Mira esas ruedas de prensa que llenan el televisor cuando un jefe de Estado acoge la visita de otro. Mira cómo el visitante es recibido por altos funcionarios y soldados en formación, y es saludado solemnemente por el mandatario del país que lo recibe. Plantan micrófonos, se dirigen palabras ampulosas, se hacen regalos… Hay en la escena tales aires de grandeza que uno se pregunta cómo esos dos titanes pudieron caber un día en el vientre de sus madres.
– ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? – Dios ha mirado la humildad de su esclava.
Alégrate al contemplar a dos mujeres que se sienten muy pequeñas. Ambas están sobrecogidas, se ven indignas de haber sido elegidas y amadas por Dios. Y juntas comparten su alegría al saberse favorecidas tan por encima de sus méritos. ¡Quién diría que se trata nada menos que de la madre de Dios y la madre del mayor de los nacidos de mujer! Hay, en cualquiera de las dos, mucha más grandeza que en todos los gobernantes del mundo juntos.
Nunca te des aires de grandeza. Recuerda que eres una mota de polvo a la que Dios ama y ensalza. Vive agradecido.
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