La Resurrección del Señor

13 abril, 2024 – Espiritualidad digital

El resucitado hambriento

Patidifuso me quedo cada vez que conozco a un cristiano a quien no le gusta comer. Ya sé que tiene que haber gente para todo, pero me cuesta entender a esas personas. ¿Cómo gozarán en el banquete celeste si sólo se piden una lechuga y una botellita de agua? Bueno, no tengo por qué entenderlo todo. Allá ellos.

Personalmente, me gusta comer y beber. Me gusta, sobre todo, comer y beber con buenos amigos. No me avergüenzo. Y me encanta comprobar que Jesús resucitó con un hambre terrible.

Les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Por eso los apóstoles dieron testimonio de haber comido y bebido con el Resucitado.

A ese banquete nos sumamos en la Misa. Allí comemos y bebemos a lo grande con el mejor de los amigos. Y, como es banquete de bodas, también, a besos, lo devoramos a Él. Pero, a diferencia de cualquier otro banquete, la Misa siempre nos deja con hambre. Tras haber gozado ese manjar, queremos todavía más. No estaremos satisfechos hasta que el velo se rasgue y nuestros ojos, ya resucitados, vean el rostro del Novio.

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El cielo al alcance del alma

Es preciso que nos convenzamos de que, una vez que Cristo, en su resurrección, ha hecho saltar en pedazos la muerte, el cielo está cerca, muy cerca de nosotros. No es fácil, seguimos imaginando el cielo como un lugar misterioso y lejano. Y es misterioso, sí, pero no lejano. Lo tenemos tan cerca que casi lo tocamos con el cuerpo y ya lo acariciamos con el alma. Durante la santa Misa, tan cerca de nosotros está el cielo que apenas nos separa de él un velo finísimo, la frágil apariencia de pan y vino. Pero en el alma en gracia el velo ha caído. Basta con recogerse en oración para entrar en los gozos del Paraíso.

Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio adonde iban. Nos sucede como a ellos. Veían a Cristo caminar sobre las aguas, y les parecía que la orilla estaba lejos. Pero, apenas quisieron recogerlo, se vieron en la playa de repente.

Así nosotros. Jesús está a nuestro lado, notamos su aliento en nosotros. Pero, a la vez, Él está del otro lado, está en el cielo. Y, apenas queremos abrazarlo, somos nosotros quienes alcanzamos el Paraíso. Estaba aquí mismo.

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