Cristo en su Pasión

Fiestas de la Virgen – Espiritualidad digital

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

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Nada sin ella. Simetrías y rimas de un poema divino

El Evangelio es un cuadro pintado por un Artista. Hay en él una armonía, un orden que escapa a cualquier genio humano. Fíjate, por ejemplo, en la perfecta simetría de su hechura.

Desciende el Verbo del cielo, y se oculta en el vientre de la Virgen. Volverá a entrar en el cielo desde un sepulcro cerrado. Sale Jesús del seno materno, y se inclina ante Él su madre para arroparlo. Antes de ser enterrado, esa misma madre se inclina para recibir en sus brazos el cuerpo muerto y desnudo del Hijo. Lo lleva la madre al Templo, y allí, de pie, junto al sacerdote, lo ofrece a Dios. Antes de morir, junto a la Cruz, la misma Virgen, de pie, ofrecerá al Padre el cuerpo del Hijo. Es una maravilla.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.

Ya te lo he descrito. Ahora lo presenta niño; en el Gólgota lo presentará crucificado. En esos dos momentos, en que el cuerpo del Hijo es presentado al Padre, quiso Jesús estar acompañado por María. Y, con Él, la Virgen nos presenta a nosotros en cada misa. Nada sin ella.

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La puerta de todos los silencios

A la Virgen la llamamos «Puerta». Puerta por la que Dios entró en la tierra. Puerta por la que entramos a la presencia de Jesús. Y puerta, también, del año nuevo, pues con la solemnidad de Santa María, madre de Dios, comenzamos el mes de enero.

Bendita puerta. A través de ella accedemos al Misterio y somos acogidos en el Hogar de Nazaret. Por eso se nos dice que los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. El nombre de la Virgen aparece en primer lugar. Encontrando a María encontrarás a José y a Jesús.

La encuentras recogida. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. ¿Qué meditaba? Adentrémonos a escondidas en ese corazón inmaculado.

Se llenaba de asombro al meditar que era madre de Dios. De niña la enseñaron a pedir a Dios el sustento, y estaba ella amamantando a Dios. Le hablaron del Dios que viste los campos, y estaba ella vistiendo a Dios. Nueve meses atrás dijo: Hágase en mí según tu palabra, y ahora tendría que enseñar a hablar a Dios.

¡Puerta del cielo, puerta del Misterio, puerta del año, ruega por nosotros!

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“Evangelio 2025

Guapa

guapísimaMe gusta el latín. ¿Sabes cómo se llama en latín a la Inmaculada? La «Tota Pulchra». Se traduce la Limpísima, la Purísima y la Guapísima; las tres traducciones sirven. A mí me fascina la última. Hay un canto litúrgico en España: «Tú eres toda hermosa, oh madre del Señor». Es un canto a la Inmaculada. Me encanta.

María es la Limpísima, porque su alma, liberada de la mancha original desde la concepción, jamás se contaminó con el pecado. Por eso es también la Purísima. Esa limpieza del alma se trasluce en la pureza de su corazón y de sus ojos. A quienes se encuentran ahogados en el cenagal de la lujuria les digo: «Si quieres dinero, buscas a un millonario. Si quieres pureza, busca a la Purísima; reza el rosario, acude a ella en los momentos de tentación, pídele la castidad como pide un enfermo la salud. No te la negará, pues ella tiene pureza a raudales».

Es muy especialmente su pureza la que la hace hermosa, la más hermosa de las mujeres. Porque su mirada es amorosa y cristalina, sus ojos son manantiales de agua limpia. Te quedas mirando esos ojos, y ves el cielo perfumado de mujer.

¡Guapa!

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“Misterios de Navidad

El culto que Dios quiere

Rezar no siempre es rendir culto. Cuando, desde nuestra pobreza, oramos para pedir favores al cielo, estamos implorando, pero no rendimos culto. Rendimos culto cuando, como en la santa Misa, nos ofrecemos a Dios. Cristo rindió en la Cruz el culto supremo al Padre, y a ese culto incorporamos nuestras ofrendas.

Cuando la Virgen, según nos cuenta la tradición, con apenas tres años de edad se presentó en el templo y se consagró a Dios, ofreció un culto limpísimo, que fue consumado en el Calvario, junto a la Cruz de su Hijo.

Volvamos de nuevo la mirada al santo sacrificio de la Misa. Allí se hace realmente presente la ofrenda del Gólgota; allí estamos, junto a la Virgen, al pie de la Cruz de Cristo. Y allí, sobre el altar, ofrecemos nuestro culto.

Ten presente a la Virgen durante la Misa. Y, al llegar el momento de la presentación de ofrendas, entrégale tu vida («te ofrezco en este día, alma, vida y corazón») para que ella la suba al altar. Así, cuando Cristo descienda a la patena y al cáliz, junto a la vida de su madre recogerá también la tuya, y ambos, junto a Él, quedaréis consagrados a Dios.

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Alabanza a la Virgen a dos voces

¿Cómo pensáis que recibió Jesús las palabras de aquella mujer de entre el gentío?

Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.

¿A quién no le gusta que piropeen a su madre? Ya supondréis que a Jesús le agradaron mucho aquellas alabanzas. Tanto le agradaron, que se sumó a la fiesta y, con palabras distintas, ensalzó también a su madre:

Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Te lo traduzco: «Mujer, tú ensalzas a la mujer que me dio a luz porque me llevó en su vientre y me amamantó a sus pechos. Y haces bien, porque ese cuerpo suyo ha quedado consagrado con la presencia del Hijo de Dios. Pero, con tus palabras, le estás diciendo a mi madre: “¡Qué suerte tienes!”. Yo le diré algo mejor: “¡Qué santa eres! Porque el haberme llevado en tu vientre y amamantado a tus pechos no es mérito tuyo. Pero el haber escuchado la palabra de Dios, el haberla conservado en tu corazón, y el haber empleado tu vida en dejar que se cumpla ha sido el acto de amor más hermoso y puro que jamás una criatura haya realizado sobre la tierra”».

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Rosarios bien rezados

Yo ya sé que lo normal, en el rosario, es distraerse. Y por eso le digo a mis feligreses que un rosario mal rezado vale infinitamente más que el que no se reza. A la Virgen le llegan, y le agradan, nuestros rosarios mal rezados… Pero no renunciéis a rezarlo bien. Más bien, pedídselo a ella, a María. Y pedídselo muchas veces, hasta que os lo conceda.

Porque un rosario bien rezado es una maravilla. Es un paseo por la vida de Cristo de la mano de su madre. Le rezas a ella, y ella te lleva a Jesús. Y te cuenta la vida de su Hijo como ningún evangelista te la ha sabido contar.

Entonces, como hacen los niños, mientras desgranas las avemarías, asaltas a la Virgen con mil preguntas: ¿Cómo te miraba el ángel Gabriel? ¿Cómo diste a luz a Jesús? ¿Cómo fue que se te perdió en el templo? ¿De qué hablabais mientras tú cocinabas y Él te contemplaba? ¿Te miraba mientras pendía de la Cruz? ¿Te dijo algo en secreto desde el Madero? ¿Cómo se te apareció en aquel domingo?

Y así, avemaría a avemaría, se te va el rosario en un vuelo… Y empiezas otro.

(0710)

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