La Resurrección del Señor

Fiestas de los santos – Página 3 – Espiritualidad digital

Quien llega tarde se queda fuera

Un compañero mío, hace algunos años, se hartó de que más de la mitad los feligreses llegaran, de manera habitual, tarde a misa. Entonces decidió cerrar la iglesia con llave al empezar la celebración, y dejar fuera a todo el que llegara tarde. Fue tal el motín que le montaron, que tuvo que dar marcha atrás de su decisión en menos de una semana. Personalmente, creo que fue una decisión –digámoslo así– arriesgada. Si yo hago eso, me cuelgan del campanario.

Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

Una cosa es la teología, y otra la política. Mi amigo adoptó la política equivocada, pero, en términos teológicos, tenía razón. Quien llega tarde se queda fuera, no termina de entrar en el santo Sacrificio. Entre otras cosas, porque llega deprisa, pensando en mil cosas, y cuando quiere recogerse ya estamos en el «Ite, missa est».

A misa hay que llegar pronto, preparar la lámpara, recogerse… Y entonces, cuando la misa comienza, una puerta –no la del templo– se cierra, y quedas a solas con el Señor.

Políticas aparte, haz todo lo posible por llegar a misa antes de que comience la celebración.

(0908)

Un amor más fuerte que la muerte

En uno de sus pasajes más poéticos, dice el Cantar de los Cantares: Es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos (Ct 8, 6-7).

En la Escritura hay mujeres así, cuyo amor salta sobre la barrera de la muerte y sigue su camino hacia lo eterno. Marta ha enterrado a su hermano hace cuatro días y, sin embargo, no lo da por perdido: Aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Sigue viva en ella, junto al amor, la esperanza; y, junto a la esperanza, la fe: Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Y Cristo no puede resistirse ante quien se acerca a Él con las tres lámparas encendidas: Tu hermano resucitará.

Muchos creemos que María de Betania es la propia María Magdalena. También ella, en la mañana del domingo, seguirá amando con amor ardiente al Cristo a quien cree muerto. Ese amor la hará merecedora de ver su rostro antes que nadie.

Benditas mujeres, cuyo amor es más fuerte que la muerte.

(2907)

¡Cuánto les hubiera gustado!

Joaquín y Ana¡Qué bien se cumplen, en Joaquín y Ana, las palabras del Señor!

Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron.

Ellos fueron los primeros en ver, con sus ojos, a la Virgen María, a quien tantos profetas y justos desearon ver.

¡Cuánto le hubiera gustado a Eva poder ver a la mujer que aplastaría, con su talón, la cabeza de la serpiente que la sedujo a ella!

¡Cuánto le hubiera gustado a Sara, la madre de Isaac, el hijo de la promesa, ver a la madre del Hijo prometido, el que ocuparía el lugar de Isaac en el sacrificio ofrecido sobre el Monte!

¡Cuánto le hubiera gustado a Ana, la madre de Samuel, ver a la madre del Rey que recibiría el cetro entregado por Samuel a David!

¡Cuánto le hubiera gustado a Ester, la reina que salvó al pueblo con su intercesión, conocer a la reina del cielos y tierra, que intercede ante su Hijo por todos los hombres!

¡Cuánto le hubiera gustado a la reina de quien estaba escrito: Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones (Sal 44, 18) conocer a la reina a quien todas las generaciones proclamamos bienaventurada!

(2607)

El tremendo poder de los santos

No era fácil entender a un Mesías que había venido a poner el mundo «patas arriba». Literalmente. Tampoco es fácil hoy. Hasta que Cristo llegó, el mundo era de los grandes, de los que ocupan el vértice de la pirámide del poder. En ese vértice se habían sentado David y Salomón, y allí tenían guardado el trono reservado al Mesías. Por eso no es extraña la petición de la madre de los Zebedeos:

– Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

– No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

Tardaron mucho en comprender que, en adelante, no serían los poderosos quienes redimieran la tierra, sino los pequeños, los despreciados, los mártires, los santos.

