La Resurrección del Señor

abril 2024 – Espiritualidad digital

Sumergido en Dios

Imagina una tormenta en el Océano. Las aguas de la superficie se encrespan, las olas se levantan enfurecidas buscando las nubes, los vientos se desatan y a los hombres que navegan los devora la angustia. Si pudieras lanzarte al agua y sumergirte hasta las profundidades abisales, en lo profundo descubrirías silencio y aguas calmadas; nada que ver con el alboroto de la superficie.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón. El mundo vive en la superficie. La paz que anhela es un momento de calma entre tormenta y tormenta. «¡Qué bien estoy aquí!», se dice el ingenuo cuando, tras la jornada de trabajo, ha llegado a casa y se recuesta en el sillón mientras abre una cerveza. Diez minutos después, una llamada de teléfono con un aviso urgente lo ha levantado y sacado a la calle.

El alma en gracia vive sumergida en Dios, en aguas profundas, saboreando la paz de Cristo. Y, aunque por fuera se mueve al ritmo de las olas, como los demás, su ancla está fuertemente clavada en la Roca. Tiene vida espiritual. Por eso su paz es inalterable.

(TP05M)

La fe de los sencillos

Quienes se exprimen las meninges intentando desentrañar los misterios de la Fe no consiguen más que un dolor de cabeza. Pensar es bueno, razonar es saludable; nada de cuanto nos anuncia la Fe contradice a la razón. Pero a las verdades más sublimes de Dios no se llega escalando los arduos escalones del razonamiento, sino descendiendo por esos dulces peldaños de la sencillez que conducen a la contemplación.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Un niño que ve el mar por primera vez y se queda boquiabierto ante su grandeza ¿ha llegado a la playa mediante silogismos, o ha sido llevado por su padre mientras él dormía en el asiento trasero del coche? Su asombro ¿es fruto de una cansina actividad mental, o es, simplemente, el éxtasis de quien se siente pequeño ante una belleza inabarcable?

Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Creo haberlo escrito hace poco. Si quieres conocer al Padre, déjate abrazar por el Hijo y, desde ese palco, deja escapar un balbuceo: «Abbá».

(2904)

Sarmiento de Cristo

En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios, san Pablo emplea, para referirse a la unidad entre Cristo y la Iglesia, el símil del cuerpo y sus miembros. Pero esta imagen está inspirada en la alegoría de la vid y los sarmientos, pronunciada por el propio Jesús: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

Una misma vida corre por la cabeza y el cuerpo, y una misma savia corre por la vid y los sarmientos. Cabeza y cuerpo son uno; vid y sarmientos son uno; Cristo y el cristiano en gracia son uno.

Esa gracia la recibiste en el Bautismo, la puedes perder por el pecado, y la recuperas por la Penitencia. Quien ora habitualmente en gracia de Dios puede decir, con el Apóstol: Es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Poco a poco, si se evita el pecado mortal, la vida de Cristo se va apoderando del cristiano, y los sentimientos de Cristo van poblando su corazón.

¿Ama Cristo a esta persona? La amo yo. ¿Perdona Cristo a este pecador? Lo perdono yo. ¿Le alegra a Cristo esta noticia? Me alegra a mí. ¿Llora Cristo ante esta desgracia? Lloro yo. Soy sarmiento de Cristo.

(TPB05)

Conocer al Padre es decir «Abbá»

No es difícil entender a Felipe. Tres años ha pasado Jesús hablando de su Padre y, ahora que se está despidiendo de los suyos, se comprende bien la petición del apóstol:

Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

«No has parado de hablar de Él, ¿y te irás sin mostrarnos su rostro?». Quizá cualquiera de nosotros hubiéramos pedido lo mismo. Sin embargo… ¿qué esperaba Felipe, que Jesús chascase los dedos y, de repente, apareciera entre ellos un anciano barbiblanco?

Es que no es eso. Conocer al Padre es decir «Abbá», y decirlo desde Cristo, como gime un niño, para descansar en Él.

Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad (Jn 4, 24). A la Primera Persona la adoramos en la Tercera (el Espíritu) y por Segunda (puesto que Cristo es la Verdad).

Te lo explicaré de otra manera: El Espíritu, por la gracia infundida en tu alma a través del Bautismo y la Penitencia, te hace uno con Cristo, que es la Verdad. Y es ese Espíritu quien clama dentro de ti: «¡Abbá! ¡Padre!»

¿Quieres conocer al Padre? Déjate invadir por Cristo, déjate consagrar por su Espíritu, y reza en gracia el Padrenuestro.

(TP04S)

Transversal rima con sal

¡Qué bien traído está el pasaje evangélico que ilustra la fiesta de san Isidoro! Imposible escoger uno mejor:

Vosotros sois la sal de la tierra.

Porque, en aquellos siglos VI-VII de la España visigoda, san Isidoro sazonó con la sal del cristianismo todos los saberes humanos. No hubo ciencia que no tratase en sus escritos y, en ellos, hizo del cristianismo, usando una palabra tan de moda hoy, algo «transversal». Rima con sal.

¡Benditos tiempos! Hoy, en Occidente, la transversalidad del cristianismo ha dejado de captarse. La sal apenas sale del salero. En saleros –poco salerosos– se han convertido parroquias y familias. Allí se alaba a Dios, pero de allí no sale al mundo el nombre de Cristo.

Y es que son muchos los católicos que viven en guetos construidos por ellos mismos para protegerse del mundo. Y buscan ambientes católicos, webs católicas, políticos católicos, cine católico, medios de comunicación católicos… Todo tiene que llevar la marca. Que no se me ofendan los celíacos, pero parece que hubiéramos contraído una especie de celiaquía que nos llevara a buscar productos «sin mundo», especiales para católicos. Los celíacos saben lo caro que sale eso. Caro para nosotros, y carísimo para el mundo.

(2604)

No callemos a Cristo

Si nuestra pretensión, como cristianos, consistiera en salvar el alma, tendrían razón quienes nos dicen que la religión pertenece a la esfera íntima y privada de cada persona. Yo rezo, procuro salvar mi alma, y los demás que se apañen como puedan o, si lo prefieren, que se vayan al infierno; allá ellos.

Pero nuestra pretensión, como cristianos, no queda reducida a la salvación del alma. Nuestro propósito es inmenso, inconmensurable, tan amplio como el horizonte. Pretendemos que todos los hombres crean en Cristo, que todas las almas se salven, que Jesús sea amado y adorado en los confines de la tierra. ¡Ahí es nada!

Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. Por eso nadie puede callarnos, aunque se burlen, aunque nos persigan, aunque nos maten. Y si, por respetos humanos, por vergüenza, o por ese aburguesamiento que nos lleva a no querer salir de nuestra «zona de confort» callamos, privamos al mundo de la luz y pecamos contra Cristo.

Permite que te lo repita: tu fe no es asunto tuyo, no es materia privada. Nuestra fe es expansiva como los rayos del sol. Y, si no eres fiel a ese espíritu, no eres cristiano.

(2504)

La alegoría del buen Pastor, en lo concreto

Imagina que llegas por primera vez a un pueblo, y preguntas a un vecino por el camino hacia la plaza. El vecino te indica que, para llegar, debes subir por la cuesta que tienes a tu derecha. Y tú, entonces, te enfadas: «¿Por qué tiene usted que ponerme el camino cuesta arriba? ¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? ¡Yo no subo cuestas, yo las bajo! ¡Menudo dictador está usted hecho!»… El pobre vecino se encoge de hombros: «Vaya usted por donde quiera, sólo pretendía ayudarle. Pero le aseguro que, bajando cuestas, no llegará a la plaza».

Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Si no quieres obedecer al sacerdote cuando te muestra el camino del cielo, no la emprendas contra él, que él no quiere juzgarte ni obligarte. Ahora bien, esa palabra que él te ha dicho indicándote el camino, esa palabra que tú has querido ignorar, será la que te juzgue. Él fue buen pastor para ti, pero tú no quisiste dejarte guiar.

(TP04X)

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