Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Fiestas de la Virgen – Página 2 – Espiritualidad digital

El culto que Dios quiere

Rezar no siempre es rendir culto. Cuando, desde nuestra pobreza, oramos para pedir favores al cielo, estamos implorando, pero no rendimos culto. Rendimos culto cuando, como en la santa Misa, nos ofrecemos a Dios. Cristo rindió en la Cruz el culto supremo al Padre, y a ese culto incorporamos nuestras ofrendas.

Cuando la Virgen, según nos cuenta la tradición, con apenas tres años de edad se presentó en el templo y se consagró a Dios, ofreció un culto limpísimo, que fue consumado en el Calvario, junto a la Cruz de su Hijo.

Volvamos de nuevo la mirada al santo sacrificio de la Misa. Allí se hace realmente presente la ofrenda del Gólgota; allí estamos, junto a la Virgen, al pie de la Cruz de Cristo. Y allí, sobre el altar, ofrecemos nuestro culto.

Ten presente a la Virgen durante la Misa. Y, al llegar el momento de la presentación de ofrendas, entrégale tu vida («te ofrezco en este día, alma, vida y corazón») para que ella la suba al altar. Así, cuando Cristo descienda a la patena y al cáliz, junto a la vida de su madre recogerá también la tuya, y ambos, junto a Él, quedaréis consagrados a Dios.

(2111)

Alabanza a la Virgen a dos voces

¿Cómo pensáis que recibió Jesús las palabras de aquella mujer de entre el gentío?

Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.

¿A quién no le gusta que piropeen a su madre? Ya supondréis que a Jesús le agradaron mucho aquellas alabanzas. Tanto le agradaron, que se sumó a la fiesta y, con palabras distintas, ensalzó también a su madre:

Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Te lo traduzco: «Mujer, tú ensalzas a la mujer que me dio a luz porque me llevó en su vientre y me amamantó a sus pechos. Y haces bien, porque ese cuerpo suyo ha quedado consagrado con la presencia del Hijo de Dios. Pero, con tus palabras, le estás diciendo a mi madre: “¡Qué suerte tienes!”. Yo le diré algo mejor: “¡Qué santa eres! Porque el haberme llevado en tu vientre y amamantado a tus pechos no es mérito tuyo. Pero el haber escuchado la palabra de Dios, el haberla conservado en tu corazón, y el haber empleado tu vida en dejar que se cumpla ha sido el acto de amor más hermoso y puro que jamás una criatura haya realizado sobre la tierra”».

(1210)

Rosarios bien rezados

Yo ya sé que lo normal, en el rosario, es distraerse. Y por eso le digo a mis feligreses que un rosario mal rezado vale infinitamente más que el que no se reza. A la Virgen le llegan, y le agradan, nuestros rosarios mal rezados… Pero no renunciéis a rezarlo bien. Más bien, pedídselo a ella, a María. Y pedídselo muchas veces, hasta que os lo conceda.

Porque un rosario bien rezado es una maravilla. Es un paseo por la vida de Cristo de la mano de su madre. Le rezas a ella, y ella te lleva a Jesús. Y te cuenta la vida de su Hijo como ningún evangelista te la ha sabido contar.

Entonces, como hacen los niños, mientras desgranas las avemarías, asaltas a la Virgen con mil preguntas: ¿Cómo te miraba el ángel Gabriel? ¿Cómo diste a luz a Jesús? ¿Cómo fue que se te perdió en el templo? ¿De qué hablabais mientras tú cocinabas y Él te contemplaba? ¿Te miraba mientras pendía de la Cruz? ¿Te dijo algo en secreto desde el Madero? ¿Cómo se te apareció en aquel domingo?

Y así, avemaría a avemaría, se te va el rosario en un vuelo… Y empiezas otro.

(0710)

Verdadera reina

Celebramos hoy a la Virgen como Reina de cielos y tierra. Ese reinado suyo está íntimamente ligado al reinado de Cristo, pero no es simple reflejo de ese reinado, al modo en que, en este mundo, los reyes y reinas consortes comparten título con los soberanos sin tener poder. Ella es, por deseo de su Hijo, auténtica soberana, y en muchos momentos lo ha demostrado.

Me centraré en Fátima. La corona de la Virgen de Fátima me tiene cautivado, lo confieso. María se muestra en Fátima como reina, poderosa y encantadora. ¿Por qué, si no, diría: «Al final, mi corazón inmaculado triunfará»? Son palabras de una soberana, de una reina que espera a manifestar su poder al momento oportuno.

Fue el 13 de mayo de 1981, festividad de la Virgen de Fátima, cuando la Reina, mostrándose superior a los ejércitos de las tinieblas, salvó la vida de san Juan Pablo II. La bala que lo atravesó está ahora engastada en la corona de la Señora.

También allí, en Fátima, está un fragmento del Muro de Berlín, como muestra de una acción propia de su poder real.

María es, desde luego, madre y esposa del Rey. Pero también es verdadera reina.

(2208)

No podía ser de otro modo

Dirás que la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos no ha sido relatada por los evangelios. Es verdad, pero la Iglesia desde los comienzos creyó en ella. La tradición oriental de la Dormición asegura que María murió, resucitó y fue llevada al cielo. La tradición occidental de la Asunción asegura que a la Virgen se le ahorró el trance de la muerte, y fue llevada al cielo al culminar su vida. La Iglesia, en el dogma de la Asunción, recoge lo que ambas tradiciones nos han legado: que la Madre de Dios fue llevada al cielo en cuerpo y alma.

Esa tradición viene de los primeros cristianos. Pero, también, de un piadoso sentido común, porque no podía ser de otro modo.

¿Cómo iba a ser pasto de gusanos el cuerpo inmaculado desde su concepción que jamás se desposó con el pecado, ni siquiera venial?

¿Cómo iba a sufrir la putrefacción el cuerpo que, durante nueve meses, fue sagrario del Verbo divino, o los pechos que alimentaron al Hijo de Dios?

¿Cómo iba a corromperse en la fetidez de la muerte la criatura más hermosa jamás creada por Dios?

Realmente, no podía ser de otro modo.

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