En medio de las alegrías pascuales se abre una veta de tristeza. El que compartía mi pan me ha traicionado. Jesús habla de Judas, ya lo sabéis. Pero sus palabras se aplican también a todo aquél que viene a la iglesia, comulga el Pan del cielo, y después se busca sólo a sí mismo: murmura, critica, juzga, desobedece… Ese tal está instrumentalizando la comunión. No hay amor, tan sólo deseo de sentirse bueno o pasar por tal.
No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido. Hay alguien en la mesa para quien Jesús no habla, porque no está escuchando. Como cuando dijo a los fariseos que no eran de sus ovejas. Qué terrible misterio, el del pecado. Alguien está en misa, pero no escucha, no acoge las palabras del Señor. Su corazón está cerrado. No está dispuesto a cambiar ni a dejarse herir. ¿Qué hace allí, entonces? Se busca a sí mismo, no a Cristo.
Cambiemos estas frases, curemos esa tristeza que brota en Pascua. Somos pecadores, pero queremos agradar al Señor. Hagámosle decir: «El que comparte mi pan quiere serme fiel, está lleno de debilidades pero quiere ser fiel. Yo le ayudaré a serlo».
(TP04J)