Quizá en la misa dominical transcurre más tiempo entre el momento de la comunión y el «podéis ir en paz» con que el sacerdote concluye la celebración. La comunión se alarga por la afluencia de fieles, después el párroco os castiga con los consabidos avisos, etc. Pero, en los días laborables, cuando la Misa termina, apenas hace dos o tres minutos que hemos comulgado. Y el cuerpo de Cristo permanece en el nuestro durante cerca de diez minutos, que es lo que tarda la Hostia en disolverse. Durante ese tiempo, somos sagrarios vivientes. ¿Por qué salen tantos de estampida al finalizar la Misa?
Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Sin mucho esfuerzo damos las gracias a cualquiera por cualquier favor, como se las doy yo a Pedro, el dueño del estanco, cuando, de vez en cuando, me regala un mechero. ¿No podemos permanecer unos minutos en la iglesia, al finalizar la Misa, para agradecer a Jesús el don de su cuerpo mientras aún está en nosotros, y para saborear tan delicioso manjar? ¿Tanto tenemos que hacer?
Malditas prisas.
(TP03M)