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Fiestas de los santos – Espiritualidad digital

Sesenta generaciones

Dicen que por cada siglo pasan tres generaciones. Por tanto, veinte siglos son sesenta generaciones. Es decir, que entre Cristo y yo han pasado sesenta personas. No son tantas. Cabrían en la sala grande de nuestros locales parroquiales. Pero los primeros de la fila serían los apóstoles. Ellos estaban allí cuando Jesús dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida.

Ellos escucharon estas palabras. Comieron y bebieron en aquella última cena, y después comieron y bebieron con Jesús resucitado. Luego se les fue la vida en dar testimonio de cuanto habían visto y oído a la generación siguiente. Y la siguiente a la siguiente, hasta completar las sesenta y llegar a nosotros.

El testigo está en nuestras manos. Pero ¿daremos testimonio de una noticia que ha recorrido sesenta bocas? ¿Se limitará todo a decir: «Me contaron lo que les contaron que les contaron»?

¡No! Porque cada generación, cada anuncio, nos ha llevado al altar. Y allí hemos comido y bebido con Cristo. Lo hemos tratado, nuestra noticia es de primera mano. Y tampoco nosotros nos conformaremos con que escuchen y lo cuenten. Les gritaremos: «¡Venid y lo veréis!», como el propio Felipe gritó a su hermano Natanael.

(0305)

Nuestro negocio familiar

almas sencillasA finales del siglo XIX y comienzos del XX, el marxismo inoculó en muchas culturas la concepción del trabajo como alienación. El capitalista, según esa ideología, le robaría al trabajador su propia persona, convirtiéndola en objeto de producción. Y, en consecuencia, el trabajo se convertiría en lucha entre poderosos y proletarios.

No sigo por ahí. Les dejo a políticos y filósofos la tarea de conceptuar las relaciones humanas. Yo me vengo a Cristo, a quien conocían en Nazaret como el hijo del carpintero, y os digo a vosotros lo que me digo a mí: Nosotros trabajamos siempre en casa.

Hagamos lo que hagamos, desde conducir un autobús a limpiar unos cristales, cuidar de los nietos o celebrar la santa Misa, trabajamos para Dios. Nos encontramos todos en el taller de José, y con nuestro desgaste diario procuramos, sobre todo, redimir almas. Por eso, unidos a Jesús, convertimos nuestro trabajo en prolongación del sacrificio redentor de la Cruz, renovado cada día en el altar. Y procuramos hacerlo muy bien, porque nuestro jefe no es el director de la oficina ni el Obispo, sino nuestro Padre Dios. Lo nuestro es un negocio familiar.

A nosotros, el trabajo no nos aliena. Nos santifica.

(0105)

Los sabios de Dios

Decimos «sabio», y pensamos en un anciano, a ser posible con barba blanca y gafas para atenuar la presbicia que surgió de tantas lecturas. Como aquel enanito sabio de Blancanieves, vamos. Paradójicamente, Jesús dice «sabio» y piensa en un niño. Ya se ve que la sabiduría de Dios, tan citada en las Escrituras, no coincide con la sabiduría del mundo.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. No voy a seguir viendo «The Chosen». Me hace daño. No quiero imaginarme la cara de un actor cada vez que hablo con el Señor. Prefiero al Cristo de Velázquez, cuyos cabellos le ocultan el rostro. Pero, en el tercer episodio, Cristo aparece enseñando a los niños. Los niños escuchan absortos, en silencio. Sólo preguntan y responden a las preguntas del Maestro. Así se aprende.

La sabiduría del cielo la reciben los niños, quienes saben escuchar a Dios, quienes aman el silencio. El soberbio, el adulto, ya sabe lo que Dios le va a decir. El niño escucha y se sorprende, su alma es como cera donde Cristo imprime su sello.

(2904)

“Evangelio

El que sabe sabe

Algunas veces, parece Dios querer comerse el mundo. Nada tiene de extraño. ¿Acaso no devoramos nosotros a Dios cada día? ¿Y no nos sabe bien? ¿Por qué no iba Dios a querer saborear también el mundo que ha creado? Se queja en el Apocalipsis de que un mundo tibio le provoca el vómito (Cf. Ap 3, 16). Y nos pide que seamos nosotros, los cristianos, quienes aportemos sabor a la Creación.

