La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Lo que Jesús te ha prometido

Una feligresa joven se me ha acercado después de la Misa. Se la veía radiante. «Padre, me han echado del trabajo por Cristo. Le pedí a mi jefe en privado que no blasfemara en mi presencia, porque hería mis sentimientos. A los dos días tenía la carta de despido sobre la mesa».

Pienso en las personas que se enfadan con Dios ante las contrariedades. «Dejé de ir a Misa cuando murió mi madre. Si Dios existe, hubiera escuchado mi oración y mi madre no habría muerto». También he escuchado eso. Si rezo, las cosas deben irme bien. Si no me van bien, no me funciona la religión.

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Cristo no nos ha prometido prosperidad en esta vida. Sé realista. Lo normal, si amas al Señor, es que compartas su Cruz.

Lo que te ha prometido el Señor es: que estará contigo en la contrariedad; que, tras las tribulaciones de esta vida, participarás en su resurrección y en su triunfo final; y que, en medio de las dificultades, serás feliz y serás amado. ¿No es eso mejor que una vida sin «problemas»?

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Una civilización desnortada

En Europa, la Cruz ha sido desterrada de despachos, colegios, juzgados, hospitales y escudos. Incluso en las iglesias, algunos templos modernos han sustituido el Crucifijo por unos cristos medio crucificados, medio colgantes, medio resucitados que no inspiran la más mínima devoción. ¿Qué nos ha pasado? ¿Hemos perdido el Norte? Sí, lo hemos perdido. Qué crimen tan horrendo ha cometido el viejo continente al expulsar la Cruz de su horizonte.

La Cruz, repito, es el Norte al que el hombre puede mirar para orientarse. Ella da sentido a la vida y a la muerte. Y hoy los hombres, en Europa, viven en el desconcierto y no encuentran sentido a nada.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. En la mirada a la Cruz, el pecado es perdonado, cada hombre es amado por sí mismo, el sufrimiento se convierte en redentor, la muerte se torna Amor supremo y puerta de la Vida, la Historia encuentra su centro y el Cosmos su orden. Todo gira en torno a ella. No la perdáis de vista, y seréis felices, amados y salvados.

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Los perros ciegos del buen pastor

Los sacerdotes, padres, catequistas, maestros, educadores… cuantos tenemos la misión de guiar a los demás deberíamos tomarnos muy en serio estas palabras de Cristo:

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

Es necesario que seamos conscientes de que no estamos capacitados para guiar a nadie, porque estamos ciegos. El único capaz de guiar al hombre hacia el cielo, el único que es el buen pastor y la luz del mundo es Cristo.

Por lo tanto, si a nosotros nos pide el Señor que guiemos a otros, debemos entregarnos por entero a Él, y que sea Él quien guíe las almas que nos ha encomendado.

Aun así, podemos equivocarnos. Y nos equivocamos. ¿Vosotros estáis seguros de que todos los consejos que dais son acertados? Yo no. Pero, si me preocupara por ello, no me sentaría en el confesonario. He aprendido que lo único que debo hacer es desear servir a Dios. Y el Señor, para guiar a las almas, se servirá de mis errores tanto como de mis aciertos.

Lo único que debo temer es que me guíe un interés personal. Eso sería robarle a Cristo las ovejas. No lo permitas jamás, Señor.

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¿Lo hemos entendido?

¿Para quién pronunció Jesús el Sermón de la Montaña, para quienes lo escuchaban, o para nosotros? Desde luego, quienes lo escuchaban no pudieron entenderlo. Jamás nadie se había atrevido a decir algo semejante:

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Esto era insólito, revolucionario, ni los apóstoles lo asumieron. Lo escucharon, y después pidieron fuego del cielo para la aldea que no quiso recibir a Jesús o se pelearon entre ellos por los primeros puestos. En Getsemaní, el propio Simón cortó con su espada la oreja de Malco.

