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Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El asombro a la espera de respuesta

Cuando un necio se encuentra ante una puesta de sol, se da la vuelta, se suena las narices y se come un bocadillo sin prestar atención a la maravilla que tiene a su lado. Herodes era un necio. Tuvo en sus labios la pregunta más sobrecogedora que podría hacerse un mortal, y la dejó pasar como si nada:

¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?

Esa pregunta es como abrir la puerta a un abismo. Debería quedar abierta durante toda la vida de un hombre, con la prohibición de que ninguna respuesta mezquina se acerque a cerrarla.

Celebro la Misa. Consagro el pan. ¿Quién es éste que se ha puesto en mis manos con semejante humildad? ¿Quién es éste que me ha pedido que cuide de Él? Comulgo. ¿Quién es éste que se deja devorar por mí? ¿Quién es éste que, dejando hambriento el cuerpo, llena mi alma de luz y de dulzura?

Miro al crucifijo. ¿Quién es éste, que puebla todos los crucifijos del Orbe? ¿Éste, que se muestra ultrajado y majestuoso a la vez? ¿Éste, cuyo nombre se lleva proclamando durante dos mil años?

No quiero respuestas hasta el cielo. Para la tierra, me basta la pregunta.

(TOI25J)

Las dos chaquetas

El verano ya es Historia. Y, con septiembre, llegaron las lluvias, los aires y el fresco de las mañanas de otoño. Hay que ponerse una chaqueta… Y entonces, miro el armario, y digo: «¡Ay de mí! Tengo dos chaquetas».

No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno.

Supongo que la chaqueta equivale a la túnica, ¿no? Más o menos. Pero me he tranquilizado. Cuando salgo a la calle y voy de camino, o cuando salgo de viaje, nunca me llevo las dos chaquetas. Están bien para el armario, pero de camino me basta con una. Si llevara las dos sudaría, y se me haría pesado andar. Necesito ir ligero.

Dios necesita que yo vaya ligero. Tengo que saber soltar lo que no me hace falta. Nada debe servirme de lastre ni de tropiezo.

¿Qué me hace falta? En realidad, me hace falta Cristo. Me abrazaré a Él fuertemente. Todo lo demás me sobra. Me sobran, incluso, las dos chaquetas. Llevaré puesta una por si acaso, pero, si me la quitan, con tal que no suelte a Cristo todo va bien. Pasaremos frío juntos. Su frío me dará calor.

(TOI25X)

La mamá de Indiana Jones

Una sociedad como la nuestra, en que buena parte de los jóvenes no abandona el hogar familiar hasta pasados los treinta años, tiene muy difícil entender el Evangelio y alumbrar vocaciones al celibato o la virginidad. Apenas nos quedan aventureros; este siglo le pertenece a las agencias de seguros.

Jesús tuvo palabras durísimas sobre las relaciones familiares: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10, 37). Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26). Al joven que le pidió enterrar a su padre antes de seguirlo le dijo: Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22).

Él mismo marcó con su madre una misteriosa distancia. Hoy, cuando le dicen: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte, ni siquiera sale a saludarla. Y, junto a la Cruz, la propia Virgen renunció a besar a su hijo, acariciarlo o vendarle las heridas. Se miraron uno al otro desde aquella distancia.

Sólo un necio puede pensar que es falta de amor. Es amor verdadero, sin ataduras.

(TOI25M)

No cubras la luz que recibiste

velaComo casi siempre sucede con las palabras del Señor, las que hoy nos trae el evangelio sólo cobran pleno sentido cuando las aplicamos al propio Cristo. Una vez contempladas en su vida, pediremos que se reflejen en las nuestras.

Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse.

Él es la luz del mundo. Él vivió treinta años de vida oculta y, después, se mostró a los hombres durante tres años. Finalmente, convertido ya en una tea inextinguible, subió al candelero de la Cruz, desde donde alumbra la Historia y el Cosmos. Bendito candelero de la Cruz, faro de navegantes y guía de extraviados.

