Al anunciar la resurrección de Cristo, san Pablo comunica a los Romanos una noticia de enorme calado, que debería hacer estremecer a cualquier enamorado de Cristo: Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rom 6, 11). Más adelante repite la misma noticia con otras palabras: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos, ya muramos, somos del Señor (Rom 14, 8). En definitiva, una vez hemos muerto con Cristo a este mundo, aquí no se nos ha perdido nada, salvo las almas que queremos redimir. Pero ya no queremos recompensa alguna en esta vida, porque vivimos para el cielo, vivimos para Dios.
Cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Nosotros renunciamos a la paga terrena por nuestras obras: gratitud, reconocimiento, alabanzas… Todo ello nos haría perder la recompensa celestial. Y si, por nuestras obras, recibimos palos y desprecios, nos alegramos, porque hemos encontrado nuestro ciento por uno en la Cruz y en el cielo.
Vivimos sólo para Dios.
(TOI11X)