Una vida fecunda

Que todos moriremos no es ninguna noticia. No te sorprenda que, en pleno domingo, te invite a meditar en tu propia muerte. Es para que te preguntes qué herencia dejas al mundo. ¿Has sembrado algo? ¿Dejas el mundo un poco mejor de como lo encontraste? ¿De qué ha servido tu paso por la tierra?

Hay quien deja menos de lo que encontró. Hay quien no deja nada. Hay quien deja dinero, una empresa, unos libros escritos… Y hay quien se marcha de este mundo habiendo sembrado vida eterna. Dichosos ellos, y dichosos nosotros, que recogemos sus frutos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Cristo murió y fue enterrado como grano de trigo, y la tierra se ha llenado de su fruto. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. Únete a Él. Siembra vida eterna en las almas que te rodean. Siembra tu propia vida como trigo, entrégala generosamente. Que nadie diga que has muerto, que digan que te has entregado. Y tu paso por la tierra habrá sido una bendición para ti y para el mundo. Deja fruto.

(TCB05)