Cristo en su Pasión

Cuaresma – Página 2 – Espiritualidad digital

La partida de nacimiento de Jesús

Supongo que Jesús se reiría por dentro al conocer esas discusiones estúpidas de los fariseos sobre su lugar de nacimiento:

¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.

O sea, que si es de Galilea no puede profetizar, porque ningún galileo ha profetizado nunca. Alguno tendría que ser el primero, digo yo. ¿Y si es de Burgos? Como si los hombres nacieran de la tierra, igual que las patatas. Valiente majadería.

Jesús podría haberlos callado rápidamente; le hubiera bastado con enseñar su partida de nacimiento, porque Él no había nacido en Galilea, sino en Judea; y nada menos que en Belén, la tierra del rey David, de la que estaba anunciado que procedería el Mesías. Pero ¿para qué? Su nacimiento en Belén es confirmación para quienes creemos, nada más. Pero para salvar al hombre no bastaba con haber nacido en Belén.

Jesús salva al hombre porque procede del Padre. Ésa es la partida de nacimiento que Jesús siempre exhibió, y que los fariseos nunca aceptaron.

Tampoco nosotros redimiremos almas por ser de Madrid, ni de Jalisco. Ni por ser guapos o cantar bien, sino por estar unidos a Cristo y haber nacido de su costado.

(TC04S)

El Verdadero

De muchas maneras se refiere a Dios la Sagrada Escritura, pero hay un nombre que no aparece hasta el evangelio de san Juan. Después aparece tan sólo dos veces más: una en la primera carta del propio apóstol, y otra en el Apocalipsis.

Yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía. El mismo Cristo que afirmó ser la Verdad llama a su Padre «el Verdadero». Porque el Verdadero es la fuente de la Verdad.

Si Dios es el Verdadero y Cristo es la Verdad, eso quiere decir que todo es mentira si se aleja de Dios.

¿Lo digo más claro? La vida, sin Dios, es una farsa. Un fuego fatuo. Te ilusionas con cosas que al cabo te aburren. Te enamoras de brillos que mueren cuando los tocas. Después te mueres tú, y todo era mentira.

Pero la vida con Dios es contemplarlo en cuanto te rodea y en cuanto te sucede. Todo te trae noticia de su Amor, todo te enamora porque grita su nombre. Hasta el dolor se vuelve romance, y la muerte vida eterna. Tú mismo, cuando te abrazas a la Verdad y te unes al Verdadero, acabas siendo verdad.

(TC04V)

¿Y no te duele?

No puedo creer en un cristianismo que no duela. Ni en una iglesia que sea lo más parecido a una sauna o un club termal al que acude la gente a relajarse. Creo firmemente en la Cruz de Cristo. Y sé que hay en ella gozos inefables y dulzuras celestiales. Pero también fuertes dolores; dolores dulces, dolores de Amor, que llenan de ternura el alma a la vez que taladran el corazón. No puedo creer en un cristianismo en cuyo centro no esté la Cruz.

Acudes al templo a rezar y tienes tus delicias en el sagrario, pero no te quema por dentro del dolor de tantas almas que no creen… Hablas de las maravillas de tu comunidad cristiana, pero no ves más allá de ese grupo, no lloras por tantas ovejas perdidas, y no estás dispuesto incluso a morir por anunciarles a Jesucristo.

¡Y no queréis venir a mí para tener vida! Está llorando Jesús. Llora desde la Cruz, porque ha abierto una fuente de agua limpia y los hombres no quieren acudir a beber.

Me alegro de que estés compartiendo las dulzuras del Amor de Cristo. Pero, si no compartes también sus dolores, aún no puedes llamarte cristiano.

(TC04J)

Quienes duermen en el mismo colchón…

Dice un refrán que «quienes duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición». En el caso de los matrimonios, eso está aún por demostrar. Algunos discuten hasta en el colchón. En otros se cumple, y la convivencia hace que se acaben identificando el uno con el otro hasta ser realmente uno. Pero hay un cochón en el que siempre se cumple el refrán.

