La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Un decreto misterioso

Es un decreto misterioso: Dejadlos crecer juntos hasta la siega. En virtud de esta divina disposición, Dios permite que convivan, en el mundo, el trigo y la cizaña, el bien y el mal, la pureza y la inmundicia.

Más aún, dentro de nosotros, en virtud de ese decreto, se mezclan también trigo y cizaña. Padre, no sé si esta obra buena la hago por Dios o porque me siento bien. Por las dos cosas, hijo, por las dos cosas.

Trigo y cizaña se mezclan en nuestras obras, y diez minutos después de salir de Misa ya hemos pecado. Se mezclan, también, en nuestros pensamientos, que, tras elevarse a las alturas del cielo, se encuentran hozando en las miserias terrenas. En nuestros sentimientos conviven el amor a Dios con el rencor y la envidia… Tratamos, cada día, de purificarnos, de vivir del trigo y soportar pacientemente la cizaña sin permitir que invada nuestra voluntad, pero… ¿llegaremos a vencer totalmente al pecado antes de morir?

Hay un lugar, en lo más profundo del alma en gracia, donde todo es trigo. Allí se ha realizado ya la limpieza final, y sólo Cristo reina. Pero pocos alcanzan a entrar en ese lugar. Bienaventurados ellos.

(TOP16S)

Una visita encantadora y unas palabras desafortunadas

Quédate hoy con estas palabras del Señor, porque son el marco perfecto para que celebres a san Joaquín y a santa Ana:

¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

En definitiva, como dice el salmo: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre (Sal 83, 5).

Dichosos los que vivimos en el Hogar de Nazaret, dichosos nosotros, los familiares de Jesús. Hoy gozamos de un día especial, porque la visita de los abuelos ilumina la casa. Su presencia crea hogar, da calor y protección, nos hace sentir niños como Jesús y también como María. Porque una madre siempre es niña ante sus padres.

Me dijo una abuela que sintió una punzada la primera vez que su hija se dirigió a ella con un: «¡Hija, mamá!». Mal asunto. O hija, o mamá. La Virgen, estoy seguro, nunca dijo a santa Ana: «¡Hija, mamá!». Le dijo sólo «Mamá». Y a san Joaquín «Papá».

Niña la Virgen, niño Jesús, niños nosotros. Y esta visita de los abuelos durará todo el día.

(2607)

La conversión de Santiago

Decimos que un encuentro con Cristo puede cambiar la vida de un hombre. Pero hoy quisiera matizarlo: Es el encuentro con Jesús crucificado el que transforma la vida.

Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Esos dos «niñitos de mamá» eran pescadores de Galilea que habían ido al Jordán a escuchar al Bautista, y que allí se encontraron con Jesús. De vuelta en Galilea, Jesús los invitó a ser pescadores de hombres, y los llamó «hijos del trueno». Con razón. Quisieron enviar fuego y azufre sobre aquel pueblo que rehusó recibir a Jesús. Y la emprendieron a gritos contra el que echaba demonios en el nombre de Cristo. No estaban convertidos.

Hasta que apareció la Cruz. A diferencia de Juan, Santiago huyó. Sin duda, lo lloró, y con lágrimas de humildad apagó para siempre el fuego de su cólera. Según cuenta san Pablo, Cristo resucitado se le apareció y lo confortó. Después derramó su Espíritu sobre él.

Ya tenemos al santo. Al que se apresuró a viajar a España, y a morir mártir a manos de Herodes. Pero ese cambio comenzó al encuentro con la Cruz.

(2507)

¿Una pérdida de tiempo?

El sembrador siembra la semilla, pero sólo una de cada cuatro da fruto. Una parte cayó al borde del camino… Otra parte cayó en terreno pedregoso… Otra cayó entre abrojos… Otra cayó en tierra buena y dio fruto.

Si ya sabe el sembrador que allí no germinará, ¿Por qué desperdicia las otras tres? ¿Por qué no sembrar tan sólo en tierra buena?

¿Por qué elegiste a Judas, si sabías que te iba a traicionar? ¿Por qué tanto esfuerzo en hablar con los fariseos, si sabías que no te harían caso? ¿Por qué amaste al joven rico, si sabías que se daría la vuelta?

