La oración más perfecta
Toda oración llega al cielo. Pero hay oraciones que son más perfectas que otras. No es lo mismo pedir: «¡Oh, Jesús, envíale al vecino un dolor de cabeza para que no ponga la música a las doce de la noche!» que pedir: «¡Oh, Jesús, que haga yo tu voluntad!».
Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Esta plegaria, proferida por el ciego Bartimeo, se le clavó a Jesús como un dardo en el centro del corazón. Es una de las oraciones más preciosas y limpias que puede elevar a Dios un hijo de Adán. Jesús no pudo resistirse a ella, llamó al ciego y lo curó.
Y es que, cuando se trata de pedir para uno mismo, uno no siempre está seguro de qué es lo mejor, y entonces no sabe qué pedir. ¿Le pido al Señor que sane mi enfermedad, o le pido que me ayude a santificarme a través de ella? ¿Le pido al Señor que alivie este sufrimiento que padezco, o le pido que lo una a los dolores de su Pasión? ¿Qué pido?
Cuando no sepas qué pedir para ti mismo, pídele prestada su oración a Bartimeo: Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
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