Dice santo Tomás de Aquino que el cristiano debe amar lo que Jesús, en la Cruz, amó, y despreciar lo que Jesús despreció en la Cruz. Es una buena guía para la vida, un buen espejo en que mirarnos.
Porque Cristo, en la Cruz, amó a su Padre y a las almas que su Padre le había encomendado, mientras despreciaba todos los honores y bienes de este mundo. ¡Qué soledad, la suya, al ver que sus propios apóstoles buscaban honores y bienes terrenos!
Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Soñaban con una gloria terrena, con la fama, las riquezas y el poder. Eran como nosotros, anhelaban el bienestar, es decir, el «estar bien». Y todo ello poco después de que Jesús les anunciara su futura Pasión. ¿En qué pensaban?
¿En qué pensamos nosotros? ¿Qué buscamos? Al seguir a Cristo, al detenernos para orar, al reunirnos para celebrar la Eucaristía, ¿buscamos salvar almas o vivir mejor? ¿Estamos dispuestos a renunciar a todos los bienes de este mundo para llegar al cielo? ¿Deseamos servir a todos, anunciar a todos el nombre de Cristo, y así ganar a todos para el cielo?
¿De qué vamos?
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