La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 4 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Para recoger lo que está disperso

Poco a poco, día a día, nos vamos acercando al Calvario. Allí veremos al buen Pastor subido a la Cruz, llamando desde el Leño a sus ovejas. Y rezaremos, con la liturgia: «Bien sé, pastor divino, que estás subido en alto, para llamar con silbos tan perdido ganado». San Juan nos describirá, por adelantado, la escena: Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 51-52).

A eso ha venido Cristo a la tierra: a recoger lo que, a causa del pecado, estaba disperso: El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. También Isaías dirá: Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is 53, 6).

Recogemos nosotros con Él cuando vamos agrupando todo lo nuestro y se lo entregamos: el pensamiento, la memoria, los afectos, nuestros bienes, nuestras amistades, nuestra familia… Pregúntate: ¿Qué queda en mí que no sea suyo, qué me falta por recoger?

Te sugeriré una respuesta: almas. Almas perdidas, desparramadas, a las que debemos acercarnos con cariño para recogerlas y llevarlas al buen Pastor.

(TC03J)

Los tres peldaños

Quizá Jesús tuvo que repetir varias veces estas palabras ante quienes lo acusaban de curar enfermos en sábado, o de arrancar espigas en el día de descanso:

No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.

Y es que, en todos aquellos gestos que tanto escandalizaban a los fariseos, la Ley de Dios estaba llegando a su plenitud, porque la plenitud de la Ley es el propio Cristo. Y quedaba el sábado santificado con el perdón de los pecados que acompañaba a la curación y el anuncio de la Eucaristía que suponían aquellas espigas. Los fariseos no lo entendieron, pero se estaba cumpliendo hasta la última letra o tilde de la Ley.

La Ley conduce a Cristo, y Cristo conduce al Padre. En Cristo encuentra la Ley su plenitud y, a su vez, Cristo, al llegar a su consumación, entrega al Padre su Espíritu.

Grábatelo bien, porque estos son los tres peldaños de la escalera que conduce al cielo: Hacer la voluntad de Dios (obediencia), unirnos a Cristo en Amor (oración y sacramentos) y llegar, por Él, al Padre con el conmovido: «Abbá» de un niño recién nacido.

(TC03X)

Cambia de enchufe

Vaya, no funciona la toma de corriente. Y, cuando enchufas el teléfono móvil para cargarlo, que si quieres arroz, Catalina. Entonces vas a otra habitación, buscas otro enchufe que funcione, y lo cargas allí.

Nos importa muchísimo saber qué significa «perdonar de corazón», porque Cristo nos ha asegurado que su Padre no perdonará nuestras culpas si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

No puedes evitar que el corazón te sangre cuando aparece esa persona que te hizo daño. Y crees que no has perdonado. Eso te hace sufrir. Pero te equivocas. El que te duela la herida no significa que no hayas perdonado. Aunque tu corazón, mientras dure ese sufrimiento, tampoco es capaz de perdonar. Se te nota por la cara que le pones (y la que no le pones) a quien te ofendió. No eres capaz de tratarlo con cariño.

Cambia de toma de corriente. Enchufa tu vida al corazón de Cristo, conéctala a la llaga de su costado. Y pon tu rostro, tus palabras y tus obras al servicio de los sentimientos de ese corazón misericordioso. No es hipocresía, ni fingimiento. Es caridad de la buena. Has perdonado de corazón… con el corazón de Jesús.

(TC03M)

Los bancos de mi parroquia

Los bancos de mi parroquia llevan decenas de años asistiendo a misa varias veces al día, y no hay forma. Aún no son santos. Es cierto que no pecan mucho, tampoco dan para tanto, pero no hay modo de que entreguen la vida. Ni siquiera obedecen. Alguna vez les he dicho: «Moveos, que tenemos que barrer». Y nada.

Algunas personas son como los bancos de mi parroquia, aunque pecan un poco más. Pero creen que van a santificarse por sumar horas en lugar sagrado, por proclamar las lecturas, o por apuntarse a todos los grupos y todas las actividades. Y, claro, no funciona así.

Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. A los nazarenos les molestaron estas palabras de Jesús. Creían que se salvarían por ser estirpe de Abrahán y pisar la sinagoga. Pero muchos judíos del tiempo de Naamán se bañaron en el Jordán, y tan sólo se mojaron. Naamán se bañó, y quedó limpio. ¿Por qué? Porque, aunque a regañadientes, lo hizo en obediencia.

No nos salva el hecho de pasar el día en «terreno sagrado». Nos salva el hacer la voluntad de Dios.

(TC03L)

El grito del Hijo de Dios

No puedo evitar, cada vez que encuentro el pasaje en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, acordarme de la reacción que tuvo un buen amigo tras un ataque de cólera. «¡Bueno! –dijo– ¡Al fin y al cabo, también Cristo perdió los papeles en el templo!».

Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús nunca perdió los papeles. Su reacción fue un gesto profético perfectamente medido y calculado. En todo momento supo lo que hacía y fue señor de sí. Fíjate cómo, al llegar a las palomas, guarda el látigo y pide de palabra que se las lleven. No azotaría Cristo a la paloma.

¿No te das cuenta de que Jesús está gritando? Te grita que eres templo, casa de Dios, y que sin embargo mercadeas con el pecado. Te grita que, para expulsar esos pecados, tendrás que usar la violencia contra ti mismo. Te pregunta, en definitiva, si realmente estás luchando en este santo combate cuaresmal.

(TCB03)

La Trinidad y el hijo pródigo

En la parábola del hijo pródigo nos es fácil ver el rostro de Dios Padre, representado en aquel hombre que perdonó el pecado de su hijo. También nos es fácil reconocernos en uno de los dos hijos. Pero ¿dónde está el propio Cristo en esta parábola? Te lo diré:

Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete. Cristo es el ternero, el que es sacrificado para que el pecador reciba el perdón; el que, una vez sacrificado, es ofrecido en alimento de acción de gracias (de Eucaristía). Como aquel carnero que entregó Dios a Abrahán para que lo sacrificara en lugar de su hijo, así Cristo fue entregado para que tú y yo recibiéramos el perdón.

El hijo mayor no entendió la misericordia del padre. Creyó que aquella misericordia cancelaba la justicia, que la deuda de su hermano no estaba saldada. Había escuchado la música, pero no se había fijado en el ternero.

Y, si ahora me preguntas dónde está el Espíritu, también te lo diré: En la túnica. Es la túnica del recién bautizado, revestido ya de gracia.

(TC02S)

Los que no roban ni matan

Ni robas, ni matas. Y, cuando lees esa parábola de los viñadores homicidas, tomas cierta distancia. Ellos, al ver al hijo del dueño, se dijeron: «Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Pero tú, ni robas, ni matas.

¿Qué espíritu había dentro de aquellos hombres? El de la antigua serpiente: Seréis como dioses (Gen 3, 5). En aquella tierra que no era suya, se hicieron dioses, dueños y señores del campo. Y, como dioses, dispusieron también de la vida de quien quería ponerles en verdad y recordarles que no eran sino labradores.

¿No percibes en ti ese mismo espíritu? Cuando alguien te corrige, y te recuerda que eres pecador, arremetes contra él. No tiene ni idea, no te comprende, te está juzgando. Le has arrebatado tu vida a Dios, haces lo que te da la gana. Has sacado a Cristo de la ciudad, del centro de tu vida, y lo tienes fuera, donde no molesta, en una capilla a la que acudes a rezar de vez en cuando. Él será entregado a la muerte por tus pecados.

¿De verdad no robas ni matas?

(TC02V)

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad