Cristo en su Pasión

Fiestas de los santos – Espiritualidad digital

Cruz gloriosa, Amor, descanso

Me encaré, en el ágape posterior a la Vigilia Pascual, con un feligrés bienintencionado pero poco formado. Hay cosas que no se deben decir: «Feliz Pascua, padre. Cristo ha resucitado. La Cruz ha quedado atrás». ¡Qué disparate! Si la Cruz hubiera quedado atrás, estaríamos en el infierno, porque le habríamos dado la espalda. Hasta en el cielo se yergue, poderosa y amante, la cruz gloriosa, porque hasta el cielo alcanza el sacrificio redentor de Cristo. Quedarán atrás el pecado, el dolor y la muerte, pero no la Cruz, que es el Amor.

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Sólo un alma enamorada de la Cruz puede entender que ella es yugo dulce y que en ella está el descanso. Ella es el lecho nupcial donde se recuestan en Amor el Esposo y la Esposa. Ella es la intimidad más secreta, el abrazo más estrecho entre Cristo y el alma en medio de la oscuridad luminosa. Ella es el descanso sabático prometido al santo, porque, desde ella, mientras la sangre y el agua riegan la tierra y la fecundan, vio Dios que todo era bueno.

(2904)

La santa coma

La coma, en los santos, es muy importante. Por ejemplo: San Isidro, coma, labrador. O mi santo patrón: San Fernando, coma, rey. Y es que detrás de la coma está la clave de la santidad. San Isidro se santificó arando el campo para Cristo y san Fernando gobernando España para Dios.

La coma, en la solemnidad de san José, es crucial: San José, coma, esposo de la bienaventurada Virgen María. Porque José camina por el Evangelio de la mano de su santísima esposa. Hasta san Mateo, al hablarnos del joven patriarca, respeta la santa coma:

José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Y es que José amó a María con amor de joven enamorado, se turbó ante la noticia de su misteriosa gravidez, protegió, tras conocer en sueños su vocación, la virginidad de su esposa aun a costa de sus propias pasiones, y murió con ella a su lado. ¡Qué santidad más dulce!

De san José aprendemos a amar a la Virgen, pero también aprendemos silencio, vida interior, obediencia, humildad, castidad… y todo ello, sin abrir la boca. ¡Qué maravilla!

¡Bendito san José! Ningún santo acuñó, detrás de su santa coma, un tesoro más hermoso.

(1903)

Lo dice Cristo

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivoPreguntando a mucha gente no se obtiene la verdad; tan sólo se obtiene una radiografía de lo que los hombres piensan, y lo que los hombres piensan, muchas veces, está lejos de la verdad. Es más fácil encontrar la verdad preguntando a los sabios; aunque también, en ocasiones, los sabios se equivocan. Pero si uno quiere, realmente, conocer la verdad, debe preguntarle a Dios. Cristo, su Hijo, es la verdad.

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Jesús se lanzó a las encuestas. Y las respuestas fueron de lo más variopintas: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Hasta que Simón prestó su boca a Dios: – Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. – Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre. He ahí la verdad.

También podríamos preguntar quién es Simón. Y unos dirían que es un pescador; otros, que un presuntuoso; otros, que un cobarde. Hasta que habla Dios: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Por eso amamos al Papa. Porque, frente a lo que digan los hombres, él es Pedro. Lo dice Cristo.

(2202)

Esa bendita locura

Hay que entrar en el corazón de hombres como éstos, hay que preguntarles por qué lo hacen, necesitamos conocer las motivaciones profundas que expliquen sus vidas. No basta con venerarlos, es preciso imitarlos.

La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino!

¿Qué movió a los santos Cirilo y Metodio a dedicar su vida a hombres desconocidos en un país extraño, a crear para ellos un alfabeto, a traducirles la Biblia, a enseñarles a leer y anunciarles el Evangelio?

