Evangelio 2025

Fiestas de la Virgen – Espiritualidad digital

Nada sin ella. Simetrías y rimas de un poema divino

El Evangelio es un cuadro pintado por un Artista. Hay en él una armonía, un orden que escapa a cualquier genio humano. Fíjate, por ejemplo, en la perfecta simetría de su hechura.

Desciende el Verbo del cielo, y se oculta en el vientre de la Virgen. Volverá a entrar en el cielo desde un sepulcro cerrado. Sale Jesús del seno materno, y se inclina ante Él su madre para arroparlo. Antes de ser enterrado, esa misma madre se inclina para recibir en sus brazos el cuerpo muerto y desnudo del Hijo. Lo lleva la madre al Templo, y allí, de pie, junto al sacerdote, lo ofrece a Dios. Antes de morir, junto a la Cruz, la misma Virgen, de pie, ofrecerá al Padre el cuerpo del Hijo. Es una maravilla.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.

Ya te lo he descrito. Ahora lo presenta niño; en el Gólgota lo presentará crucificado. En esos dos momentos, en que el cuerpo del Hijo es presentado al Padre, quiso Jesús estar acompañado por María. Y, con Él, la Virgen nos presenta a nosotros en cada misa. Nada sin ella.

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La puerta de todos los silencios

A la Virgen la llamamos «Puerta». Puerta por la que Dios entró en la tierra. Puerta por la que entramos a la presencia de Jesús. Y puerta, también, del año nuevo, pues con la solemnidad de Santa María, madre de Dios, comenzamos el mes de enero.

Bendita puerta. A través de ella accedemos al Misterio y somos acogidos en el Hogar de Nazaret. Por eso se nos dice que los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. El nombre de la Virgen aparece en primer lugar. Encontrando a María encontrarás a José y a Jesús.

La encuentras recogida. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. ¿Qué meditaba? Adentrémonos a escondidas en ese corazón inmaculado.

Se llenaba de asombro al meditar que era madre de Dios. De niña la enseñaron a pedir a Dios el sustento, y estaba ella amamantando a Dios. Le hablaron del Dios que viste los campos, y estaba ella vistiendo a Dios. Nueve meses atrás dijo: Hágase en mí según tu palabra, y ahora tendría que enseñar a hablar a Dios.

¡Puerta del cielo, puerta del Misterio, puerta del año, ruega por nosotros!

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“Evangelio 2025

Guapa

guapísimaMe gusta el latín. ¿Sabes cómo se llama en latín a la Inmaculada? La «Tota Pulchra». Se traduce la Limpísima, la Purísima y la Guapísima; las tres traducciones sirven. A mí me fascina la última. Hay un canto litúrgico en España: «Tú eres toda hermosa, oh madre del Señor». Es un canto a la Inmaculada. Me encanta.

María es la Limpísima, porque su alma, liberada de la mancha original desde la concepción, jamás se contaminó con el pecado. Por eso es también la Purísima. Esa limpieza del alma se trasluce en la pureza de su corazón y de sus ojos. A quienes se encuentran ahogados en el cenagal de la lujuria les digo: «Si quieres dinero, buscas a un millonario. Si quieres pureza, busca a la Purísima; reza el rosario, acude a ella en los momentos de tentación, pídele la castidad como pide un enfermo la salud. No te la negará, pues ella tiene pureza a raudales».

Es muy especialmente su pureza la que la hace hermosa, la más hermosa de las mujeres. Porque su mirada es amorosa y cristalina, sus ojos son manantiales de agua limpia. Te quedas mirando esos ojos, y ves el cielo perfumado de mujer.

¡Guapa!

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“Misterios de Navidad

El culto que Dios quiere

Rezar no siempre es rendir culto. Cuando, desde nuestra pobreza, oramos para pedir favores al cielo, estamos implorando, pero no rendimos culto. Rendimos culto cuando, como en la santa Misa, nos ofrecemos a Dios. Cristo rindió en la Cruz el culto supremo al Padre, y a ese culto incorporamos nuestras ofrendas.

Cuando la Virgen, según nos cuenta la tradición, con apenas tres años de edad se presentó en el templo y se consagró a Dios, ofreció un culto limpísimo, que fue consumado en el Calvario, junto a la Cruz de su Hijo.

