Una intimidad de tres

Cuando te adentras en la meditación de la Pasión de Cristo, nada más cruzar la puerta te ves acogido en una intimidad de tres: Jesús, María y tú. No es que sobren Juan, María Magdalena y las demás mujeres; es que se convierten en espacio, y tú ocupas ese espacio. Por eso, su protagonismo se disuelve. Y estáis a solas los tres en medio de la noche.

Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre. Al tiempo que eres atraído a la intimidad con el Cordero, también eres creado como hijo de su madre. Y entiendes que no puedes adentrarte en ese misterio de dolor si no estás sostenido por los brazos de esa madre. Quizá me equivoque, pido perdón si es así, pero de corazón creo que la meditación de la Pasión de Cristo, sin la presencia de María junto a la Cruz, sería imposible para la sensibilidad humana. Ese abismo de dolor, sin el bálsamo de ternura de la Virgen, nos destruiría por dentro.

Porque, en la noche terrible del Calvario, Cristo está convirtiendo la Cruz en el centro del Cosmos y de la Historia. Pero la presencia de la madre convierte el Calvario en hogar.

(1509)