Nos sucede como a ellos. Seguimos pensando que el mundo es de los fuertes, de los que están arriba. Culpamos a los políticos y las élites de todos los males, y acabamos pecando con un odio injustificado y estúpido.

Deberíamos haber aprendido que el mundo no se redime mandando, sino sirviendo. Y el cáliz del Señor lo tenemos todos muy a mano. Si aceptáramos beberlo, nosotros renovaríamos la tierra.

(2507)

La mujer eucarística

Si yo pudiera, nombraría a María Magdalena patrona de todas las sacristanas que, en nuestras parroquias, preparan los altares, limpian los ornamentos y tienen siempre a mano el purificador más limpio para el santo Sacrificio. Porque María Magdalena es una mujer profundamente eucarística, adoradora de ese cuerpo que ella ungió y al que quiso abrazarse cuando lo vio resucitado. Ese diálogo entre la santa y Jesús junto al sepulcro desprende brillos de Eucaristía.

Dime dónde lo has puesto… Así los ojos, clavados en la Hostia, gritan a las sagradas especies, apariencia de pan. «Sé que tienes guardado a mi Amor, dime dónde lo has puesto».

María… Así, como a ella, te llama Jesús por tu nombre desde la Hostia, cuando el sacerdote la eleva tras la consagración.

No me retengas… Lo has devorado, y quisieras abrazarlo y retenerlo para que no se escape, pero Él, una vez más, pasados unos minutos, se te escurre y tendrás que esperar hasta la misa siguiente para abrazarlo de nuevo.

De tu cuerpo se marcha, pero en tu alma se queda. Ve a mis hermanos… Y tú vuelves de misa lleno de Cristo, mientras tu rostro, resplandeciente de alegría, grita: He visto al Señor.

(2207)

Las gracias… a Dios

Unos novios me pedían, en cierta ocasión, una boda «de película». Querían que dijese cosas como «os declaro marido y mujer» y «puede besar a la novia». Cuando les respondí que me ceñiría al ritual, protestaron: «¡Encima que venimos a casarnos por la Iglesia, usted nos lo pone difícil!». Estaban convencidos de que yo tenía que agradecerles que recibieran el sacramento. Y la alfombra se la pongo, pero las gracias… a Dios. Claro, así luego dejan esos donativos tan birriosos. Un día nos pedirán que les paguemos la cena.

Pero no es un caso aislado, aunque sea estrambótico. Hay quien piensa que, cuando viene a Misa, el Señor le dice: «Gracias por venir», como si le estuviera haciendo un favor a Dios. ¡Qué pena!

Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Ese «por mí» no significa «para hacerme un favor a mí». Significa «por mi Amor», por conocerme y amarme, que es por lo que los santos han entregado la vida.

Está muy bien expresado en la oración Colecta de esta fiesta de san Benito: «Prefiriendo tu amor a todas las cosas».

(1107)

Una y no más

Hace poco discutía con un amigo sobre lo absurdo de identificar perdón con olvido. Ni creo que Dios olvide mis pecados, ni puedo olvidarlos yo, salvo que padezca un deterioro cognitivo que no deseo padecer. El secreto del perdón no está en el olvido, sino en la reconciliación con el pasado. Ahora bien: ¿puede uno reconciliarse con un mal absoluto como es el pecado sin dejar de repudiarlo?

La Iglesia lo hace. Y, en Pascua, grita: «Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo». No se alegra del pecado, sino de los bienes que Dios nos ha otorgado con ocasión de esa desgracia.

Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Tomás pecó de incredulidad. Y Cristo, tomando ocasión en ese pecado, nos mostró a todos, no sólo a él, su cuerpo abierto, y sus llagas como puertas que invitan al hombre a entrar en intimidad de Amor con Él.

«Feliz la culpa que mereció tal redención». Pero, en cuanto al pecado… Una y no más, santo Tomás.

(0307)

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