Nosotros creemos entenderlo. Los crucifijos nos lo han explicado. Pero, seamos realistas: llevado hasta sus últimas consecuencias, ese sermón nos convierte en los últimos de los hombres; en la basura del mundo, como decía san Pablo. ¿Estamos dispuestos?

Si lo que queremos es destacar, que nos traten bien, o que nos agradezcan lo que hacemos, somos incompatibles con el Sermón de la Montaña. Pero, si realmente queremos ser cristianos, no nos escandalicemos cuando nos veamos tratados como el propio Jesús.

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Los santos están en el cielo

A las bienaventuranzas añade el evangelio de san Lucas las «malaventuranzas». Y, la verdad, dan un poco de miedo. Especialmente la última:

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.

Uno repasa las vidas de los santos, y comprueba que todos ellos han sufrido la maledicencia, la murmuración y la calumnia de parte de sus contemporáneos. Son muchos los santos que han pasado por idiotas, y también son muchos los idiotas a quienes la gente ha tenido por santos. ¡Cómo para fiarse del juicio de los hombres!

Permitidme un consejo: mientras una persona tenga que ir cada mañana al cuarto de baño, nunca digáis que es un santo. Los santos están en el cielo, donde no hacen falta cuartos de baño. Decid, si queréis, que es «un hombre de Dios», pero lo de la santidad dejadlo para los que ya no corren riesgo de echarlo todo a perder.

En cuanto a nosotros, tampoco se trata de que vayamos por la vida buscando caer mal. Lo mejor es no ocuparse de eso y dar gracias a Dios de que siempre haya alguien poniéndonos de vuelta y media por ahí.

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El monte más alto y la noche más tranquila

Es un chascarrillo muy clásico: No es bueno fumar mientras se reza, pero también se puede rezar mientras se fuma. Cuando se inventó, seguro que hacía reír. Ahora, por contarlo, me acabará cayendo una multa de la consejería de Sanidad. El caso es que todo momento y lugar son adecuados para rezar, pero, cuando uno quiere entregarse por entero a la oración, hay momentos y lugares mejores que otros.

Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Jesús tenía predilección por los montes, y también por la tranquilidad de la noche. El monte, para los antiguos, era el lugar más cercano al cielo, donde el hombre, de puntillas, casi tocaba los pies de Dios. El camino de la santidad se ha comparado a un monte al que el hombre debe ascender. Y sobre el Monte, el Calvario, hizo Jesús su oración suprema.

En cuanto a la noche, es la hora de la fe, de las tinieblas, de la soledad, de los amores, de los sueños…

No tienes que sentirte obligado a rezar de noche en los montes. Pero, si puedes orar en silencio ante un sagrario, no encontrarás monte más alto ni noche más tranquila.

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El sábado en que Dios se cansó

Todo aquello sucedió en sábado, el día sagrado. Sucedió en la sinagoga, que es lugar de oración. Y el Hijo del Altísimo, el Santo entre los santos, realizó una obra de Dios, la curación de un enfermo. Una obra santa, llevada a cabo en lugar santo por el Santo en el día santo. Y los fariseos, que estaban al acecho para ver si curaba en sábado, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.

No puede negarse que aquellos hombres estaban ciegos. ¡Qué tendría que ver toda esa polémica con el verdadero sentido del sábado! El primer sábado descansó Dios porque vio que todo lo que había hecho era bueno. Ahora, sin embargo, a causa del pecado, todo estaba roto, y el hombre estaba enfermo, abocado a la muerte. ¡Cómo iba Dios a descansar tranquilo! Era necesario que el Hijo del Altísimo se fatigara, y no encontrara descanso hasta salvar las vidas de los hombres.

No sólo destruís el bien que hizo descansar a Dios. Sino que, cuando Dios despierta y se fatiga para salvaros, lo acusáis. Pero el Hijo del hombre no descansará hasta que diga: Está consumado (Jn 19, 30). Entonces sí. Ese sábado reposará.

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