¿Por qué voy a hablar de Dios a esta persona, si se burlará? ¿Por qué seguir entregando mi tiempo a éstos, si me desprecian? ¿Por qué enseñar a quien jamás va a aprender?

Creo que van ocho preguntas. Y podrían ser ochenta. Da lo mismo, todas tienen la misma respuesta:

Porque Tú eres generoso y siembras a voleo. Porque das siempre una oportunidad a las almas para que se conviertan. Porque amas también el borde del camino, el terreno pedregoso y la tierra poblada de abrojos. Porque nadie debe decir que Dios no le tendió la mano.

(TOP16X)

El secreto del secreto

Santa Brígida perdió a su marido tras haber dado a luz nueve hijos. Sufrió el descarrío de uno de los nueve. Vio temblar la fe de la Iglesia a causa del exilio de los Papas a Avignon. Escribió una y otra y otra carta al sucesor de Pedro implorándole que volviese a Roma, sin apenas conseguir nada… Y, en medio de todas esas tribulaciones que jalonaron su vida, ¿qué hizo? Permanecer, clavar la mirada en el Crucifijo sin retirarla y mantenerse fiel hasta el final mientras todo parecía derrumbarse en torno a ella.

El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Esto es lo que han hecho los santos: permanecer. El secreto de la santidad es, muchas veces, la perseverancia. No basta un momento de fervor, ni un acto heroico en un día propicio. La clave es permanecer unido a Cristo en medio de las mil dificultades de la vida y de la Historia.

«El mundo se desmorona, y nosotros nos enamoramos». Eso le dice Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en «Casablanca». Y quiera Dios que se lo puedas decir tú a Cristo. Porque sólo los muy enamorados perseveran. Ése es el secreto del secreto.

(2307)

Se rasgó el horizonte ante sus ojos

MagdalenaMírala, llorando desconsolada frente al sepulcro:

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando.

Todo lo que tiene ante sus ojos es muerte. Así vive mucha gente, con el sepulcro por delante y nada más. Al fin y al cabo, ése es el panorama que nos presentan los ojos: dos pasos (cuatro días, ochenta años) hasta la muerte, y disfruta lo que puedas mientras caminas. Aunque para María Magdalena, después de haber perdido al Señor, ya no hay gozo posible en esta vida.

Entonces aparece Jesús:

Jesús le dice: «¡María!».

Te llama por tu nombre, te vuelves, lo miras y, de repente, se te abren los cielos. Y se despliega ante tu mirada, iluminada por la fe, la eternidad entera con Cristo abriendo sus brazos para ti. Se te ilumina el rostro y se llena de gozo el alma.

Jesús le dice: «Anda, ve a mis hermanos».

Y te pide que recuerdes a los hombres que hay cielo, que no todo es política, ni salud, ni diversión; que hay un Amor eterno ofrecido al hombre, y que la vida puede ser maravillosa cuando goza de ese Amor; que estamos creados para la Vida, y no para la muerte. ¡Corre a anunciarlo!

(2207)

Le han robado a Cristo las ovejas

Si, en los años 80 del pasado siglo, nos hubieran transportado en el tiempo a nuestros días, y hubiéramos visto a hombres y mujeres caminando con una pantalla en las manos, ¿qué hubiéramos pensado? Hubiéramos imaginado una película de ciencia ficción. Pero es verdad.

Vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor. ¿Cómo están las ovejas sin pastor? Dispersas, hasta que llega un ladrón y se las lleva. Así está Occidente: se apartó del Pastor, y ha sido secuestrado por el ladrón, que las apacienta a través de la pantalla.

Nos dicen qué tenemos que hacer, qué debemos pensar y qué debemos comprar. La tiranía del pensamiento único ha convertido a Occidente en un rebaño de monos evolucionados con conexión a Internet al servicio de intereses inconfesables.

Sólo Cristo, el buen Pastor, nos puede volver a hacer personas; sólo Él nos puede devolver la dignidad de hijos de Dios. Sólo Él da su vida por las ovejas.

Seguidlo a Él. Prestad más atención al Evangelio que a Instagram; al sacerdote que al periodista; a la doctrina de Jesús que a la del mundo. No sigáis viviendo como esclavos, volved a ser hijos.

(TOB16)

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