Esa mirada

Tan frágil es, entre todas las criaturas, el ser humano, que es el único ser al que puedes reducir a añicos con una sola mirada. Hay miradas que matan. Pero también hay miradas que resucitan muertos, miradas que hacen que la vida valga la pena.

Quedó solo Jesús, con la mujer. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

¡Lo que daría por estar en la piel de esa mujer en ese momento! ¡Lo que daría por conocer el modo en que Jesús la miró! Yo quiero recibir esa mirada.

La recibo, lo sé, aunque mis ojos siguen a oscuras. Pero me basta, de momento, con saberlo. Porque es maravilloso saber que, cuando tantas veces te sientes juzgado por la mirada de los hombres, hay alguien que, por mucho que te hayas equivocado o hayas pecado, te mira con cariño, te sonríe y te dice: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Esa mirada de Jesús te limpia, te reconcilia contigo mismo y te da ánimo para seguir adelante. Te hace bueno.

(TC05L)