Evangelio 2025

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Verás a Dios

Al menos durante esta semana, deberíamos seguir considerando y agradeciendo el don sagrado del Bautismo. Y la gracia de Dios que trae al alma, y la limpieza interior que procura.

Quiero: queda limpio. A ser tocada por las manos de Jesús, la piel de aquel enfermo, podrida hasta entonces por la lepra, quedó limpia y rejuvenecida. Cuánto más el alma ennegrecida por el pecado, al ser tocada por la gracia bautismal, es sanada, blanqueada y convertida en templo de la gloria de Dios.

Y, si al leproso le dijo Jesús: Queda limpio, a ti te dice: «Consérvate limpio». Te lo repite cada vez que, en el sacramento de la Penitencia, renueva en tu alma la gracia bautismal.

De todas las bienaventuranzas, me gusta especialmente la referida a los limpios de corazón, porque de ellos dice Jesús que verán a Dios. Y ver a Dios es la dicha suprema para el hombre. Por eso, no permitas que ninguna intención torcida, que ningún pensamiento sucio o egoísta empañe esa limpieza del alma. Y procura confesar con frecuencia, aunque no haya pecados graves, para que nada enturbie la claridad de tu fe. Así, no sólo verás a Dios: le mirarás a los ojos.

(TOI01J)

“Evangelio 2025

Hay Alguien que quiere verte

¿Tú has estado con el Papa? Yo no. Estuve con san Juan Pablo II, y apenas puede hablar con él durante unos segundos. De ese encuentro quedan, como testimonios, unas fotografías y una huella en el corazón. Pero no es fácil estar con el Papa. Somos muchísimos, y él sólo es uno. Tocamos a muy poquito.

Todo el mundo te busca… Vámonos a otra parte. Tampoco era fácil estar con Jesús. Muchos querían estar junto a Él, y Él era sólo uno. Tocaban a poquísimo. ¡Cuántos se quedarían sin verlo, a pesar de intentarlo! ¡Y cuántos se quejarían del poco tiempo que les dedicaba!

Ahora, sin embargo, estar con Jesús es sencillísimo. Basta con que te acerques a la iglesia y, allí, en el sagrario, te está esperando el Señor. Lo tienes todo para ti. Si quieres estar una hora entera con él cada día, puedes hacerlo.

Lo triste sería que ahora fuese el Señor quien se quejase de lo difícil que es estar contigo. Y del poco tiempo que le dedicas, a pesar de que Él está disponible. ¿Imaginas que tuviera que conformarse con mirar una foto de la última vez que te arrodillaste ante un sagrario? ¡Qué paradoja!

(TOI01X)

“Evangelio 2025

La batuta de Dios

Los biógrafos de san Francisco de Asís cuentan cómo la creación entera parecía postrarse ante la humilde figura del santo. El lobo se arrodillaba, el fuego renunciaba a producirle dolor mientras el cauterio abrasaba sus mejillas, y hasta Inocencio III, el papa más poderoso de la Historia, se postró ante él… ¿Cómo es posible que un hombre tan pequeño tuviera semejante autoridad?

Cuando era niño, quedaba extasiado ante el televisor contemplado «El mundo de la música», un programa en que el director de orquesta Enrique García Asensio entregaba su batuta a un chiquillo para que dirigiera a los músicos. Y yo me moría de ganas de estar allí, de tener esa batuta y dirigir la orquesta, pero nunca pude hacerlo. Hasta que, ya mayor, la presentadora del programa, la encantadora Ángeles Morales, a quien tuve el privilegio de conocer, me regaló esa batuta que sigue expuesta, como un trofeo, en el salón de mi casa.

¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos. Creo que el santo es, por su docilidad a la gracia, la batuta de Dios. Y que la Creación entera se postra ante Cristo cuando la batuta del Director obedece.

(TOI01M)

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Hora de levantarse

La Navidad terminó ayer. Y, hasta ayer, ese Jesús que contemplábamos recostado en un pesebre parecía decirnos: «Venid a mí». «Venite, adoremus»… Y fuimos, junto a los pastores y los Magos, a postrarnos ante Él para rendirle el homenaje de nuestra adoración.

Hoy comienza el Tiempo Ordinario. Y el mismo Jesús, ya crecido, bautizado por Juan en el Jordán, se ha puesto en pie, ha comenzado su vida pública y nos dice: Venid en pos de mí. Deberemos levantarnos nosotros también y encaminar nuestros pasos en pos de los suyos.

