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Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Vivimos para Dios

Al anunciar la resurrección de Cristo, san Pablo comunica a los Romanos una noticia de enorme calado, que debería hacer estremecer a cualquier enamorado de Cristo: Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rom 6, 11). Más adelante repite la misma noticia con otras palabras: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos, ya muramos, somos del Señor (Rom 14, 8). En definitiva, una vez hemos muerto con Cristo a este mundo, aquí no se nos ha perdido nada, salvo las almas que queremos redimir. Pero ya no queremos recompensa alguna en esta vida, porque vivimos para el cielo, vivimos para Dios.

Cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Nosotros renunciamos a la paga terrena por nuestras obras: gratitud, reconocimiento, alabanzas… Todo ello nos haría perder la recompensa celestial. Y si, por nuestras obras, recibimos palos y desprecios, nos alegramos, porque hemos encontrado nuestro ciento por uno en la Cruz y en el cielo.

Vivimos sólo para Dios.

(TOI11X)

Sólo desde lo alto

Te parece imposible, ¿verdad? Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. ¿Cómo vas a querer a «esa persona» que te busca las vueltas, te calumnia por la espalda, se niega a dirigirte la palabra y parece que disfrutase haciéndote daño? No puedes amarla, bastante tienes con procurar no odiarla. Te dijo el sacerdote que rezases por ella, y bien sabe Dios lo que te cuesta. Pero lo haces.

Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. El sol puede salir para malos y buenos porque está en lo alto, por encima de la pelea (¿cómo dicen los franceses? «au dessus de la mêlée»). Las nubes pueden llover sobre justos e injustos porque están, también, por encima de los mortales. Y Dios puede enviar el sol y la lluvia sobre todos porque reina desde lo alto del cielo y desde lo alto de una Cruz.

Tú, en cambio, estás en la refriega, dándote de palos con unos y de abrazos con otros. Cuando reces, ascenderás y te sentarás sobre las rodillas de Dios. Desde allí aprenderás a amar al enemigo.

(TOI11M)

El precio de amar

Me comentaba un novio, días antes de casarse, que tenía miedo de hacer daño a la mujer que iba a convertirse en su esposa. Era un ingenuo. Espero que ya se haya dado cuenta de que, en este mundo, todos nos hacemos daño. Y, especialmente, quienes más nos queremos, porque estamos más cerca. Lo importante es que sepamos pedirnos perdón y perdonarnos. Y que no nos cansemos de recibir heridas de quienes más nos quieren.

Porque, en ocasiones, cuando aquellos que deberían querernos nos hieren, vamos levantando un muro de defensa contra ellos. Y ese muro nos protege de las heridas, pero también nos impide recibir cariño. Nos aísla, nos hace vivir a la defensiva y, al final, nos condena a una soledad que es peor que las propias heridas.

Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra. Derriba el muro, arriésgate a amar y ser amado, a ser herido y –también, por desgracia– a herir. A perdonar y a pedir perdón. Sé que el amor verdadero es gratis, pero amar y ser amados nunca sale gratis. Ni con Dios. Preguntádselo al bueno de Jacob, y su fémur herido después de arrancarle a Yahweh la bendición anhelada.

(TOI11L)

La gran revelación

La revelación más atrevida del Antiguo Testamento tuvo lugar cuando, escondido entre las llamas de una zarza que ardía sin consumirse, Dios reveló su nombre a Moisés. Pero ese nombre revelado el hombre no lo debía pronunciar, salvo en muy contadas ocasiones, para que no pareciese que podía tomar posesión de su Creador. Más adelante, Moisés pidió a Dios que le mostrase su rostro, pero no le fue dado. Dios sólo le permitió ver su espalda.

El Espíritu de la verdad recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío.

¡Cómo no dar gracias por vivir en los tiempos de la Redención! En Cristo, Dios ha corrido el velo de pudor que lo ocultaba y ha mostrado al hombre su misterio, su verdadero rostro. Y es tan hermoso que jamás podrá un mortal cansarse de contemplarlo. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Un Dios que ama, que dialoga, que recibe y se entrega sin cesar como una fuente inagotable de Amor y de Vida.

