La Resurrección del Señor

Fiestas de los santos – Página 4 – Espiritualidad digital

El tremendo poder de los santos

No era fácil entender a un Mesías que había venido a poner el mundo «patas arriba». Literalmente. Tampoco es fácil hoy. Hasta que Cristo llegó, el mundo era de los grandes, de los que ocupan el vértice de la pirámide del poder. En ese vértice se habían sentado David y Salomón, y allí tenían guardado el trono reservado al Mesías. Por eso no es extraña la petición de la madre de los Zebedeos:

– Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

– No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

Tardaron mucho en comprender que, en adelante, no serían los poderosos quienes redimieran la tierra, sino los pequeños, los despreciados, los mártires, los santos.

Nos sucede como a ellos. Seguimos pensando que el mundo es de los fuertes, de los que están arriba. Culpamos a los políticos y las élites de todos los males, y acabamos pecando con un odio injustificado y estúpido.

Deberíamos haber aprendido que el mundo no se redime mandando, sino sirviendo. Y el cáliz del Señor lo tenemos todos muy a mano. Si aceptáramos beberlo, nosotros renovaríamos la tierra.

(2507)

La mujer eucarística

Si yo pudiera, nombraría a María Magdalena patrona de todas las sacristanas que, en nuestras parroquias, preparan los altares, limpian los ornamentos y tienen siempre a mano el purificador más limpio para el santo Sacrificio. Porque María Magdalena es una mujer profundamente eucarística, adoradora de ese cuerpo que ella ungió y al que quiso abrazarse cuando lo vio resucitado. Ese diálogo entre la santa y Jesús junto al sepulcro desprende brillos de Eucaristía.

Dime dónde lo has puesto… Así los ojos, clavados en la Hostia, gritan a las sagradas especies, apariencia de pan. «Sé que tienes guardado a mi Amor, dime dónde lo has puesto».

María… Así, como a ella, te llama Jesús por tu nombre desde la Hostia, cuando el sacerdote la eleva tras la consagración.

No me retengas… Lo has devorado, y quisieras abrazarlo y retenerlo para que no se escape, pero Él, una vez más, pasados unos minutos, se te escurre y tendrás que esperar hasta la misa siguiente para abrazarlo de nuevo.

De tu cuerpo se marcha, pero en tu alma se queda. Ve a mis hermanos… Y tú vuelves de misa lleno de Cristo, mientras tu rostro, resplandeciente de alegría, grita: He visto al Señor.

(2207)

Las gracias… a Dios

Unos novios me pedían, en cierta ocasión, una boda «de película». Querían que dijese cosas como «os declaro marido y mujer» y «puede besar a la novia». Cuando les respondí que me ceñiría al ritual, protestaron: «¡Encima que venimos a casarnos por la Iglesia, usted nos lo pone difícil!». Estaban convencidos de que yo tenía que agradecerles que recibieran el sacramento. Y la alfombra se la pongo, pero las gracias… a Dios. Claro, así luego dejan esos donativos tan birriosos. Un día nos pedirán que les paguemos la cena.

Pero no es un caso aislado, aunque sea estrambótico. Hay quien piensa que, cuando viene a Misa, el Señor le dice: «Gracias por venir», como si le estuviera haciendo un favor a Dios. ¡Qué pena!

Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Ese «por mí» no significa «para hacerme un favor a mí». Significa «por mi Amor», por conocerme y amarme, que es por lo que los santos han entregado la vida.

Está muy bien expresado en la oración Colecta de esta fiesta de san Benito: «Prefiriendo tu amor a todas las cosas».

(1107)

Una y no más

Hace poco discutía con un amigo sobre lo absurdo de identificar perdón con olvido. Ni creo que Dios olvide mis pecados, ni puedo olvidarlos yo, salvo que padezca un deterioro cognitivo que no deseo padecer. El secreto del perdón no está en el olvido, sino en la reconciliación con el pasado. Ahora bien: ¿puede uno reconciliarse con un mal absoluto como es el pecado sin dejar de repudiarlo?

La Iglesia lo hace. Y, en Pascua, grita: «Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo». No se alegra del pecado, sino de los bienes que Dios nos ha otorgado con ocasión de esa desgracia.

Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Tomás pecó de incredulidad. Y Cristo, tomando ocasión en ese pecado, nos mostró a todos, no sólo a él, su cuerpo abierto, y sus llagas como puertas que invitan al hombre a entrar en intimidad de Amor con Él.

«Feliz la culpa que mereció tal redención». Pero, en cuanto al pecado… Una y no más, santo Tomás.

(0307)

Consumidos por el Fuego

Cuando Pedro exclamó: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, no sabía lo que decía. Al menos, no en toda su profundidad. A lo largo de los siglos, la Iglesia, asistida por el Espíritu, ha ido profundizando en las Escrituras y extrayendo sabiduría de ese manantial. Ni Pedro ni Pablo habían leído a santa Teresa, ni a santo Tomás. Sin embargo, ellos habían tocado el Misterio. Y, arrollados por la fuerza impresionante de aquella primera detonación, se consumieron en el anuncio del Evangelio hasta dar la vida.

Nosotros hemos leído a santo Tomás. Sabemos más que ellos… pero nos hemos sentado. Nos falta celo, nos falta pasión, nos falta fe. Desde que nos hicimos ricos, mucha gente acude al templo a relajarse, no a encenderse. A algunos no les gusta que la predicación los alborote, por qué gritará ese cura, qué le pasa.

Me he acordado de san Francisco Javier, cuando decía que quisiera ir a La Sorbona y sacar de allí a tantos estudiosos para que anunciaran el Evangelio a los pobres. Así imagino a Pedro y Pablo: entrando en nuestros templos y alborotando a los cristianos para que se levanten y alumbren de nuevo el mundo.

(2906)

«Dios es favorable»

En gran parte de los casos, desgraciadamente, hoy los nombres no significan nada. Antes los nombres venían del cielo, porque los padres los tomaban del santoral para sus hijos. Pero ahora está de moda sacar el nombre del cine o de la imaginación, como se hace con las mascotas. Y uno acaba bautizando a niños sin poder invocar a ningún santo homónimo que los proteja. ¡Si al menos ellos fueran santos, podrían proteger a las Lúas, Anaís y Yésicas que vinieran detrás!

Juan es su nombre. ¡Bien dicho, Zacarías, o, mejor, bien escrito! Porque el nombre de Juan vino del cielo, y significa «Dios es favorable», es decir, Dios no está enfadado. Y es que Juan marca ese momento de gracia en que la antigua alianza da paso a la nueva. La hora de Juan hace estremecer a la Historia. Todos los profetas anunciaron a Cristo, pero el hijo de Zacarías lo tocó. Por eso su profecía, desde el seno materno, es alborozada y precipitada; por eso muere con prisa, agotando en su martirio esa voz que señalaba al Verbo.

Toda la vida de Juan se resume en una palabra: Cristo. Si hubiera que resumir la tuya, ¿qué palabra usarías?

(2406)

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