Cristo en su Pasión

Fiestas de los santos – Página 2 – Espiritualidad digital

Ahí hay un hombre que no dice «Ay»

Ahí hay un hombre que dice «¡Ay!». Normal, le están tirando piedras y una le ha dado en la cabeza. Cuando una piedra te da en la cabeza dices «¡Ay!». Y, si puedes, sales corriendo. Incluso algunos recogerían la piedra del suelo y se la devolverían al agresor, para que también dijese «¡Ay!». Todo eso es normal.

Lo que no es normal es que a uno le tiren piedras y, en lugar de decir «¡Ay!» diga, como Esteban: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 6, 59), mientras implora el perdón para sus agresores. Eso no es normal. Es una interrogación como la copa de un pino.

Un hombre que no dice «¡Ay!», sino que entrega su espíritu y perdona a sus verdugos es alguien que ha encontrado una alegría que nada ni nadie le puede arrebatar; ni las pedradas, ni los insultos, ni las privaciones ni la muerte. Es un hombre feliz.

Ésa es la alegría que Dios trae al hombre en Navidad. El cielo ha bajado a la tierra, y Cristo en la tierra se ha convertido en camino del cielo. ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? (Sal 72, 25).

(2612)

“Evangelio 2025

El adverbio de los enamorados

Las decisiones importantes en la vida no deben tomarse apresuradamente. Hasta para cambiar el automóvil conviene mirar ofertas, comparar prestaciones, sopesar precios… Cuanto más si, en lugar de cambiar de automóvil, se trata de elegir carrera, cambiar de trabajo o unirte a esa persona con quien compartirás tu vida. Una decisión atolondrada puede dar lugar a muchos lamentos en el futuro.

Pero si es Dios quien llama…

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron… Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

«Inmediatamente» es el adverbio de los enamorados de Cristo. Cuando el Señor llama, la prudencia humana supone darle tiempo al Enemigo. Sé que muchos padres «sensatos» y muchos hijos «juiciosos» prefieren pensárselo: «Termina primero tus estudios y después te comprometes. Así, si fracasas, tendrás una salida». «Espera unos años, a ver si sigues sintiendo esa llamada, y después respondes». Todo ese argumentario está bien cuando tienes que tomar una decisión importante. Pero si es Cristo quien ha tomado la decisión y te ha elegido, si es su voz la que te ha removido el corazón y ha abierto un horizonte inesperado ante tus ojos… No le hagas esperar. Lánzate sin miedo a esa aventura divina.

(3011)

¡Que no, que no está lejos el cielo!

Son muchos quienes hoy amanecen melancólicos con el recuerdo de sus difuntos. Si a esto le sumamos el añadido tenebroso y farsante del halloween, la batalla parece perdida. Pero repitamos que el día de difuntos es mañana. Hoy es día de luz, no de tinieblas. Hoy celebramos a todos los santos, nos alegramos con aquellos hermanos que han llegado a su destino. Felicitad a vuestros santos de cabecera (¿no los tenéis? Yo tengo unos veinte).

Si el cielo fuera un lugar que se encuentra al final de la vida, el camino sería agotador. Y muchos podrían pensar: «Si basta con confesar, como el buen ladrón, a dos metros de la meta, ya me confesaré cuando vaya a morir». Pero no es así. El cielo está muy cerca, podemos tocarlo y gozarlo en cada momento de oración, en cada misa. Despertamos cada mañana y saludamos a los santos, nos encomendamos a ellos antes de dormir, ellos velan nuestro sueño y nos protegen cada día.

Gozad del cielo aquí, en medio de las contrariedades, y un día lo disfrutaremos plenamente, cuando, tras morir del todo, hayamos sido transformados y llevados a ese banquete eterno con quienes más amamos y más nos aman.