Volvamos de nuevo la mirada al santo sacrificio de la Misa. Allí se hace realmente presente la ofrenda del Gólgota; allí estamos, junto a la Virgen, al pie de la Cruz de Cristo. Y allí, sobre el altar, ofrecemos nuestro culto.

Ten presente a la Virgen durante la Misa. Y, al llegar el momento de la presentación de ofrendas, entrégale tu vida («te ofrezco en este día, alma, vida y corazón») para que ella la suba al altar. Así, cuando Cristo descienda a la patena y al cáliz, junto a la vida de su madre recogerá también la tuya, y ambos, junto a Él, quedaréis consagrados a Dios.

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Alabanza a la Virgen a dos voces

¿Cómo pensáis que recibió Jesús las palabras de aquella mujer de entre el gentío?

Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.

¿A quién no le gusta que piropeen a su madre? Ya supondréis que a Jesús le agradaron mucho aquellas alabanzas. Tanto le agradaron, que se sumó a la fiesta y, con palabras distintas, ensalzó también a su madre:

Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Te lo traduzco: «Mujer, tú ensalzas a la mujer que me dio a luz porque me llevó en su vientre y me amamantó a sus pechos. Y haces bien, porque ese cuerpo suyo ha quedado consagrado con la presencia del Hijo de Dios. Pero, con tus palabras, le estás diciendo a mi madre: “¡Qué suerte tienes!”. Yo le diré algo mejor: “¡Qué santa eres! Porque el haberme llevado en tu vientre y amamantado a tus pechos no es mérito tuyo. Pero el haber escuchado la palabra de Dios, el haberla conservado en tu corazón, y el haber empleado tu vida en dejar que se cumpla ha sido el acto de amor más hermoso y puro que jamás una criatura haya realizado sobre la tierra”».

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Rosarios bien rezados

Yo ya sé que lo normal, en el rosario, es distraerse. Y por eso le digo a mis feligreses que un rosario mal rezado vale infinitamente más que el que no se reza. A la Virgen le llegan, y le agradan, nuestros rosarios mal rezados… Pero no renunciéis a rezarlo bien. Más bien, pedídselo a ella, a María. Y pedídselo muchas veces, hasta que os lo conceda.

Porque un rosario bien rezado es una maravilla. Es un paseo por la vida de Cristo de la mano de su madre. Le rezas a ella, y ella te lleva a Jesús. Y te cuenta la vida de su Hijo como ningún evangelista te la ha sabido contar.

Entonces, como hacen los niños, mientras desgranas las avemarías, asaltas a la Virgen con mil preguntas: ¿Cómo te miraba el ángel Gabriel? ¿Cómo diste a luz a Jesús? ¿Cómo fue que se te perdió en el templo? ¿De qué hablabais mientras tú cocinabas y Él te contemplaba? ¿Te miraba mientras pendía de la Cruz? ¿Te dijo algo en secreto desde el Madero? ¿Cómo se te apareció en aquel domingo?

Y así, avemaría a avemaría, se te va el rosario en un vuelo… Y empiezas otro.

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Verdadera reina

Celebramos hoy a la Virgen como Reina de cielos y tierra. Ese reinado suyo está íntimamente ligado al reinado de Cristo, pero no es simple reflejo de ese reinado, al modo en que, en este mundo, los reyes y reinas consortes comparten título con los soberanos sin tener poder. Ella es, por deseo de su Hijo, auténtica soberana, y en muchos momentos lo ha demostrado.

Me centraré en Fátima. La corona de la Virgen de Fátima me tiene cautivado, lo confieso. María se muestra en Fátima como reina, poderosa y encantadora. ¿Por qué, si no, diría: «Al final, mi corazón inmaculado triunfará»? Son palabras de una soberana, de una reina que espera a manifestar su poder al momento oportuno.

Fue el 13 de mayo de 1981, festividad de la Virgen de Fátima, cuando la Reina, mostrándose superior a los ejércitos de las tinieblas, salvó la vida de san Juan Pablo II. La bala que lo atravesó está ahora engastada en la corona de la Señora.

También allí, en Fátima, está un fragmento del Muro de Berlín, como muestra de una acción propia de su poder real.

María es, desde luego, madre y esposa del Rey. Pero también es verdadera reina.

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