Colosos de barro

San Pedro y san Pablo han pasado a la Historia como las columnas de la Iglesia. Los imaginamos así, como dos colosos que preservaron y propiciaron la expansión del Evangelio en los primeros tiempos. Pedro fue la Roca, el apoyo firme y seguro de la primera cristiandad. Pablo fue el Apóstol, el misionero infatigable que sembró comunidades cristianas por todo el Orbe conocido. Ambos murieron mártires, y ambos son venerados en Roma, centro de la cristiandad.

Y ahora ¿qué? ¿Nos quedamos mirando a los colosos con la boca abierta? Bien, bien, pero ¿qué nos aprovecharía a quienes, a estas alturas del día, no hemos sido capaces ni siquiera de mortificarnos un poquito en el desayuno?

Comenzaré de nuevo el comentario:

Cristo eligió a dos pecadores. Uno lo había negado tres veces, y el otro perseguía a los cristianos. Ambos se enamoraron de Jesús, y ese amor los llevó a entregar la vida. Si eres frágil como ellos, también, como ellos, te puedes enamorar. Trata a Cristo hasta que se te derrita el corazón. Y la gracia de Dios, que hizo de ellos dos colosos, hará de ti un santo. No hace falta que seas «colosal»; basta con que seas fiel.

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