Ayer, llena de gozo, gritaba la Iglesia: «¡Viene el Señor!» ¿Habrá alguno, de entre quienes tanto lo necesitamos, que le diga: «No vengas, no es necesario»?
Uno que mucho lo necesitaba se lo dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Es como el «antiadviento». Él, que vio a Dios hecho hombre, pidió que la carne se hiciera palabra. Nosotros esperamos a la Palabra hecha carne.
Y, sin embargo, la fe de este hombre nos ilumina a todos. Perdona el trabalenguas: la Palabra se hizo carne, y de esa carne brotó la palabra. La carne llega a los sentidos, la palabra penetra en lo profundo del alma y lo sana todo.
¿Aún no lo entiendes? ¿De qué me serviría que el Hijo de Dios se haya hecho hombre, si ese hombre, con palabras de Amor, no me llama? Es grande el anuncio: ¡Viene el Señor! Pero lo que me hace estremecer es que viene, me mira, y me llama por mi nombre. ¡Viene por mí!
Basta que lo digas de palabra… No. No es el antiadviento, sino la consumación de la promesa. Cuando vengas, Jesús, ¡háblame!
(TA01L)