Se me acercó en cierta ocasión una persona, y con estas palabras me entregó el balance de su vida: «Mire, padre, yo voy a ir al cielo con un cinco. Porque, si Dios me pide que lo ame sobre todas las cosas y ame al prójimo como a mí mismo, la primera mitad la cumplo, quiero mucho a Dios, pero al prójimo no lo quiero nada en absoluto».
Y se quedó tan fresco. Acababa de hacerme el retrato perfecto de la falsa religiosidad. Es la espiritualidad burguesa del consumidor de religión, que se arrodilla en la iglesia y podría decirle a Dios: «Qué bien estoy aquí contigo, y no ahí fuera aguantando a mi familia, a mis vecinos o a mis compañeros de trabajo. Menudos pelmazos».
Le dije que llegaba tarde. Hace tiempo que esos dos mandamientos se convirtieron en uno: Que os améis unos a otros como yo os he amado. No tenía un cinco, sino un cero. Pelotero.
La verdadera religiosidad busca en la oración el Amor de Cristo, y encuentra en el prójimo el motivo para amar a Cristo. Sólo rezas de verdad cuando sales de la oración con deseos de entregar la vida a tus hermanos.
(TPB06)