Vosotros sois la sal de la tierra. Somos los encargados de que el mundo sepa bien. Pero, en español, el verbo «saber» está emparentado tanto con sabor como con sabiduría. En la medida en que somos realmente sabios, es decir, en la medida en que nos adentramos en el conocimiento de Cristo y saboreamos su dulzura, aportamos sabor y saber al mundo. San Isidoro era sabio y santo a la vez, porque se adentró en el conocimiento de Cristo y disfrutó de su sabor. Sus «Etimologías» saben a Cristo.

Pero si la sal se vuelve sosa… Si nosotros olvidásemos a Cristo, ¿qué sería del mundo? ¿Qué sería de nosotros? Quedaríamos convertidos en un grupo de personas con buenas intenciones. Y el mundo se volvería insípido al paladar de Dios.

(2604)

“Evangelio

Triunfadores

Las últimas palabras que Jesús pronunció sobre la tierra han llegado hasta nosotros en dos versiones: la de Mateo y la de Marcos. Probablemente, son dos subrayados de un mismo discurso. San Mateo hace hincapié en la extensión del Evangelio y el Bautismo a todos los pueblos. San Marcos, quien también resalta la propagación de la buena nueva a toda la creación, se fija en los signos que, según Jesús, acompañarán a los creyentes en su anuncio: Echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.

Son claros signos de triunfo, como corresponde a quienes, en Cristo, han vencido a la muerte. Y es que esa victoria es la principal noticia que debemos ofrecer a los hombres. Por eso debemos caminar por el mundo como triunfadores; porque, en Cristo, lo somos.

¡Fuera el pesimismo! ¡Fuera el desaliento! Dice san Pedro: Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros (1Pe 5, 7). Somos hijos de Dios, el cielo y la tierra nos pertenecen. Tengamos la humildad de los hijos pequeños, pero ¡que se nos note!

(2504)

“Evangelio

La castidad enamorada

La sagrada liturgia encabeza la solemnidad que hoy celebramos con el título: «San José, esposo de la Virgen María». Podría haber dicho: «San José, custodio del Señor» o, simplemente: «San José, patriarca». Pero, puestos a señalar un título que resuma los privilegios otorgados por Dios a este santo varón, elige: «Esposo de la Virgen María».

Porque José fue verdadero esposo de la Virgen, y la amó como un varón ama a una mujer; mejor dicho, como un varón santo ama a una hija de Dios. Aún mejor: como un joven santo ama a una joven hija de Dios.

No temas acoger a María, tu mujer. Y la acogió como lo que era: su mujer. Porque José estaba enamorado perdidamente de la Virgen. Como, además, era un hombre casto, sabía amar. Y fue consciente de que la mejor manifestación de ese amor apasionado consistía en sacrificar sus instintos naturales para que su amada llegara a la plenitud de su vocación, que, en el caso de María, era la virginidad. Su continencia no era frialdad; era una continencia enamorada y ardiente.

Ningún hombre ha amado tanto a una mujer como amó José a María. Aprended, novios, el valor de esa castidad enamorada.

(1903)

Un trabajo de eslavos

Cuando Jesús eligió a setenta y dos de sus discípulos, los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Así, de dos en dos, fueron también Cirilo y Metodio a los pueblos eslavos. Pero encontraron un obstáculo difícil de salvar: era imposible que llegara la palabra de Dios a hombres que no sabían leer. Por ello, fue preciso que los hermanos elaborasen un alfabeto e instruyeran en la lectura a los habitantes de aquellos pueblos. Un trabajo de chinos o, mejor, de eslavos.

No estamos tan lejos. ¿Crees que es fácil anunciar el Evangelio a quien no lee más que mensajes de WhatsApp? ¿Crees que cabe el evangelio en un tuit? Yo escribo aquí doscientas palabras cada día para quienes deseáis rezar. Pero, si tengo que formar a un catecúmeno, le doy el Catecismo para que lo lea. Y es como si le diera con un ladrillo en la cabeza.

Regalad libros. Y leedlos, que los hay muy buenos. El apostolado de la lectura es muy necesario, porque es difícil que piense quien no lee. Pero es fácil que quien piensa acabe creyendo. Tenemos por delante un trabajo de eslavos.

(1402)

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