La respuesta es doble: Por un lado, un inmenso amor a Cristo, que se tradujo en deseos incontenibles de que Cristo sea amado. Es la misma pasión que movía a Francisco de Asís a correr por las calles tirándose de los pelos y gritando: «¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!». Hay que estar muy loco para eso. Bendita locura.

Por otro lado, un apasionado amor a las almas, un celo infatigable que los llevó a dar la vida para la salvación de los hombres.

Ese amor a Cristo y ese celo infatigable los pediremos para nosotros. No nos salvaremos si no anunciamos.

(1402)

El caballo de Saulo y el apellido de Dios

Todo el mundo identifica la conversión de san Pablo con la caída de un caballo. Pero el caballo no aparece por ningún sitio en el relato. Hemos dado por sentado que no iba a pie, ni tampoco en un carro, ni, desde luego, subido a un tranvía. El caso es que se cayó, se cayó de bruces, se cayó abrumado ante el Misterio. Desde el encuentro de Moisés con la zarza ardiente, la imagen del hombre postrado ante el Misterio es el momento de mayor dignidad en la vida.

Como Moisés, Pablo preguntó: ¿Quién eres? Y, en esta ocasión, el nombre de Dios fue el de un hombre: Soy Jesús.

Yo me quedo con el apellido: A quien tú persigues. Pablo no dejará de perseguirlo. Hasta ese momento, lo perseguía para encarcelarlo. A partir de ese momento, lo perseguirá para abrazarlo. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo (Flp 3, 12).

Es verdad. Cuando uno se encuentra con Jesús, toda la vida es una persecución. Y esa persecución sólo acabará en el abrazo del cielo. Con caballo o sin caballo.

(2501)

De Egipto llamé a mi hijo

Si tú fueras Dios, acabarías con el hambre en el mundo, con las guerras, con la muerte de niños desvalidos, con la mentira, con las injusticias y hasta con las derrotas de tu equipo de fútbol. Te anunciamos que Dios ha venido a la tierra, y gritas que es mentira. Que sigue habiendo hambre y guerras, que los niños mueren cruelmente, que siguen reinando la mentira y la injusticia y tu equipo va a bajar a segunda. Por tanto, Dios no existe.

O quizás Dios no es como tú.

Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores. Y esta masacre sucedió poco después de que Dios viniera a la tierra.

Porque Dios no ha venido a solucionar problemas, sino a perdonar pecados. Los problemas siguen, los sufrimientos persisten, y Él mismo es perseguido y desterrado a Egipto, tierra de esclavitud. Lo que ha cambiado es que ahora, con su presencia, las sombras se llenan de claridad.

De Egipto llamé a mi hijo. Y, con Él, a ti y a mí. Volvemos a casa, al cielo, y volvemos como hijos. Para eso ha venido Dios a la tierra.

(2812)

“Evangelio 2025

Ver mientras miramos

Alguien dijo que fe significa creer lo que no vemos. Pero san Juan nos ha enseñado que la fe es ver, ver con los ojos del alma lo que escapa a los ojos del cuerpo. No, el acto de fe no consiste en cerrar los ojos y gritar: «¡Creo!», sino en mantener los ojos muy abiertos y dejar que una luz ilumine lo que hay detrás del misterio contemplado. Mientras los ojos miran a la Hostia encerrada en la custodia, el alma susurra: «¡Señor mío y Dios mío!».

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Ante la visión de unos lienzos plegados en el suelo de un sepulcro, Juan ve a un Resucitado que ha vencido a la muerte y ha salido a la calle. Eso es fe.

Porque al Niño Dios no le salían rayos de la cabeza, como esas potencias que adornan al Niño Jesús de los belenes haciendo que te pinches cuando quieres besarlo. Al Niño Dios le asomaban moquitos por la nariz. Y la Virgen, mientras los limpiaba con su pañuelo blanco, se sumergía en un dulce asombro al pensar que estaba limpiando los moquitos de Dios.

(2712)

“Evangelio 2025

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