La bendición brotada del maldito

Sabéis bien a qué se refería Jesús: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

En el desierto, los israelitas se rebelaron contra Moisés y contra Dios. Como castigo, Dios les envió serpientes venenosas que los mordieron. Pero, ante la intercesión de Moisés, los perdonó. Ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la elevara sobre un estandarte. Resultaba extraño, porque la serpiente era el animal maldito. Pero cuantos miraban a la serpiente quedaban curados.

Nos ha mordido la muerte. Llevamos su dentellada. Es castigo justo, puesto que pecamos. Así lo reconoció un ladrón que miraba a quien estaba crucificado con él: Recibimos el justo pago de lo que hicimos (Lc 23, 41). ¿A quién miraba?

Al Hijo de Dios, convertido en maldito, como la serpiente: Maldito todo el que cuelga de un madero (Gál 3, 13). Y la mirada contrita a ese maldito elevado sobre la tierra lo salvó.

Mira al Crucifijo. Míralo con fe, confiesa tus pecados. No apartes de Él tu mirada hasta el Viernes Santo, cuando broten las lágrimas. Y serás salvado.

(TCB04)