La Resurrección del Señor

Cuaresma – Página 2 – Espiritualidad digital

Encantado de conocerte

En la Biblia, conocer no es leer un libro, ni escuchar una noticia. Adán conoció a Eva, su mujer, que concibió (Gén 4, 1). Señor, tú me sondeas y me conoces (Sal 139, 1). Cuando la Biblia habla de «conocer», se refiere a un conocimiento amoroso, a una alianza nupcial, a un dulce adentramiento en el ser amado, quien acoge y hospeda al amante.

Jesús juega con ese sentido profundo: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo –mentira, eso es lo que creéis–. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado.

No lo conocéis significa «no lo amáis». Yo lo conozco significa «El Padre y yo nos amamos, somos uno».

Lo mismo que Cristo dice respecto a su Padre deberíamos poderlo decir nosotros respecto a Él. «Yo lo conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado». Pero poder decir esto requiere mucha oración, mucha unión con Jesús.

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3).

(TC04V)

Cuatro testigos y un «tránsfuga»

Cuatro testigos presenta Jesús ante aquellos judíos que se habían erigido en jueces:

1.– Juan: Enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad.

2.– Los milagros: Las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí.

3.– El Padre: El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí.

4.– Las Escrituras: Estudiáis las Escrituras… pues ellas están dando testimonio de mí.

Por si no fuera suficiente, aquél en quien esperaban los judíos, Moisés, se «cambia de bando» y se pone del lado de Jesús: No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.

¿Acaso puede mi causa estar más clara? ¿A quién más queréis que llame? Pero no queréis venir a mí para tener vida.

No queréis abandonar esa vida que lleváis, que es muerte, para que Yo os dé vida eterna. Si la vida que os ofrezco fuera ésta, todos vendríais a mí para ser curados y alimentados. Pero la vida verdadera, la que os ofrezco, requiere renunciar a ésta, y no estáis dispuestos. Moriréis por vuestra culpa.

(TC04J)

La hora

la horaEn los próximos días escucharemos muchas veces a Jesús hablar de «la hora»: Llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios… Viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz…

Nos acercamos a esa hora en que la Palabra va a descender hasta el silencio, la vida va a descender hasta la muerte, el cielo va a descender hasta el infierno, para que quienes habitan el silencio, la muerte y la soledad sean rescatados.

Esa hora no será señalada por un reloj, porque romperá todos los relojes y todos los calendarios, rasgará en dos el tiempo y lo abrirá a la eternidad. Desde la tarde del Viernes Santo hasta la madrugada del Domingo, relojes y calendarios se detendrán sobrecogidos, mientras el Señor del tiempo desciende a las entrañas de la miseria humana para levantar al hombre caído. Qué hermoso, ese sermón del grande y santo sábado, en que Cristo y Adán se saludan: «– El Señor esté con vosotros. – Y con tu espíritu».

Clavemos la mirada en la Cruz. Vivamos pendientes de esa hora y, a través de ella, amaneceremos, en Pascua, a la eternidad.

(TC04X)

Señor mío Jesucristo…

Procuro que los niños de mi parroquia aprendan el «Señor mío Jesucristo». Cuidad las oraciones vocales, son un tesoro de la Iglesia. Me sorprende que haya jóvenes en retiros y adoraciones, profiriendo alabanzas y orando en lenguas, cuando aún no saben rezar el Credo, recitar los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, o proclamar la Salve. Estamos empezando la casa por el tejado, cuidado no se caiga.

«Por ser Vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido… Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar»… ¿Cómo privar a los niños de este tesoro?

Gracias a oraciones como ésta, sabemos que el pecado es el peor de los males. Y entendemos las palabras de Jesús: No peques más, no sea que te ocurra algo peor.

Porque el pecado siempre es peor. Peor que cualquier enfermedad terminal. Antes morir que pecar. Y recibimos más bien en una absolución que en la curación milagrosa de un cáncer.

Nos vamos acercando al Calvario, donde nuestras culpas serán limpiadas con sangre. Hagámoslo con las disposiciones que nos muestra esa bendita oración: «Me pesa de todo corazón… propongo firmemente nunca más pecar».

(TC04M)

A la hora séptima

Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sanoSan Juan es muy cuidadoso con las horas. Igual que detalla que conoció al Maestro a la hora décima, nos explica cuándo sanó Jesús al hijo del funcionario real: Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre.

La hora séptima es la una de la tarde. A esa hora, en un día de viernes pendía Cristo de una cruz. Y era ya de noche, porque, en ese viernes, las tinieblas cubrieron la tierra desde la hora sexta hasta la hora nona.

Baja antes de que se muera mi niño, le gritaba el padre. También, también ese viernes, a esa hora, le gritaban los hombres que bajase, que descendiese de la Cruz si era rey. No bajó en aquel viernes, y tampoco bajó ante las súplicas del funcionario real. Pero, sin bajar, curó: Anda, tu hijo vive.

Sin bajar, curó. Si hubiera bajado, si hubiera obedecido a Satanás mientras éste lo tentaba por boca de sus hijos, no nos hubiera curado. Era necesario que permaneciera en alto. Desde lo alto del Leño, sin bajar, nos curó a todos a la hora séptima. Quizá era a esa hora cuando gritaba: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 3, 34).

(TC04L)

La bendición brotada del maldito

Sabéis bien a qué se refería Jesús: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

En el desierto, los israelitas se rebelaron contra Moisés y contra Dios. Como castigo, Dios les envió serpientes venenosas que los mordieron. Pero, ante la intercesión de Moisés, los perdonó. Ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la elevara sobre un estandarte. Resultaba extraño, porque la serpiente era el animal maldito. Pero cuantos miraban a la serpiente quedaban curados.

Nos ha mordido la muerte. Llevamos su dentellada. Es castigo justo, puesto que pecamos. Así lo reconoció un ladrón que miraba a quien estaba crucificado con él: Recibimos el justo pago de lo que hicimos (Lc 23, 41). ¿A quién miraba?

Al Hijo de Dios, convertido en maldito, como la serpiente: Maldito todo el que cuelga de un madero (Gál 3, 13). Y la mirada contrita a ese maldito elevado sobre la tierra lo salvó.

Mira al Crucifijo. Míralo con fe, confiesa tus pecados. No apartes de Él tu mirada hasta el Viernes Santo, cuando broten las lágrimas. Y serás salvado.

(TCB04)

El lugar del publicano

parábola del fariseo y el publicanoUn fariseo y un publicano. Hay un espacio entre ellos, cada uno reza desde un lugar. El lugar del fariseo es el de quienes rezan de pie; dice Jesús que estaba erguido. ¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás. El lugar del publicano está atrás, quizás en un rincón. Es el lugar de quien se postra: ¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador. Las palabras del Señor no admiten respuesta: Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no.

Queremos, necesitamos ser justificados, es decir, convertidos en justos. Y por eso buscamos el lugar del publicano. Es el de los malditos, el de los pecadores arrepentidos, el de los repudiados y despreciados por los hombres. En el mundo, el lugar del publicano también está atrás, donde se postran los últimos.

El Calvario es el último lugar de la tierra, el vomitorio de Jerusalén. Allí nos dirigimos a rezar. Y allí encontramos a Jesús, hecho pecado por nosotros y por nosotros maldito, elevando a su Padre la oración del publicano: ¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador. Él hace esa oración por nosotros. Ahora debemos unirnos a Él.

El fariseo, en cambio, está solo.

(TC03S)

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