Cristo en su Pasión

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Cruz gloriosa, Amor, descanso

Me encaré, en el ágape posterior a la Vigilia Pascual, con un feligrés bienintencionado pero poco formado. Hay cosas que no se deben decir: «Feliz Pascua, padre. Cristo ha resucitado. La Cruz ha quedado atrás». ¡Qué disparate! Si la Cruz hubiera quedado atrás, estaríamos en el infierno, porque le habríamos dado la espalda. Hasta en el cielo se yergue, poderosa y amante, la cruz gloriosa, porque hasta el cielo alcanza el sacrificio redentor de Cristo. Quedarán atrás el pecado, el dolor y la muerte, pero no la Cruz, que es el Amor.

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Sólo un alma enamorada de la Cruz puede entender que ella es yugo dulce y que en ella está el descanso. Ella es el lecho nupcial donde se recuestan en Amor el Esposo y la Esposa. Ella es la intimidad más secreta, el abrazo más estrecho entre Cristo y el alma en medio de la oscuridad luminosa. Ella es el descanso sabático prometido al santo, porque, desde ella, mientras la sangre y el agua riegan la tierra y la fecundan, vio Dios que todo era bueno.

(2904)

Nicodemo y el nuevo nacimiento

Nicodemo es todo un personaje. Tiene una honestidad intelectual que tira de espaldas: Nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él. Ojalá los demás fariseos hubieran sabido reconocer esos signos como lo hizo él. Sin embargo, a Nicodemo le puede la prudencia de este mundo. Aun reconociendo que Dios estaba con Jesús, no quiso significarse demasiado ante los demás fariseos hasta que el Señor no hubo muerto. Si se hubiese significado antes, quizá hubiera muerto con Él. ¡Quién sabe!

No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo». En el fondo, le dio miedo nacer de nuevo: morir allí, en ese encuentro con Jesús, y que saliera por la puerta un Nicodemo nuevo, un Nicodemo que ha dejado todo atrás y sólo vive para Cristo, un Nicodemo que ha muerto al pecado y a la vanidad de las apariencias y honores de este mundo, un recién nacido a quien ya nada le importa salvo el Amor de Dios manifestado en Jesús.

Ojalá puedas decir que ya no eres el que eras. Ojalá puedas decir que, a partir de hoy, tu vida es Cristo, y que nada te importa sino Él.

(TP02L)

El síndrome de Hiro Onoda

¡Pobre Tomás! Me he acordado de Hiro Onoda. ¿Sabéis quién era? Era un japonés que no se enteró de que había terminado la segunda guerra mundial, y estuvo atrincherado, defendiéndose de los supuestos enemigos, hasta 1974. ¡Casi treinta años! Lo de Tomás duró menos: una semana temiendo a un enemigo ya derrotado.

Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Hay casos peores que el de Tomás y el de Onoda. Dos mil años han pasado desde que fue derrotada la muerte y se abrieron los cielos, y muchos siguen viviendo como quienes, por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos (Heb 2, 15). No han creído la predicación, siguen atrincherados, temiendo a un enemigo ya vencido.

¿Te lo digo otra vez? Cristo ha resucitado, la muerte ha saltado en mil pedazos. No tengas miedo a «perder el tiempo» rezando, que lo ganas en eternidad. No tengas miedo a entregarte a los demás, que recuperarás con creces lo entregado. No tengas miedo a perdonar, que serás perdonado. No tengas miedo a quedar mal por Dios, que Él te ensalzará.

Terminó la guerra. La ganamos.

(TPC02)

Problemas de megafonía

En mi parroquia casi nadie se entera de la homilía. Por más dinero que hemos gastado en megafonía, las capillas laterales producen un eco que impide entender al predicador. Es molesto, pero, en el fondo, no importa tanto. Al fin y al cabo, aunque entendieran, tampoco iban a hacer caso. Pocos lo hacen.