Realmente, todo esto no es sino la historia de un día normal en la vida del cristiano. Comienzas el día y Jesús te dice: «Ven a mí». Te recoges en oración, acudes –si puedes– al sagrario y comienzas la jornada postrado ante su presencia, llenándote de Dios y del gozo de su Amor. Pero de poco provecho te sería esa oración si, después, no te levantas y caminas en pos de Él hacia la Cruz, porque hay que entregar la vida y el día que ha comenzado es parte de esa vida.

Luego, desde el Calvario, Jesús volverá a decirte: «ven a mí». Y descansarás en paz recostado en Él.

(TOI01L)

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¡Hijos de Dios!

No debería haberme impresionado, pero, cuando un sacerdote amigo me lo contó, me impresionó. Estaba consagrando el pan durante la misa y escuchó dentro de él, con toda claridad, estas dos palabras: «¡Hijo mío!». A él tampoco le debería haber impresionado, pero casi tuvo que interrumpir la consagración.

«¡Hijo mío!»… Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco. Son palabras dichas por el Padre al Hijo. Pero, por eso mismo, eran también palabras del Padre dirigidas al sacerdote desposeído de su persona que actuaba «in persona Christi Capitis». Aquel sacerdote se sintió tremendamente amado, amado como hijo único. Lo era.

Es la gracia bautismal la que nos hace hijos de Dios. La belleza de esa gracia es desconocida para muchos. También muchos olvidan que somos concebidos en pecado, que nacemos muertos y entregados al Príncipe de este mundo. Y cuando el agua empapa el alma, la inmundicia de aquella culpa desaparece, y es el alma embellecida con las joyas y las perlas compradas a precio de la sangre de Cristo. Tan hermosa queda, que el propio Dios viene a habitar en ella.

Jamás –¡Jamás!– entregues ese tesoro celestial al Enemigo a cambio de la paga miserable del pecado.

(BAUTSRC)

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Para que les sirva de testimonio

leprosoTras sanar al leproso, le dijo Jesús: Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.

No se trataba sólo del cumplimiento de un precepto mosaico. Era una auténtica epifanía. Aquel leproso curado milagrosamente sería, ante los sacerdotes, manifestación de la divinidad de Cristo.

Epifanía deberían ser, también, nuestras vidas. Epifanía para nosotros mismos, epifanía para quienes nos rodean. No conozco, querido lector, tu historia; pero seguro que, si la repasas, encuentras en ella lo mismo que yo en la mía. Repaso mi historia desde la niñez y veo un auténtico milagro, algo inexplicable que sólo puede venir del cielo. ¿Cómo pudo Dios, del niño que yo era y del joven que fui, crear un sacerdote? ¿Cómo ha podido mantenerlo en el ministerio durante treinta años? ¿De dónde ha brotado esa alegría que llena mi alma, y que no es de este mundo? Mi vida me resulta inexplicable si el Cristo a quien amo no es Dios.

Lamento que, ahora, la palabra «testimonio» se entienda como un discurso pronunciado ante un público enfervorizado. Testimonio es, sencillamente, la felicidad de un cristiano. Es testimonio y es epifanía. No es preciso explicar más.

(1101)

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Un río de Amor y de Vida

Se acerca la fiesta del Bautismo del Señor, y contemplaremos el cumplimiento de la promesa del profeta proclamada por Cristo en la sinagoga de Nazaret:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Y así veremos, sobre el Jordán, al Espíritu en forma de paloma ungiendo al Hijo de Dios.

Israel ungía con aceite a profetas, sacerdotes y reyes. Pero ¿qué necesidad tenía quien es, por excelencia, el Ungido de Yahweh, de recibir aquella unción? ¿Acaso no la poseía desde el principio?

Es como preguntar qué necesidad tenía la Virgen de recibir al Espíritu en Pentecostés. Por supuesto, Jesús es el Verbo, el Ungido desde el principio. Pero esa unción no es como la de los antiguos profetas, quienes recibían una vez el aceite sobre sus cabezas. La unción de Cristo es permanente, el Padre está siempre derramando el Espíritu sobre el Hijo, como el Hijo está siempre entregando el Espíritu al Padre. En el Jordán, por un instante, se vio lo que eternamente sucede.

Del Padre al Hijo, y del Hijo a las almas en gracia. Es un río de Amor y de Vida que nos llena de Dios. Terminaremos la Navidad repletos de cielo.

(1001)

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