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Fiestas de la Virgen – Página 2 – Espiritualidad digital

Amor del bueno

La redención del género humano tuvo su origen en una historia de amor. De amor del bueno. De Amor.

No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios. El agua mana limpia de los montes. Después, conforme va bajando por los ríos, va arrastrando arena y más tarde, si se estanca, se termina de ensuciar. María bebió del agua en su misma fuente, en lo alto del monte, en Dios mismo. La Virgen fue la amada de Dios. Y en su corazón inmaculado, como en un embalse preciosísimo, preservó limpio ese Amor. Beber amor de María es beber Amor de Dios con perfume de mujer.

Nosotros nos amamos, pero, entre nosotros, el amor llega muy lleno de impurezas. No hay que rechazarlo, hacemos lo que podemos, dejémonos querer. Pero no olvidemos que el amor brota limpio en lo alto del monte. Si se enturbia al paso de nuestros pobres corazones es a causa de la desobediencia, es decir, del pecado.

Por eso es limpia la fuente que mana del corazón inmaculado de la Virgen. Ella siempre obedeció, y su Hijo, Dios encarnado en sus entrañas, nos redimió obedeciendo. Aquí estoy para hacer tu voluntad (Sal 40, 8-9).

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Grandeza y pequeñez de todo un Dios

En el año 431 tuvo lugar el Concilio de Éfeso, en el que se proclamó a María Madre de Dios. Fue la respuesta a la herejía de Nestorio, a quien le escandalizaba que una mujer pudiera alcanzar semejante dignidad.

Pero Nestorio se equivocaba en su escándalo. Lo realmente asombroso no es que una criatura hubiera resultado tan ensalzada, sino que Dios se haya abajado tantísimo por Amor.

La grandeza de Dios hace temblar. Su poder, por el que creó todo de la nada; la majestad con que abrió las aguas del Mar Rojo ante los hebreos; la voz divina que reventaba los tímpanos en el Sinaí… ¿Cómo podría un hombre acercarse a semejante grandeza sin caer fulminado? Nadie puede ver a Dios sin morir.

La pequeñez de Dios, sin embargo, hace llorar. Y así lloraba la Virgen, emocionada mientras conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Veía al Dios del Sinaí convertido en niño y temblando de frío, entregado a sus brazos en busca de cariño y protección. Lo ves tú, lo veo yo, humillado en la Hostia y entregado a nosotros en alimento. ¡Pero cómo, Dios mío, has podido caer tan bajo! ¿Tanto nos amas? ¿Y no lloramos?

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“Evangelio

La más libre de las mujeres

guapísima¿Pudo la Virgen decir «no» a la embajada del arcángel? Por supuesto, pudo decir «no». Y, si hubiera dicho «no», hubiera pecado, porque pecar es decir «no» a Dios. Pero, si no hubiera podido decir «no», su «sí» no hubiese sido un acto de amor. Sólo quien es libre puede amar.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Parece que «esclava» fuera lo opuesto a «libre». Sin embargo, la mayor libertad consiste en entregarse por completo al Amor. La Inmaculada concepción de la Virgen fue un don del cielo. Pero, una vez llegada al uso de razón, María tuvo que ejercer su libertad para evitar el pecado una y otra vez, como nosotros. Y en todos sus actos dijo «sí».

Fue perseguida por la serpiente desde el inicio. Le arrojó encima las insidias de Herodes, le hizo sentir angustia cuando Jesús se perdió, la cubrió de tinieblas junto a la Cruz y tuvo su corazón en prensa durante el Sábado. Pero, a través de todas estas pruebas, María conservó intacto el «sí» que Dios puso en su alma cuando la creó.

Míranos, madre, a quienes podemos decir «no», y concédenos renovar nuestro «sí» cada mañana.

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Conságrate a la Consagrada

La Presentación de María en el templo es una consagración en toda regla. Ella, aún niña, según narra la tradición, se postra ante Yahweh y convierte en ofrenda de amor lo que recibió como don del Cielo. Toda aquella plenitud de gracia, todas las virtudes con que Dios la bendijo, se las entrega a quien se las dio. Y así queda consagrada, convertida en propiedad del Altísimo, en esclava del Señor.

El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre. Quien se ha consagrado a Dios no puede hacer sino su voluntad, porque ambas voluntades son ya una.

Hoy te animo a que te consagres a la Virgen. Es la manera más dulce de renovar esa consagración a Dios que es tu bautismo. Basta con que reces, cada mañana, esta oración:

«Oh señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti. En prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén».

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Tiempos convulsos

¡Qué bien pueden aplicarse a la Historia de nuestra patria aquellas palabras del Señor!:

Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Porque en España se ha escuchado y se ha cumplido mucho la palabra de Dios. Ni siete siglos de dominación musulmana lograron extinguir esa semilla sembrada en los corazones de los hispanos. Y se cumplió y floreció hasta tal punto que se extendió más allá del Océano y se propagó por toda América. Ningún país ha dado más alegrías a la Iglesia que España.

Pero vivimos tiempos convulsos, y los relatos de conveniencia quieren suplir a la Historia. No importa que sean mentira, si son voceados y aceptados sin respuesta. Quienes difundieron el Evangelio de Cristo son ahora los tatarabuelos del fascismo. Y deben pedir perdón a los apóstoles de los nuevos evangelios: el lenguaje inclusivo, el transgénero, el feminismo, el animalismo, el veganismo, el homosexualismo, el aborto, la eutanasia… Quienes acusan a la Iglesia de arrasar las culturas indígenas pretenden arrasar el cristianismo y poner en su lugar las nuevas doctrinas.

La misma Virgen del Pilar que animó a Santiago nos anima hoy a nosotros. Urge una nueva evangelización de España y desde España.

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La santidad por contagio

«Me voy a arrimar a usted, a ver si se me pega algo»… Qué horror. Me lo dijo una señora, durante un viaje en autobús que hacíamos con la parroquia, mientras ocupaba el sitio pegado al mío. Y yo que quería rezar las Laudes durante el viaje… En todo caso, la señora consiguió lo que quería. Salió del autobús con olor a tabaco, que es a lo que huelo yo, incluso mientras no fumo. Pero no sé si le compensó la maniobra.

Tenía razón, de todas formas, aquella buena mujer. El arrimarse provoca el contagio. Y quien se arrima a lo bueno, algo bueno se lleva. Quien a la Virgen se arrima, su perfume se le pega. La Virgen huele a Dios, está impregnada del buen olor de Cristo.

Eso es el rezo diario del Rosario: un arrimarse a la Virgen día tras día. Quien así lo hace termina por parecerse a ella en la humildad, la alegría, la obediencia, la pureza… Creo que el mejor camino hacia la santidad es el contagio.

A quien no reza nunca el Rosario le parece imposible rezarlo todos los días. Y quienes llevamos muchos años rezándolo a diario ya no lo podemos dejar.

(0710)

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