienes que temer es que te entre la locura de salir.

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De cómo el amor paga la calefacción

Por mucho dinero que aportaran al tesoro del templo, el Señor se queja de la ofrenda de aquellos ricos: Han contribuido a los donativos con lo que les sobra (os confesaré que me hace gracia; muchos párrocos, que tenemos que sacar adelante económicamente nuestras parroquias, estaríamos encantados con lo que les sobra a muchos ricos, aunque la ofrenda sea de poco provecho para sus almas; lo que a ellos no les basta para alcanzar el cielo nos basta a nosotros para pagar la calefacción).

Cerrado el paréntesis, prosigamos: Hay algo mejor que dar a Dios de lo que sobra. Algunos dan a Dios lo mejor que tienen. Podría decirse que es la ofrenda de Abel, y esa ofrenda alcanza el cielo.

Pero Cristo ha inaugurado una ofrenda aún mejor. Él se ha entregado a Sí mismo. Más que dar a Dios lo que sobra, más que darle lo mejor que uno tiene, es dárselo todo. Quien ama no se conforma con dar; se da a sí mismo.

Ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. Lo mejor de todo: Cuando te has entregado a Dios por completo, Él se encarga de la factura de la calefacción.

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Desde la entraña misma de la Humanidad

El 11 de diciembre de 1925, Pío XI publicó la encíclica «Quas Primas», en la que instauraba la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo. Nazismo y comunismo arraigaban con cada vez más vigor en la Europa secularizada de entreguerras. Fue entonces cuando el Papa alzó su voz: Queremos que Cristo reine.

Mi reino no es de este mundo. La ambición de la Iglesia es más poderosa que cualquier ideología:

Queremos introducir a Cristo en la entraña de la Humanidad, en los corazones mismos de los hombres. No queremos incrementar las páginas de religión en los periódicos; queremos periodistas cristianos en todos los medios. No queremos formar partidos políticos católicos; queremos católicos en los partidos políticos. No queremos retirarnos a vivir a colonias cristianas; queremos cristianos en todas las comunidades de vecinos. No queremos más blogs de religión; queremos cristianos haciendo blogs de política, cocina, moda, deporte… No queremos más empresas de artículos religiosos; queremos empresarios católicos en todos los sectores del mercado.

Ésa es la ambición de la Iglesia. Ésa debe ser la ambición del cristiano. La de la levadura en la masa. Queremos que ese reino que no es de este mundo transforme este mundo desde su misma entraña.

(XTOREYB)

Mi pueblo huele a pan por la mañana

Es sábado. Estamos, con María, junto al sepulcro del Salvador. Mañana estallará la solemnidad de Cristo Rey. Por eso hoy, frente al cuerpo sin vida de Jesús, meditamos sobre la resurrección. La hora más oscura de la noche es la que precede al alba. Esperanza.

Mi pueblo huele a pan por la mañana. Cuando salgo de casa para orar aún es de noche. Pero la Tahona ya ha abierto. Y, más arriba, la panadería de Vicente. El olor a pan lo empapa todo. Por eso sabes que amanecerá, porque están preparando el desayuno. Despierta el hambre, pero mejor rezar primero. Con la tranquilidad que da el saber que las sombras serán vencidas y el pan llegará a la mesa.

No. Las tinieblas no tienen la última palabra. Entro en la iglesia, y sigue oliendo a Pan. Este olor lo capta el alma, es olor de Pan de vida que brota del horno del sagrario. ¡Qué bien se está aquí! Lo miro, lo huelo, me enamoro. Y sé que, dentro de poco, lo devoraré. Y la luz lo llenará todo.

No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. Por eso lo llamaste «Pan de vida».

(TOP33S)

El silencio interior

Comía hace poco con un sacerdote, hermano y amigo. Y, a mitad de la comida, se me quedó mirando y me dijo: «Fernando, necesito silencio. Lo necesito más que nunca». ¡Qué bien le comprendí! A mí me sucede exactamente lo mismo. Necesitamos silencio, no para esquivar ruidos ni molestias, sino para escuchar a Dios. Cuando eres niño y te enseñan a rezar, te dicen que rezar es hablar con Dios. Pero, conforme pasan los años y te adentras en la vida espiritual, te das cuenta de que lo mejor de la oración es escuchar a Dios. Y esa escucha requiere silencio.

Escrito está: «Mi casa será casa de oración»; pero vosotros la habéis hecho una «cueva de bandidos». A mi amigo tan sólo le respondí que a mí me ocurre lo mismo. Pero, cuando se marchó, me quedé pensándolo. Y me di cuenta de que los sacerdotes seculares –como vosotros, los laicos– no podemos apagar el ruido del mundo, salvo cuando hacemos ejercicios y en nuestros momentos de oración. El resto del tiempo necesitamos crear silencio interior, expulsar del alma pensamientos vanos y preocupaciones inútiles y pasar el día, mientras atendemos a unos y a otros, pendientes de él, escuchándolo.

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