La redención del género humano tuvo su origen en una historia de amor. De amor del bueno. De Amor.
No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios. El agua mana limpia de los montes. Después, conforme va bajando por los ríos, va arrastrando arena y más tarde, si se estanca, se termina de ensuciar. María bebió del agua en su misma fuente, en lo alto del monte, en Dios mismo. La Virgen fue la amada de Dios. Y en su corazón inmaculado, como en un embalse preciosísimo, preservó limpio ese Amor. Beber amor de María es beber Amor de Dios con perfume de mujer.
Nosotros nos amamos, pero, entre nosotros, el amor llega muy lleno de impurezas. No hay que rechazarlo, hacemos lo que podemos, dejémonos querer. Pero no olvidemos que el amor brota limpio en lo alto del monte. Si se enturbia al paso de nuestros pobres corazones es a causa de la desobediencia, es decir, del pecado.
Por eso es limpia la fuente que mana del corazón inmaculado de la Virgen. Ella siempre obedeció, y su Hijo, Dios encarnado en sus entrañas, nos redimió obedeciendo. Aquí estoy para hacer tu voluntad (Sal 40, 8-9).
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