«Revelar» es quitar el velo, dar a conocer lo que estaba velado. Curioso: cuando Jesús murió se rasgó el velo del templo, porque se había revelado el Misterio de Dios.
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Dos velos han caído en la cámara secreta donde el místico alcanza su unión con Cristo. El primero está señalado en estas palabras de Jesús: a los pequeños –y los místicos son pequeños, porque son sencillos– Dios Padre les revela «estas cosas». «Estas cosas» son la gloria de su Hijo, la hermosura de su rostro, lo inefable. Y los místicos, ante la contemplación de «estas cosas», se enamoran.
Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. El segundo velo. Ése lo rasga el Hijo. A quienes están en Amor con Él les descubre al Padre, y los besa con un beso espiritual que deja en sus labios una palabra: «Abbá».
Caen los dos velos ante el alma amada, que está al descubierto ante Él en la noche silenciosa. Entonces llega la unión.
(1510)