Al menos durante esta semana, deberíamos seguir considerando y agradeciendo el don sagrado del Bautismo. Y la gracia de Dios que trae al alma, y la limpieza interior que procura.
Quiero: queda limpio. A ser tocada por las manos de Jesús, la piel de aquel enfermo, podrida hasta entonces por la lepra, quedó limpia y rejuvenecida. Cuánto más el alma ennegrecida por el pecado, al ser tocada por la gracia bautismal, es sanada, blanqueada y convertida en templo de la gloria de Dios.
Y, si al leproso le dijo Jesús: Queda limpio, a ti te dice: «Consérvate limpio». Te lo repite cada vez que, en el sacramento de la Penitencia, renueva en tu alma la gracia bautismal.
De todas las bienaventuranzas, me gusta especialmente la referida a los limpios de corazón, porque de ellos dice Jesús que verán a Dios. Y ver a Dios es la dicha suprema para el hombre. Por eso, no permitas que ninguna intención torcida, que ningún pensamiento sucio o egoísta empañe esa limpieza del alma. Y procura confesar con frecuencia, aunque no haya pecados graves, para que nada enturbie la claridad de tu fe. Así, no sólo verás a Dios: le mirarás a los ojos.
(TOI01J)