Hace tiempo que, debido a unas obras en la parroquia, estuve viviendo, durante año y medio, en un convento poblado por cien benditas religiosas con quienes tengo una inmensa deuda de gratitud. Entonces creí entender el ciento por uno:
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Y yo, que había dejado a mi madre para abrazar el sacerdocio, de repente me vi rodeado de cien madres, todas preocupadas por mi alimentación, por mi salud, por si cogía frío… Era –lo diré así– abrumador. Finalizadas las obras, volví a la parroquia, y aquí también tengo cien madres: señoras piadosas que quieren al sacerdote y lo cubren de tuppers con alubias, lentejas, garbanzos, jamón, empanadas… Sigue siendo abrumador. ¿Quién dijo que madre no hay más que una? Ningún párroco, seguro.
En todo caso, el ciento por uno es otra cosa, aunque mis cien madres sean parte de ella. El ciento por uno consiste en que, cuando vives con Cristo, disfrutas cien veces más las cosas normales de la vida. Un paseo, una película, una canción, una cena con amigos… ¡Da gusto vivir con Cristo!
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