El resucitado hambriento
Patidifuso me quedo cada vez que conozco a un cristiano a quien no le gusta comer. Ya sé que tiene que haber gente para todo, pero me cuesta entender a esas personas. ¿Cómo gozarán en el banquete celeste si sólo se piden una lechuga y una botellita de agua? Bueno, no tengo por qué entenderlo todo. Allá ellos.
Personalmente, me gusta comer y beber. Me gusta, sobre todo, comer y beber con buenos amigos. No me avergüenzo. Y me encanta comprobar que Jesús resucitó con un hambre terrible.
Les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Por eso los apóstoles dieron testimonio de haber comido y bebido con el Resucitado.
A ese banquete nos sumamos en la Misa. Allí comemos y bebemos a lo grande con el mejor de los amigos. Y, como es banquete de bodas, también, a besos, lo devoramos a Él. Pero, a diferencia de cualquier otro banquete, la Misa siempre nos deja con hambre. Tras haber gozado ese manjar, queremos todavía más. No estaremos satisfechos hasta que el velo se rasgue y nuestros ojos, ya resucitados, vean el rostro del Novio.
(TPB03)