La Navidad terminó ayer. Y, hasta ayer, ese Jesús que contemplábamos recostado en un pesebre parecía decirnos: «Venid a mí». «Venite, adoremus»… Y fuimos, junto a los pastores y los Magos, a postrarnos ante Él para rendirle el homenaje de nuestra adoración.
Hoy comienza el Tiempo Ordinario. Y el mismo Jesús, ya crecido, bautizado por Juan en el Jordán, se ha puesto en pie, ha comenzado su vida pública y nos dice: Venid en pos de mí. Deberemos levantarnos nosotros también y encaminar nuestros pasos en pos de los suyos.
Realmente, todo esto no es sino la historia de un día normal en la vida del cristiano. Comienzas el día y Jesús te dice: «Ven a mí». Te recoges en oración, acudes –si puedes– al sagrario y comienzas la jornada postrado ante su presencia, llenándote de Dios y del gozo de su Amor. Pero de poco provecho te sería esa oración si, después, no te levantas y caminas en pos de Él hacia la Cruz, porque hay que entregar la vida y el día que ha comenzado es parte de esa vida.
Luego, desde el Calvario, Jesús volverá a decirte: «ven a mí». Y descansarás en paz recostado en Él.
(TOI01L)