La gente se fía más de lo que ve que de lo que escucha. María Magdalena vio a Jesús resucitado y creyó. Pero cuando lo anunció a los apóstoles, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Si no creyeron sus palabras, cuánto menos creerán nuestra predicación. Después, cuando Jesús apareció entre ellos, creyeron. Pero el Señor les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Entonces les mandó proclamar el evangelio a toda la creación, para que también ellos experimentaran el fracaso de la predicación.

En todo caso, nunca es excusa. Dice san Pablo que la fe nace del mensaje que se escucha (Rom 10, 17). Nosotros no hemos visto ni veremos. Creamos el anuncio, aunque se escuche con eco, que no puedo gastar más dinero en megafonía.

(TP01S)

Vamos, almorzad

Para quien quiera verlo, Cristo resucitado nos muestra, en sus apariciones, cuál es el lugar privilegiado de encuentro con Él. Y ese lugar, en esta tierra, es la Eucaristía. El mismo que partió el pan para los de Emaús y compartió pescado y vino con los apóstoles en el Cenáculo aparece ahora en esa orilla misteriosa del Lago con un pez sobre unas brasas y pan.

Vamos, almorzad. El cielo en la tierra. Porque allí estamos, en el cielo, cada vez que acudimos al banquete pascual. La santa Misa es el descanso tras la fatiga. Se acabaron los trabajos, los cansancios, los fracasos… Has llegado a casa, te tengo la comida preparada, ven y come. Así deberíamos vivir cada Eucaristía, como un anticipo del descanso del cielo, como la entrada en la eternidad, en el Hogar. Mirando allí la Hostia, no le preguntamos quién es, porque sabían bien que era el Señor.

Pero seguimos en la tierra. Y, finalizada la celebración, tras dar gracias, volvemos al Mar, a la pesca, que es lo nuestro. A buscar almas para hablarles de Cristo. Porque, cuando volvamos de nuevo a Misa, el Señor nos dirá: Traed de los peces que acabáis de coger.

(TP01V)

El cielo está en la mesa

Un huerto, un camino, la mesa de dos hombres que vuelven a casa, y la cena de unos amigos que no han perdido el apetito. Estos son los escenarios escogidos por Cristo resucitado para aparecerse a los suyos. Los escenarios normales de la vida normal de personas normales.

Dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Se han abierto los cielos y se han volcado sobre la tierra. No tenemos que recorrer un largo y fatigoso camino entre tinieblas para alcanzar las luces de la eternidad, porque esa luz, permitid que lo repita, hoy lo inunda todo. El cielo está en la mesa, en un trozo de pez asado y una copa de vino. En una cena con amigos, en un rato de deporte, en el trabajo bien hecho, en el despertar de cada mañana y el acostarse de cada noche. En lo que nos gusta y le gusta.

Así pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios (1Co 10, 31). No tenemos que alcanzar el cielo. Basta con abrir las ventanas y dejarlo entrar. ¡Viva la normalidad!

(TP01J)

Los que van a la tumba y el que vuelve del sepulcro

Discípulos de EmaúsPero ¿a dónde iban esos dos? Dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios. Iban a la tumba. Mientras la Magdalena lloraba en el sepulcro, ellos se alejaban del sepulcro e iban a la tumba. A la suya, claro. Como tanta gente. Habían conocido la Vida, la habían acompañado hasta la frontera, y se habían dado la vuelta. Ahora se dirigían a Emaús para morir allí. ¡Qué viaje tan triste!

Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Quizá no tenga importancia, pero me llama la atención. Es la única aparición en que Jesús camina. Y camina con quienes se dirigen a la tumba. Durante el camino los cautiva, les habla de Dios, parte para ellos el pan y… Y, de nuevo, ese momento de luz, el mismo que iluminó el alma de María y de Juan.

Entonces el camino se invierte. Se volvieron a Jerusalén. Vuelven de la tumba, están resucitados, les brilla el rostro como a Moisés.

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba (Col 3, 1). Date la vuelta, resucita, vuelve de la tumba, camina hacia el cielo.

(TP01X)

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