(0111)

El misterio de la vocación

Celebramos hoy a los santos Simón y Judas, dos apóstoles que parecen perderse en la lista de los Doce, porque ambos tienen nombres repetidos. Si dices «Simón», piensas en Pedro. Si dices «Judas», piensas en el traidor. A Simón el Celote y Judas Tadeo les gusta pasar desapercibidos.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce. Sin embargo, cuando Jesús miró a los ojos a Simón el Celote y pronunció su nombre, él no tuvo la menor duda de que estaba siendo llamado por Cristo. Y lo mismo le sucedió a Judas Tadeo.

Ese momento en que descubres que Jesús te llama por tu nombre no lo olvidas jamás. No es –en contra de lo que algunos piensan– el momento de la llamada, sino el momento en que escuchas la llamada. La llamada, la vocación, nos acompaña desde el vientre materno. Comenzamos a existir el mismo día en que Cristo pronunció nuestro nombre y nos llamó a la misión con que hemos sido bendecidos. Pero un día, en diálogo con Cristo, nuestros oídos se abrieron y escuchamos esa llamada. Bendito día, en que supimos el motivo por el que hemos venido al mundo.

(2810)

Hermosos sobre los montes

La Misa en la festividad de san Lucas comienza con esta antífona de entrada: «Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la paz». Amigos y hermanos sacerdotes: no omitáis la antífona de entrada (salvo que haya canto), es un tesoro. Y la de hoy es un foco de luz sobre el evangelio:

Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Somos los encargados de anunciar y llevar paz a los hombres. Sobre los montes de la soberbia de este mundo, nuestros pies llevan la hermosura de la paz de Cristo.

Pero quien está encargado de llevar la paz a otros debe, él mismo, tener paz en abundancia. De otra forma, nadie le creerá.

Sed gente de paz. Esa paz viene, en primer lugar, de la oración, cuando la oración se hace con detenimiento, amor y sosiego. También viene de la mansedumbre, que es conformidad rendida con la voluntad de Dios, sin rebeldías ni lamentos inútiles. Es la paz del niño que se deja cuidar por el Padre, y que sabe que todo es para bien.

(1810)

En la noche caen dos velos

«Revelar» es quitar el velo, dar a conocer lo que estaba velado. Curioso: cuando Jesús murió se rasgó el velo del templo, porque se había revelado el Misterio de Dios.

Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Dos velos han caído en la cámara secreta donde el místico alcanza su unión con Cristo. El primero está señalado en estas palabras de Jesús: a los pequeños –y los místicos son pequeños, porque son sencillos– Dios Padre les revela «estas cosas». «Estas cosas» son la gloria de su Hijo, la hermosura de su rostro, lo inefable. Y los místicos, ante la contemplación de «estas cosas», se enamoran.

Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. El segundo velo. Ése lo rasga el Hijo. A quienes están en Amor con Él les descubre al Padre, y los besa con un beso espiritual que deja en sus labios una palabra: «Abbá».

Caen los dos velos ante el alma amada, que está al descubierto ante Él en la noche silenciosa. Entonces llega la unión.

(1510)

¿Qué vas a comer hoy?

La Iglesia ha tomado esas palabras dichas por Jesús en casa de Mateo para incluirlas al comienzo de la Misa, en el acto penitencial:

No he venido a llamar a justos sino a pecadores.

Y nosotros, al iniciar la celebración de la Eucaristía, aclamamos: «Tú que has venido a llamar a los pecadores, Señor, ten piedad».

Y es que toda esa aventura que cambió la vida de Leví se reproduce en cada misa. No debería extrañarte lo que te voy a decir: ¿No te distraes con frecuencia durante la celebración? ¿Nunca asistes a la Eucaristía desde tu «mostrador de los impuestos», es decir, desde tu negociado, donde tratas tus asuntos? «Padre, no se lo va a creer. Mientras está usted consagrando, yo estoy pensado en qué voy a poner de comida»… Pues me lo creo. Somos como somos. Al menos piensa en comida durante la consagración; algo tiene que ver.

Pero una voz, desde el altar, como a Mateo, te susurra: Sígueme. Y entonces te levantas, dejas aparte el menú y te vas con Él. Y, como Mateo, al comulgar te lo llevas a tu casa y comes con Él. ¿Qué vas a hacer hoy de comida? Él te alimenta.

(2109)

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