Una y no más

Hace poco discutía con un amigo sobre lo absurdo de identificar perdón con olvido. Ni creo que Dios olvide mis pecados, ni puedo olvidarlos yo, salvo que padezca un deterioro cognitivo que no deseo padecer. El secreto del perdón no está en el olvido, sino en la reconciliación con el pasado. Ahora bien: ¿puede uno reconciliarse con un mal absoluto como es el pecado sin dejar de repudiarlo?

La Iglesia lo hace. Y, en Pascua, grita: «Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo». No se alegra del pecado, sino de los bienes que Dios nos ha otorgado con ocasión de esa desgracia.

Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Tomás pecó de incredulidad. Y Cristo, tomando ocasión en ese pecado, nos mostró a todos, no sólo a él, su cuerpo abierto, y sus llagas como puertas que invitan al hombre a entrar en intimidad de Amor con Él.

«Feliz la culpa que mereció tal redención». Pero, en cuanto al pecado… Una y no más, santo Tomás.

(0307)