También nosotros necesitamos momentos de ocultamiento, de soledad con Cristo en la oración. Pero ay de nosotros si, después, no iluminásemos a quienes nos rodean. Ay de nosotros, si convirtiéramos nuestras familias y grupitos piadosos en vasijas que encierran la luz. Ay de nosotros si no subiéramos al candelero de la Cruz. En ese caso, se nos quitaría hasta lo que creemos tener.

(TOI25L)

La entrega del tiempo

Hablamos de entregar la vida a Cristo, y muchos pensáis en el ideal del martirio. Pero los mártires entregaron la vida entregando la muerte. ¿Acaso es la única forma de entregar la vida? ¿No se puede, también, entregar la vida entregando la vida?

¡Pues claro! Y ahora me preguntaréis: ¿Y cómo se entrega la vida a Dios?

Sencillo: La vida se compone de tiempo. A todos se nos ha dado un tiempo, y ese tiempo está contado, contado por Dios. Entreguémosle a Dios todo nuestro tiempo, todos nuestros minutos, empleándolos en hacer su voluntad, y le habremos entregado la vida.

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?

¿Lo ves? Dios no soporta ver al hombre ocioso. Un minuto perdido debería ser un pecado venial, quizá lo sea, tú acúsate de ello por si acaso.

Toma posesión de tu tiempo para que lo puedas entregar. Sé ordenado. Ten un horario: Una hora de acostarte, una hora de levantarte, un tiempo para rezar, un tiempo para trabajar, un tiempo para la familia, un tiempo para el descanso… Ajústate a ese horario y, si Dios te lo rompe, bendícele y adáptate sin rechistar. Así, minuto a minuto, entregarás la vida.

(TOA25)

Nobleza, generosidad, perseverancia

Entre quienes leéis estas líneas no hay edificios, ni campos de fútbol ni supermercados. Puesto que estáis leyendo la palabra de Dios y procurando asimilarla con estos comentarios, puede decirse que todos vosotros sois tierra donde el sembrador lanza la semilla. Y seguramente, tras leer la parábola de hoy, todos, igual que yo, quisierais ser tierra buena donde la semilla dé fruto abundante.

Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.

Aquí os deja el Señor las tres cualidades de esa tierra buena, a fin de que nos esforcemos por alcanzarlas y la palabra sembrada en nosotros produzca frutos de santidad:

Un corazón noble. Nobleza para no manipular la palabra, para dejarnos herir por ella si es preciso, para no hacerle decir al Señor lo que queremos oír, sino lo que Él quiere transmitirnos, aunque duela.

Y generoso. Generosidad para dejarnos expoliar por la palabra, para permitir que ella se adueñe de cuanto somos y tenemos, hasta que nuestras vidas estén a su servicio.

Dan fruto con perseverancia. Perseverancia para escuchar un día, y otro día, y otro día, sin abandonar jamás la oración.

(TOI24S)

Mujeres devotas

santas mujeresLa palabra «devoción», en español, tiene una historia maravillosa que nos lleva a la «devotio iberica». Antes de la llegada de los romanos, los devotos eran siervos de grandes guerreros que comprometían su vida con la de su amo hasta el punto de estar dispuestos a morir con él. Por eso, cuando el jefe moría, ellos debían suicidarse y eran enterrados con su señor. Ahora llamamos «devota» a una persona que reza con las manos juntitas, pero el asunto, como veis, es mucho más serio.

Cuenta san Lucas que Jesús caminaba acompañado por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades.

Estas mujeres constituían, digamos, un segundo «anillo» en torno a Jesús. El primero eran, lógicamente, los apóstoles. Pero en el momento clave, cuando Jesús sufrió su Pasión, el primer anillo se retiró casi entero, y fue este segundo anillo el que rodeó y confortó al Señor, acompañándolo en su muerte. He aquí la verdadera devoción. María Magdalena hubiera querido, incluso, ser enterrada con Él.

Sí, yo también junto las manitas para rezar. Pero seré realmente devoto cuando deje que me las aten y anuden el otro cabo de la cuerda a las manos de Jesús.

(TOI24V)

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