No temas a la palabra «misterio». No es sinónimo de algo oscuro e indescifrable. Es una invitación a la contemplación.

(STRC)

El pacto de los hermanos Marías

El escritor español Julián Marías contaba que, de niño, hizo un pacto con su hermano: Ninguno de los dos mentiría jamás. En lo que a él respecta, aseguraba haberlo cumplido. Y así debía ser, porque, de otra forma, lo habría incumplido al decir eso.

Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Toda mentira viene del Maligno, el llamado padre de la mentira. No hay mentiras piadosas; piadosos son los padrenuestros, jamás las mentiras. Dejando aparte las bromas (que son otra cosa), un cristiano no debería mentir nunca. Su «sí» debería ser «sí», y su «no», «no».

Cosa distinta es el silencio. Porque, si la mentira es siempre pecado, el silencio es muchas veces virtud (no siempre). La discreción es buena pauta de conducta. No tengo por qué decirle todo a todo el mundo. Hay verdades que, según la ocasión y el momento, conviene callar. ¿O acaso, por ejemplo, te sentirás autorizado a proclamar los defectos de tus hermanos con la excusa de que «es verdad»? Por muy verdad que sea, mejor cállatelo. Sé discreto.

Vuelvo al pacto de los hermanos Marías. Y a ese deseo de no mentir jamás. Ese pacto agrada mucho a Cristo. Él es la Verdad.

(TOI10S)

Mira bien a dónde miras

Los ojos son las ventanas abiertas del alma. Por ellos entran y salen ángeles y demonios, luces y ruidos. Por ellos se escapa el corazón o se llena de claridades. Con ellos matamos o amamos. Mira bien a dónde miras, porque no hay mirada que deje indiferente. Todas dejan huella en nosotros y en los demás.

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Una mirada lujuriosa siempre mancha el corazón. Ni siquiera la gracia del perdón sacramental borra esa mancha, porque el corazón tiene memoria. Y proyecta sombras después en el recuerdo, y el recuerdo se vuelve tentación. La mejor prevención contra la lujuria es guardar bien la vista.

Nuestros ojos fueron creados para contemplar el rostro de Cristo. Por eso, la mirada al crucifijo, o a imágenes de la Virgen, purifica mucho el corazón y lo limpia, poco a poco, de las manchas que dejaron en él miradas sucias.

Ten en tu casa imágenes de la Virgen, y un crucifijo en el dormitorio. Míralos con cariño. A mí me gusta tener un cuadro de la Señora cerca del televisor; nunca sabes cuándo tus ojos necesitarán refugio. Mejor tenerlo cerca.

(TOI10V)

Sacerdotes santos

Son ya más de treinta años de sacerdocio. Y, ahora que no nos oye nadie, te confiaré un secreto. Si, antes de ser ordenado, hubiera conocido los dolores y contrariedades que me esperaban, quizá me hubiera echado atrás. Agradezco que no me lo dijeran. Por otra parte, si me hubieran dicho lo feliz que iba a ser, no me lo hubiese creído. Me doy cuenta ahora de que entonces no sabía nada. Sólo sabía que Dios me llamaba. Y creo que sólo necesitaba saber eso.

Después de todo este tiempo, puedo gritar, lleno de gratitud, que estoy más enamorado que nunca, más apasionado que nunca, más loco que nunca. Sé que todo en esta vida, con el pasar de los años, acaba cansando. Pero el Amor de Cristo, y este ministerio sacerdotal con que he sido bendecido, se vuelven más apasionantes cuanto más los gustas. No concibo mi vida fuera del sacerdocio. Por eso sé, ahora más que nunca, que he sido llamado.

Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Es mi gran descubrimiento: para santificar al pueblo, Dios no quiere que haga muchas cosas. Sólo una: ser santo yo.

(XTOSESC)

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