Los sacerdotes lo tenemos difícil para escondernos, salvo que enfermemos y nos quedemos en casa. Pero, cuando estamos en activo, subimos al presbiterio a celebrar la Misa y todos nos veis. Predicamos el evangelio, y todos nos oís; incluso algunos nos escucháis. Y, después, siempre hay quien sale de misa comentando si le gustó o no le gustó la homilía, si el cura es aburrido o ameno… En ocasiones os defraudamos; pero, también, en ocasiones esperáis de nosotros lo que no debéis.
En esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, dejadme deciros lo que debéis pedir al sacerdote, y lo que debéis pedir para el sacerdote:
Tomad, esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Pedidle a Dios que los sacerdotes estemos tan consagrados a Dios como el pan y el vino que consagramos en la Misa. Que nuestro tiempo sea de Dios, nuestro pensamiento sea de Dios, nuestras palabras sean de Dios… Que nuestro cuerpo, como el de Cristo, esté entregado a Dios trabajando por su pueblo; y nuestras almas estén rendidas a Dios por la oración.
Esto es lo que debéis pedir, y lo que debéis esperar del sacerdote.
(XTOSESB)