La edad futura y los gozos presentes

Continuemos hoy donde lo dejamos ayer, que también el evangelio continúa donde ayer lo dejó:

No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más y en la edad futura, vida eterna.

Eso de «la edad futura» suena a ciencia ficción, ¿verdad? O, en el mejor de los casos, a un futuro muy lejano. No es lo mismo que te digan «el día futuro», que es mañana, a que te digan «la edad futura»… Y, hasta que llegue esa «edad futura», ya sabes, a fastidiarte por el reino de los cielos.

Pero no es así. Esa edad futura, en la que entraremos de lleno tras la muerte, es un tesoro de bienes celestiales que ya pregusta, en esta vida, el alma en gracia. Dios nunca deja sin recompensa a quien es generoso con Él. Y nos recompensa, tanto en lo material –aunque nunca falte tribulación– como, muy especialmente, en lo espiritual, dándonos a gustar, en esta vida, las delicias de su Amor.

Aunque la mejor recompensa es Él mismo, cuando se entrega a sus amigos.

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