La Resurrección del Señor

Fiestas de la Virgen – Página 2 – Espiritualidad digital

La que quiso amar como era amada

La fiesta de hoy tiene su origen en una escena del protoevangelio de Santiago, un evangelio apócrifo del siglo II muy querido por la Iglesia. Allí se cuenta que María, con tres años de edad, subió las gradas del templo de Jerusalén y se consagró a Dios.

¿Es histórico el relato? No necesariamente. Pero nos ayuda a entender las palabras de la Virgen al arcángel cuando supo que iba a ser la madre del Mesías: ¿Cómo será esto, pues no conozco varón? (Lc 1, 34). Ya sabéis que, en la Escritura, el «conocimiento» entre el varón y la mujer va referido a la relación carnal. Y que, según eso, la Virgen estaba manifestando un propósito, un voto de virginidad insólito en el Israel de aquellos tiempos, porque la virginidad, asociada a la esterilidad, se consideraba maldición para la mujer.

Y aquí es donde viene en nuestra ayuda el protoevangelio de Santiago. Esa escena, sea histórica o no, nos dice que María experimentó, desde muy niña, el Amor de Dios como un amor esponsal y celoso, y decidió entregarse a Él en cuerpo y alma. Así aprendemos que sólo amaremos a Dios perdidamente si conocemos primero cómo nos ha amado Él.

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Apóyate en mí

¡Qué preciosa alabanza, la que brotó de aquella mujer de entre el gentío!: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Es todo un canto a la Encarnación del Verbo y a la maternidad divina de María. Bendito vientre, benditos pechos, porque de ese cuerpo tomó cuerpo el Verbo divino. La carne que comulgamos cada día ha salido de ese vientre.

Y hoy, fiesta de la Virgen del Pilar, la contemplamos como la contempló el apóstol Santiago: subida a la columna, apoyada en la Roca. Esa pequeña imagen venerada en Zaragoza nos habla de la Virgen como la mujer fuerte a la que ensalzan las Escrituras. Su fuerza no viene de ella misma, sino del hecho de estar apoyada en Dios. Ella, María, es la casa edificada sobre la Roca.

Le dice al apóstol, y nos dice a nosotros, con su presencia sobre el Pilar: «No temas, apóyate en mí, que yo estoy firmemente apoyada en Él. Si te apoyas en mí, no caerás».

Un rosario, una mirada cariñosa a una imagen de la Señora, una jaculatoria tomada de las letanías lauretanas, el Ángelus rezado con pausa a mediodía, tres avemarías antes de dormir… ¡Bien apoyado!

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La dulce cadena que nos ata a la Virgen

Las modernas apariciones de Lourdes y Fátima están llenas de anécdotas relativas al santo Rosario. La Virgen parece empeñada en que lo recemos, y en que sepamos que le agradan nuestros rosarios. Cuando Bernardita, ante la Señora que se le aparecía en la gruta de Masabielle, intentaba pasar las cuentas de su rosario, no podía hacerlo si no las movía a la vez que la Virgen. Es gracioso, la Virgen pasaba las cuentas, pero era la niña quien rezaba; no iba la Virgen a rezarse a sí misma. Así sabíamos que ella lleva cuenta de nuestras avemarías. En Fátima, el pequeño Francisco había inventado un rosario «abreviado»: «Dios te salve María, Dios te salve María, Dios te salve María»… ¡Hala, así diez veces y un misterio! Y cuando Lucía pregunta a la Señora si Francisco iría al cielo, ella responde: «Sí, pero debe rezar bien sus rosarios». Era una humorada, un guiño de madre.

En todo caso, déjame decirte que un rosario mal rezado vale infinitamente más que el rosario que no se reza. Y un rosario bien rezado, contemplando los misterios, es oro.

Aunque lo reces mal, rézalo todos los días. Pero haz todo lo posible por rezarlo bien.

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Una intimidad de tres

Cuando te adentras en la meditación de la Pasión de Cristo, nada más cruzar la puerta te ves acogido en una intimidad de tres: Jesús, María y tú. No es que sobren Juan, María Magdalena y las demás mujeres; es que se convierten en espacio, y tú ocupas ese espacio. Por eso, su protagonismo se disuelve. Y estáis a solas los tres en medio de la noche.

Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre. Al tiempo que eres atraído a la intimidad con el Cordero, también eres creado como hijo de su madre. Y entiendes que no puedes adentrarte en ese misterio de dolor si no estás sostenido por los brazos de esa madre. Quizá me equivoque, pido perdón si es así, pero de corazón creo que la meditación de la Pasión de Cristo, sin la presencia de María junto a la Cruz, sería imposible para la sensibilidad humana. Ese abismo de dolor, sin el bálsamo de ternura de la Virgen, nos destruiría por dentro.

Porque, en la noche terrible del Calvario, Cristo está convirtiendo la Cruz en el centro del Cosmos y de la Historia. Pero la presencia de la madre convierte el Calvario en hogar.

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La Virgen no cumple años

natividad de MaríaA ver, que no es así. Que no es el cumpleaños de la Virgen. Ya sé que yo mismo, llevado por la emoción, también lo escribí así hace tres años, lo he comprobado, pero me equivoqué. No es el cumpleaños de la Virgen, porque la Virgen ya no cumple años. Pobrecita, si cumpliera años tendría cerca de dos mil… Pero no los tiene. La Virgen es eternamente joven y hermosa en el cielo. Y no cumple años. Punto.

Pero claro, aquí los cumplimos. Cuando eres joven, te montan la fiesta porque te alegra ser más mayor. Y a partir de determinada edad, te montan la fiesta para consolarte por lo viejo que eres. Y vienen los amigos con regalos, y te ponen las velas en la tarta… es casi un culto religioso, una paraliturgia del soplido.

En todo caso, y aunque la Virgen no cumpla años, el rito nos vale para esta fiesta de su Natividad. Ella celebra junto a nosotros su nacimiento, y lo hace en la Cena de su Hijo, en el altar. Allí acudiremos hoy con el mejor regalo que tenemos: nuestras vidas, nuestros corazones enamorados. Y le cantaremos: «Toma, Virgen pura, nuestros corazones».

¡Feliz… Natividad, madre!

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