Nunca me ha gustado la música de Julio Iglesias. Pero no odio a Julio Iglesias, ni deseo matarlo. Simplemente, no lo escucho. Tampoco me ha gustado nunca el cine de Terrence Malick. Pero no odio a Terrence Malick, ni deseo matarlo. Simplemente, evito ver sus películas.
¿No es este el que intentan matar? Lo intentaron, y lo lograron: lo mataron. ¿Por qué? Ese interrogante es el fondo negro, negrísimo, de cualquier crucifijo: ¿Por qué? Si no os gusta lo que dice Jesús, si no os atrae su vida, no os acerquéis a Él, vivid la vuestra. ¿Por qué odiarlo? ¿Por qué matarlo? El otro día, alguien a quien no había visto en mi vida, por el mero hecho de llevar un alzacuellos, me llamó «perro». ¿Por qué? Si él lleva un anillo en la nariz y se ha pintado el pelo de rojo, yo no lo odio. ¿Por qué me odia él a mí?
Nadie puede responder a esa pregunta. Y las respuestas que se dan no se sostienen, son vómitos de odio. Pero lo cierto es que el Demonio dejó su semilla en nosotros. Cuando la gracia no llena el alma, algo hay en ella que odia a Dios.
(TC04V)