Es el colchón más duro y, a la vez, más dulce de la tierra. En él se durmió el Señor entregando su Espíritu al Padre, y en él descansó de todas sus fatigas con los brazos abiertos, como esperando a quien con Él lo compartiese. A san Pablo, por ejemplo: Estoy crucificado con Cristo (Gál 2, 19). Nadie puede entender que la Cruz sea descanso salvo quien, como el Apóstol, se recuesta en ella enamorado.

El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Quien medita enamorado la Pasión de Cristo se recuesta con Él en la Cruz. Y de tal manera se identifica con los sentimientos de su corazón abierto, que ya sólo hace lo que ve hacer al Crucificado: perdona, se entrega, obedece y ama.

(TC04X)

Por ellos me santifico

Ayer hablábamos de los padres que piden por sus hijos, y me ha venido hoy a la memoria el recuerdo de una mujer. Se acercó a preguntarme si podía comulgar por su hijo; quería recibir la comunión dos veces, una por ella y otra por él. Tuve que responderle que aquello no era posible, que la comunión requiere un acto personal de amor.

Dije verdad. Pero también es verdad que Cristo ha muerto por mí, ha muerto para que mi muerte, unida a la suya, me llevase al cielo. Por ellos me santifico, para que sean santificados (Jn 17, 19).

Aquel día era sábado. No es casual que fuera en sábado cuando Jesús sanó a aquel paralítico que no podía sumergirse por sí mismo en las aguas de la piscina de Betesda. Porque fue, precisamente, en sábado cuando Jesús, sepultado en el jardín de José de Arimatea, se sumergió en las aguas de la muerte. «¿Tú no puedes bañarte en la piscina? Yo me bañaré en la muerte por ti, para que vivas».

No puedes comulgar por tus hijos, ni por tus amigos. Pero sí puedes santificarte por ellos. Une la entrega de tu vida al sacrificio de la Cruz.

(TC04M)

Jesus ‘bout my kids

En América, los famosos tienen menos complejos que en Europa a la hora de hablar de Dios. Hace no mucho que uno de los grandes del country, Luke Brian, sacó una canción llamada: «Jesus ‘bout my kids»: «Antes solía hablar de Jesús a mis hijos, ahora hablo de mis hijos a Jesús».

Son muchísimos los padres que rezan con verdadera angustia por sus hijos. Les hablaron de Cristo desde niños, los llevaron a la iglesia y, cuando los chicos llegaron a la juventud, se separaron de Dios. Es un sufrimiento enorme para los padres cristianos ver cómo sus hijos olvidan la fe que les transmitieron.

El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». Creo, y se lo digo a ellos, que Jesús no puede desatender esa oración, como no desatendió la de este funcionario real, la de la viuda de Naín, o la de Jairo. O la de santa Mónica. Aunque, en ocasiones, hacen falta años de oración para que los hijos vuelvan a casa.

Llevad esa oración ante la Cruz. Y no temáis. Como dijo san Ambrosio a santa Mónica: «No puede perderse un hijo de tantas lágrimas».

(TC04L)

Los que no están preparados

Dedicado a quienes «no están preparados» para confesarse; quienes «no están arrepentidos»; y quienes piensan que «para qué confesarse, si lo van a volver a hacer». Luego están quienes «no tienen pecados», pero a ellos les dedicaré unas palabras al final.

Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda… Son requisitos para acercarse a confesar. Muy bien. Pero…

Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre. Este joven se los saltó todos. Su decisión de volver al hogar paterno no estuvo motivada por un reconocimiento de su pecado, sino porque tenía hambre. No parece que le doliera el sufrimiento que causó a su padre; le dolía más el estómago que la conciencia. Y, en cuanto a su deseo de enmendarse… en fin, ya veríamos.

Sin embargo, su padre lo recibió con los brazos abiertos. Estoy convencido de que ese recibimiento fue mucho más eficaz que el hambre para ablandar el corazón del hijo.

Mira, ahora en serio: no quieras estar tan «preparado». La confesión es para pecadores, no para santos. Realmente, lo único que hace falta para confesar es tener pecados. Déjale lo demás al sacerdote.

En cuanto a quienes no los tienen… ¡Pobre hijo mayor!

(TCC04)

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